Por si no había suficientes motivos para disfrutar de este equipo resulta que el Celta también encuentra la belleza en la derrota. Los de Berizzo se despidieron de su condición de invictos en la Liga tras perder con el Real Madrid en un partido desequilibrado gracias al acierto blanco en los primeros minutos y a la portentosa, casi irreal, actuación de Keylor Navas que sostuvo a su equipo cuando era zarandeado por un Celta que no se resignó incluso cuando Clos Gómez le condenó a jugar más de media hora con un hombre menos por la expulsión de Cabral. Incapaces de traicionar su idea, los vigueses convirtieron en un martirio para el Real Madrid el final del partido.

Para el Celta el partido fue una permanente cuesta arriba. Culpa de sus desajustes iniciales y del gran despliegue que el Real Madrid hizo en los primeros minutos. Irrumpió con autoridad el conjunto de Rafa Benítez -a quien las lesiones han permitido estos días alinear un once menos glamouroso pero con mayor capacidad de sacrificio-. Es indudable que el técnico había hecho los deberes. Pero el plan le salió mejor de lo que imaginaba. Modric y Casemiro escondieron la pelota en el arranque; la circulación rápida y precisa de los blancos redujo a la nada la presión del Celta y a la espalda de los defensas comenzaron a aparecer toda clase de grietas. Por una de ellas se coló el magnífico Lucas Vázquez para asistir a Ronaldo en el primer gol, resuelto con uno de esos remates que le convierten en un diamante cuando recibe el balón en el área. Siempre tiene el percutor preparado. Más grosero fue el socavón que pasado el minuto veinte provocó el segundo tanto del Real Madrid justo cuando el Celta había comenzado a enviar señales ilusionantes hacia su parroquia. Jonny liberó su carril en la búsqueda de su marca y Nolito se olvidó de auxiliarle como es costumbre. Por allí apareció un tren llamado Danilo -otra gran noticia para Benítez- sin oposición alguna y ajustició a Sergio. Nolito se echaba las manos a la cabeza reconociendo su culpabilidad en el desenlace de la jugada. El 0-2 tal vez pareciese una excesiva penalización para el Celta, pero era consecuencia de las muchas cosas que el vigoroso Real Madrid había hecho hasta ese momento. A partir de ahí, sin embargo, ya solo existió Keylor Navas, un portero iluminado, tocado por un don, que sostuvo a su equipo con cinco intervenciones prodigiosas que inciden en el ridículo que el Real Madrid estuvo a punto de cometer el pasado 31 de agosto cuando iba facturarle camino de Manchester. El Celta fue abriendo camino poco a poco sin perder de vista su libreto, al que le tiene una devoción extrema. Le faltó la inspiración de otros días y mayor claridad y precisión en las piernas de Augusto y Wass, a quienes les costó dar continuidad tanto a la circulación como a la presión. Pero el Celta alcanzó la portería del Real Madrid y una vez allí se encontró un gigante de siete brazos, un tipo que parecía sobrehumano. Navas tuvo veinte minutos asombrosos en los que sacó cuatro remates imposibles a Orellana, Aspas, Jonny y Pablo Hernández. Incluso, en su suficiencia, detuvo alguna que iba fuera. No eran paradas normales, eran intervenciones de las que aparecen en los resúmenes del año. La diferencia es que el de Costa Rica las reunió en un momento. Desesperante para el Celta que había conseguido equilibrar el juego primero e imponerse luego de forma evidente, pero que no encontró el modo de derribar el último nido de resistencia blanco.

El Celta tiene fútbol, pero sobre todo alma. Ayer lo demostró en ese segundo tiempo que afrontó con el 0-2 a cuestas y que se agravaría cuando irrumpió en escena Clos Gómez a tarjetazo limpio. Sucedió en una jugada que parecía intrascendente, un agarrón de Pablo Hernández a Ramos en el medio del campo que el colegiado convirtió en amarilla. Protestaron los vigueses de manera airada -desmedida, lo que debe ponerse en su debe- porque sentían que una vez más en la báscula de los árbitros los agarrones y protestas pesan más o menos en función de la camiseta que uno viste. En la locura, Cabral vio la segunda amarilla y dejó al Celta ante un reto imposible. Pero el término rendición no se maneja en el vestuario de Berizzo. El equipo se recompuso (Mallo pasó al central y Wass al lateral) y se fue en busca del Real Madrid que sintió que el partido ya estaba en el bolsillo. No esperaba encontrarse con el coraje del equipo de Berizzo que se vino arriba con uno menos, espoleado por lo que entendía una injusticia y convencido de que al partido aún le quedaban capítulos que escribir. Orellana y Nolito volvieron a tener mucho que ver. Regresaron las ocasiones al área del Real Madrid con la diferencia que esta vez Navas no intervino. Orellana envió al limbo un pase de Nolito y Marcelo sacó bajo palos un remate del gaditano cuando Balaídos ya cantaba el gol.

Al Real Madrid y a Benítez les entró el canguelo; al Celta se le afiló el colmillo en medio del entusiasmo general. Al conjunto blanco se le comenzaron a borrar jugadores mientras los del Celta emergían como fieras. Con Radoja equilibró un poco más el equipo Berizzo, expuesto siempre a que en los contragolpes el Real Madrid resolviese el partido. Benítez fortificó aún más la defensa para tratar de compensar la evidente desaparición de su equipo que en ese momento era un pelele en manos de los diez hombres del Celta. Llegó entonces la genialidad de Nolito que a cinco minutos del final puso el balón en el único sitio donde incluso Keylor Navas no es capaz de llegar. El Real Madrid estaba completamente sonado, incapaz de entender cómo era posible que aquellos tipos de azul celeste no se hubieran resignado a una derrota honrosa. Nada de eso. Estaba el madridismo haciéndose esas preguntas cuando Guidetti estuvo a punto de igualar el partido. Un Nolito enfurecido le encontró en el costado contrario del área por donde entraba en compañía de Aspas. El sueco controló y apuró el disparo con la izquierda cuando tenía tiempo para pensar la forma de resolver la jugada. Salió desviado lejos de Navas. Fue la última ocasión de los vigueses que en el minuto 95 encajaron el tercer gol. Solo ahí pudo respirar este Real Madrid imperial en el arranque pero que sobrevivió abrazado a su portero. En el otro lado del campo quedó el Celta, derrotado en el marcador, pero con el orgullo intacto. Nada que reprochar como se lo demostró su gente que les despidió como si fuesen héroes. Si hay que perder, que sea siempre así.