Mustafi acaba de conseguir el quinto gol visitante. Y aún están los jugadores del Valencia festejándolo cuando empieza a surgir un murmullo en las gradas de Balaídos, entre Marcador y Río Bajo, que se va contagiando por el viejo estadio. Es como de oleaje lejano, un crepitar que se encrespa y acaba quebrando el aire. Los aficionados le cantan saetas al equipo. Se pasarán el último cuarto de hora enlazando coros. Parece a veces que amaina y enseguida vuelve a arreciar. Augusto, después, en la zona mixta, se confesará emocionado: "En estos momentos se ve un equipo y su afición. Las dos cosas son una. La afición nos ha dado una muestra muy grande de que está con nosotros, el compromiso que tienen para con nosotros. Ahora nos toca a nosotros levantarnos y regalarles los tres puntos en Riazor".

Jornada de funeral, en resumen, pero de funeral irlandés, con música para aliviar el pesar. Funerales para celebrar más al que vivió que lamentar su muerte. Emotivo homenaje del celtismo a su generoso equipo, en agredecimiento a todo lo que se ha disfrutado. Con esperanza de resurrección, en este caso. Fue lo hermoso del ambiente, que también tuvo su aspereza hacia Santi Mina y su ironía para Nuno. Sentimientos iridiscentes en la soleada tarde de otoño.

El técnico portugués se fue feliz de Vigo, sonriente, repartiendo abrazos. La victoria le concede una tregua en su delicada relación con el valencianismo. Es Mestalla el juez más implacable. "Nuno, vete ya" es el grito recurrente desce hace ya varias jornadas. También lo entonó Balaídos. En parte, a petición de algunos hinchas valencianistas en las redes sociales; en parte, por socarronería celeste. Con el "Nuno, vete ya" le castigaron una protesta al árbitro desde el banquillo, en la primera parte. Y también se oyó hacia el final.

Santi Mina era el protagonista previsto en su primer regreso al campo que le sirvió de paritorio a la élite. Fue ídolo breve, de registros históricos, y su traspaso dejó diez millones en caja. Dolió cierta frialdad en sus declaraciones, recién aterrizado en Valencia. Había que tasar qué pesaba más en la balanza. Santi escogió mal día para volver a casa.

El joven, aunque se le pronosticaba titular, empezó como suplente. Al ser mencionado por megafonía le cayeron tantos pitidos como aplausos, tibios uno y otros. Salió junto a Yoel y aprovechó que el cariño hacia éste no tiene mella. Diferente fue la reacción en el minuto 51, cuando Mina sustituyó a Bakkali. El Celta ya perdía por 1-3. No se sentía la hinchada con ánimos de ser condescendiente. Al abucheo general le siguió un "Santi Mina, pesetero". Reproche que pervive extrañamente. Cuando las pesetas dejaron de circular, Santi Mina tenía siete años, pronto incluso para recibir sus primeras pagas. Lo suyo duele a muchos por lo joven. El Valencia no se apropió de lo que ya había hecho en el Celta, escueto, sino de lo mucho que le quedaba por hacer. Nos quitó su porvenir, aquello que está por escribir y que es siempre lo más hermoso.