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El mejor regalo de Learco Guerra

El italiano, que ganó 32 etapas en el Giro, llegó al ciclismo con 26 años gracias a la apuesta personal de su mejor amigo

Learco Guerra, durante una etapa del Giro.

Nadie creía en Learco Guerra como su amigo Gino Ghirardini. A él le debe su carrera y el hecho de convertirse en uno de los corredores más populares que ha conocido Italia, tierra que acostumbra a venerar a sus ciclistas casi por encima de cualquier otro deportista. La carrera de Guerra es una de las más atípicas por cómo se produjo su llegada y por el momento. Creció en un pequeño pueblo de la provincia de Mantua: San Nicola Po. Su padre era un modesto albañil que enseñó el oficio al pequeño Learco, convencido de que mantendría el pequeño negocio familiar. No parecía haber mucho más futuro en aquella tierra pese a que el protagonista de esta historia demostró desde muy pequeño evidentes condiciones para el deporte. Era el más fuerte y rápido de sus compañeros de juegos por lo que no tardó en convertirse en el delantero centro del Aurora, el equipo de fútbol del pueblo. Cuando no estaba corriendo detrás de un balón o con la paleta en la mano, a Learco era fácil encontrarlo subido a alguna bicicleta, casi siempre prestada, tomando parte en competiciones locales, modestas, más propias de las fiestas de los pueblos. Nada serio, un simple entretenimiento con el que llenar las horas muertas y pasar un buen rato. En la comarca no había nadie mejor que él, pero era una cuestión a la que no prestaba mayor atención.

El momento clave de su vida se produce en la primavera de 1929. Learco Guerra tiene ya 26 años y recibe un sorprendente regalo de su fiel amigo Gino Ghirardini. Una bicicleta, un maillot del Maino -uno de los equipos más potentes de aquel momento,- y la inscripción en la Milán-San Remo en la que competiría como independiente. Ghirardini, que tenía una posición acomodada, hace creer a su amigo que el material se debe a una donación hecha por el propio equipo gracias a la influencia de su familia. Una especie de examen, de prueba para corredores sin experiencia como él. Y así Guerra se alinea en Milán por primera vez junto a los mejores corredores del momento su primera carrera de verdad, rodeado de las principales figuras de su país que capitea en ese momento el gran Alfredo Binda. La carrera es de una dureza exagerada por las condiciones en las que se desarrolla y desde el comienzo se suceden las retiradas. Del Maino no queda ni uno de sus quince integrantes que poco a poco van echando el pie a tierra. Learco se agarra a la bicicleta como puede, sufre y resiste para terminar la carrera en un meritorio decimoséptimo puesto. Mucho más de lo que podía esperarse de un albañil de 26 años sin ninguna experiencia en esa clase de pruebas. El patrón del Maino, en medio del gigantesco enfado que le genera el inesperado naufragio de su escuadra, se entera de que alguien ha terminado la carrera vestido y equipado como un integrante de su formación y por supuesto se acerca a conocer al enigmático personaje. Cuando lo hace se encuentra a un perfecto desconocido sentado en el suelo, exhausto, con una bicicleta de su marca arrimada a la pared. Es entonces cuando Learco Guerra descubre que Gino Ghirardini había pagado de su bolsillo todo el material con el que había corrido sin otra ilusión que la de ver a su amigo demostrando sus enormes condiciones. El encuentro con el patrón del equipo ciclista tiene una consecuencia más importante y es que le ofrece unirse al Maino a partir de ese momento.

Guerra no puede perder tiempo. En su primera temporada corre apenas unas cuentas carreras modestas aunque empieza a demostrar condiciones gigantescas para el sprint gracias a su enorme potencia. Es un corredor al que le falta un punto de nivel en la alta montaña, pero que sobresale como rodador. En 1930 el mundo descubriría definitivamente a Learco Guerra. Ocurre en el Tour de Francia al que acude como gregario de Binda. Pero el campeón italiano está en un mal momento de forma y no tarda en retirarse. Italia, entonces se corría por selecciones nacionales, se queda huérfana de un líder con el que afrontar el resto de la carrera Esa responsabilidad la toma Learco Guerra, que ya había ganado ese año sus dos primeras etapas en el Giro de Italia. El italiano exprime al máximo a André Leducq, el gran favorito a la victoria final. La escuadra francesa logra resistir su empuje y Guerra finaliza segundo en su primer Tour de Francia. Una hazaña para quien solo un año y medio antes estaba fuera del ciclismo profesional.

Ese resultado levanta pasiones en Italia. Su carácter hace el resto. Guerra es afable, cariñoso y cercano a los aficionados. Su contrapunto con el irascible y autoritario Binda es evidente y le transforma en el corredor favorito de mucha gente y también de una parte de la prensa que no tarda en encontrale apodo: "la locomotiva umana". A todo el mundo le asombra la capacidad del mantovano para sacar de rueda a sus rivales, para imponer un ritmo en el pelotón que desgasta como nadie es capaz de hacer. Eso, unido a su potencia en los últimos metros, le permite acumular victorias en su palmarés con una frecuencia pasmosa.

En la temporada siguiente su carrera vive dos grandes hitos. El primero, al convertirse en el primer ciclista de la historia en vestir de rosa. Fue en 1931 cuando La Gazzetta dello Sport crea ese maillot para distinguir al líder de la prueba y es Guerra quien viste ese color tras conquistar la primera etapa. Pero lo más sobresaliene de la temporada tuvo lugar en Copenhague, en el Campeonato del Mundo de ruta. En una polémica reunión en París la organización había decidido cambiar el formato. Estaban cansados de las victorias de los italianos y de los belgas y buscaron un tipo de carrera que se adaptase a alguno de sus ciclistas. No se les ocurrió mejor ingenio que una contrarreloj de 172 kilómetros en pista. Una locura pensada para favorecer al francés Le Drogo. Pero a la hora de la verdad la dictadura de los italianos se mantuvo. Allí arrasó Learco Guerra que aventajó en cuatro minutos a Ferdinand Le Drogo y casi cinco al suizo Albert Büchi. Detrás vendrían docenas de victorias de etapa y en 1934 -con 32 años y en el tramo final de su carrera meteórica- la victoria en un Giro en el que ganó la friolera de diez etapas. Luego se convirtió en un director de éxito, montó una fábrica de bicicletas, presidió el equipo de fútbol de su pueblo y fue un hombre feliz hasta que el Parkinson salió a su encuentro en 1963. Fue el único rival al que no pudo soltar de su rueda.

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