Jabato y Borja Méndez chocan el pecho cuando el central regresa al banquillo, tras marcar el gol de la sentencia. Conde agita el puño. Se pita el final y la plantilla baila en corro. Pareciera que han conquistado el ascenso o la permanencia, y es sólo la sexta jornada. Su jubilo retrata la angustia que se disipa. El Octavio ha logrado la primera victoria de la temporada.

Uno de los jugadores se aparta del grupo, mientras aún sigue la fiesta en el centro de la cancha. Se apoya en la baranda y estira, con la cabeza gacha. Ajeno ya al ruido, concentrado en sus sensaciones, quizás el más consciente de lo mucho que queda por escalar. Cerillo reapareció. Recuperó del armario la camiseta con el dorsal trece, dos meses después de haber anunciado su retirada. Final perfecto para esta película de épica deportiva.

En el minuto 14 Cerillo tomó el balón, se coló por una rendija inexistente y depositó el balón en la escuadra larga, en un ángulo contra natura. Ese gol imposible, tantas veces repetido durante casi veinte años. Fue como si jamás se hubiese ido.

Un regreso perfecto en su guión fílmico, de viaje gloria al rescate. Cerillo, que apenas se había entrenado media docena de veces con el equipo, por no oxidarse, y ha ganado algún kilo en el relajo, estuvo más de cincuenta minutos sobre la cancha. Cuatro goles en cinco tiros, incluyendo uno de uno en siete metros. Asistió de espaldas a Quintas en el pivote. Forzó una falta en ataque cuando el Nava apretaba más. Conociendo que la circulación no llegaba hasta el extremo visitante, su excompañero Juárez, Cerillo arriesgó secando al lateral. Ayudó así a interrumpir el flujo segoviano. Le puso pausa al ritmo cuando el encuentro se descontrolaba. Jabato, teniéndolo, se ahorra en muchos momentos un cambio defensa-ataque. A los árbitros los gestionó con su salmodia constante. Él puede porque se llama Cerillo.

Siendo importante su actuación, la grandeza del capitán se tasa sober todo en el efecto que provoca en sus compañeros. Con él en la esquina el rival tiene que hacerse más ancho. Dani Bernárdez y Juan Quintas encuentran más espacio en seis metros. Méndez crea con la tranquilidad de que habrá un recurso de emergencia si el plan de ataque que ha diseñado en su cabeza falla. Hasta Lloria, viendo a su amigo otra vez sobre la cancha, se agiganta.

El Octavio funcionó de maravilla durante la primera parte. Por cambios en su estructura y necesidad, especialmente mientras Silva esté de baja, la escuadra es una fotografía en negativo de sí misma: más atrancada en la primera oleada ofensiva pero muy sólida atrás. Quintas y Conde blindaron el eje. Anularon al Nava en estático. Los castellanos vivieron exclusivamente de las pérdidas viguesas, especialmente en los cruces. El 13-9 al descanso se antojó incluso escaso.

La tensión competitiva se redujo al inicio de la segunda parte. El Nava combinó mejor. Encontró grietas. Al Octavio se le despertaron todos sus miedos. Del 16-13 al 17-18. En nueve minutos, tantos goles encajados como en los treinta anteriores. Era el punto crucial de la trama, su meollo dramático, ese instante en que todo parece derrumbarse para sobrecoger al espectador. Un parcial de 4-0 alivió la tensión, con Bernárdez tronchando como espigas maduras a sus marcadores. Méndez prolongó su recital y ya no hubo sufrimiento, aunque Jabato enfadase al técnico visitante con un tiempo muerto a poco más de un minuto y 25-22 en el marcador. No es desplante sino conocimiento de las heridas íntimas de la plantilla.

La película concluye así, con la chavalada botando de contento y Cerillo estirando, cerca de esa esquina izquierda que es su reino. En el plano corto sonríe levemente. Música y títulos de crédito. Las luces de la sala se encienden. Queda, sin embargo, mucho trabajo por hacer. El cine oculta que la vida prosigue tras el "The end".