Con el partido más que sentenciado, en sus estertores, a Silva le cayó una exclusión por protestar y a Figueirido, por lo mismo, una doble. Los únicos de brazo suelto, los más contusionados, desamparados por la pareja arbitral. La indisciplina, sin embargo, obedeció a la frustración por los errores propios. A esa especie de depresión adolescente en la que ha caído el Octavio. "Nadie me entiende", parecían gritar a un padre invisible. Los jóvenes académicos atraviesan esa dolorosa época en la que nada les sale y el mundo parece confabularse en su contra. Se siente torpes, desorientados, como patitos feos.

Leo Maciel fue un patito feo en el Octavio. Un chiquillo bohemio, tan dulce como raro, que tenía que contentarse con las escasas migajas que le dejaba Javi Díaz. Maciel regresó a Argentina y se hizo hombre. Ahora, en su segunda etapa europea, luce de forma esplendorosa. Cualquier esperanza local se estrelló contra sus infinitos brazos.

El MMT Seguros Zamora marcó distancias desde el 0-4 inicial. Los visitantes supieron frenar la primera oleada del Octavio. En estático, los vigueses se ahogan. Maciel detuvo cualquier otra alternativa que surgiese. En algunos disparos simplemente tuvo que existir como cuerpo inmóvil.

Jabato fue alternando defensas, el 6.0 y el 5.1, pero más por buscar la combinación decuada en el ataque. Necesita que el equipo galope, lo que supone limitar los cambios. Y a la vez tiene pocos jugadores que rindan adecuadamente en los dos campos. Ha llenado su libreta de combinaciones viables. Alguna obliga a que el central Méndez o el lateral Gayoso defiendan en el extremo. Una ecuación laberíntica, como de científico loco. No le queda otro remedio.

El Octavio añora los arrebatos de Diogo, que a veces resolvía el bloqueo ofensivo con un caderazo imposible. Y aún no ha aprendido a vivir sin Cerillo en el extremo. La jerarquía del capitán obligaba a alargar la circulación hasta los flancos. El Octavio se atasca ahora por el centro. Silva anota nueve goles y Figueirido, seis. Pese más lo que se deja de marcar en segunda línea. Hermida e Iglesias permanecen casi inactivos en la derecha. Quintas y Bernárdez se desgastan de forma melancólica en seis metros, pese al daño que producen en los escasos pases que reciben. Méndez se enmaraña y sin él, la escuadra se siente desnortada.

Y más que la táctica pesa la desconfianza del mal momento. El Octavio cae en lo grueso y en lo menudo. Se desangra en los pases perdidos, los rechaces que se le escapan, las líneas pisadas... Se muere en ese último minuto de la primera mitad. El milagroso 11-14 a su alcance se transforma en diez segundos en un 10-16 definitivo.

El equipo, al menos, presume de orgullo. No se deja ir ni con el 12-22. Esta vez aguanta bien en las inferioridades; numerosas e injustas porque también los árbitros participan de esta crisis y le graznan al Octavio su fealdad. Es esa voluntad de resistir, aunque ayer apenas le alcanzase para maquillar la derrota, lo que proporciona esperanza. Los académicos tienen calvas en la barba, acné, narices desproporcionadas, cuerpos desgarbados, dudas y temores. Han de resistir porque un día, como Maciel, se descubrirán como preciosos cisnes.