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Primera División

El Celta marcha firme en cabeza

El equipo vigués se encarama al liderato de la clasificación tras conseguir un incontestable triunfo sobre el Rayo Vallecano, que se quedó con diez en el minuto 4. Nolito (2) y Fontás, goleadores

Los jugadores del Celta celebran el segundo gol conseguido ayer ante el Rayo Vallecano. // Marta G.Brea

Sonríe el Celta y disfruta su gente, que ruega para que no se acaben partidos como el de ayer y maldice el pitido final con furia. Segunda victoria consecutiva para encaramarse de nuevo al liderato y disfrutar de ese extraño placer que sienten los modestos al verse por delante de los grandes trasatlánticos del campeonato. Una cuestión circunstancial a estas alturas de la competición, pero que acredita la sólida puesta en escena del Celta en esta Liga que ayer pasó por encima del Rayo Vallecano con una facilidad pasmosa. Solo los fallos en el remate y cierto gusto por el barroquismo en los últimos metros impidieron conseguir un marcador aún más abultado y que hubiera descrito con más exactitud la diferencia que existió entre ambos conjuntos en el campo.

Para los vigueses el partido fue una autopista recién asfaltada. El penalti y la expulsión del portero rayista en el minuto 4 facilitó la tarea de los vigueses que a partir de ese momento gestionaron con tranquilidad un partido que amenazaba jolgorio a partir de ese instante. Son el Celta y el Rayo dos equipos de esos que dignifican la clase media del fútbol español, de los que prescinden de complejos y tópicos al saltar al campo. Habían prometido espectáculo, tirarse los delanteros a la cabeza y transformar el partido en un concurso de llegadas al área rival. Como hace unos meses, por ejemplo, en aquel partido que sirvió para que Santi Mina fuese el más joven de la historia en hacer cuatro goles en un choque de Primera. Pero la expulsión de Toño cambió el plan porque obligó a Paco Jémez a bajar una marcha en su plan. La jugada clave se produjo en la primera acción en la que el Celta mostró su capacidad de asociarse en ataque. Un par de toques, un movimiento sin balón apenas perceptible y Wass apareció a la espalda de los centrales del Rayo, solo ante el meta. Pura magia. El danés lo quebró con sencillez y se fue al suelo tras sentir el manotazo de Toño. Penalti y expulsión que Nolito aprovechó para poner en ventaja a los vigueses.

Se repetía la historia de hace una semana cuando el Celta disfrutó también de ventaja numérica contra el Levante durante casi todo el partido. Pero en algo ya ha mejorado el equipo en relación al partido inaugural. Arropado por Balaídos encontró la tranquilidad y la posesión que le faltó en el Ciutat de Valencia para evitar riesgos. Importante el papel de Augusto, de Hernández y de Wass, que limitaron las pérdidas y consiguieron lo más importante que era impedir que el Rayo aprovechase alguna acción aislada para lanzar a sus hombres rápidos. Ejemplar el equipo en esa zona y en la pasión casi enfermiza por recuperar la posesión. Esa tranquilidad se echó en falta sin embargo, en la zona de ataque. Talentosos y desequilibrantes como siempre, a Orellana, Nolito y Aspas les pudo la ansiedad, la prisa, ese afán por encontrar el pase o el remate imposible. Faltó finura, delicadeza. A veces es una cuestión de unos pocos centímetros, de tomar una decisión una décima de segundo antes...o después. Eso es lo que se echó de menos en el Celta para liquidar el trámite antes del descanso. Porque multiplicó las llegadas al área rival y falló ocasiones muy claras como una de Nolito y dos de Iago Aspas que en ambas se encontró con buenas intervenciones de Juan Carlos. Le podía al moañés ese ansia por volver a marcar en partido oficial en Balaídos; se mordía las uñas el público ante la posibilidad de cantarlo.

Esa falta de acierto desapareció justo en el arranque del segundo tiempo cuando Nolito, en una de sus características diagonales, sacó un remate que tras tocar en un contrario descolocó por completo al portero del Rayo Vallecano. El partido ya fue una cuesta abajo para los vigueses que en ese momento convirtieron el partido en un jolgorio y con el valor extra de no conceder ni una ocasión a un equipo como el Rayo que vive siempre con la portería rival en mente, independientemente de que esté jugando en inferioridad. Culpa de ellos tuvo el buen comportamiento de los defensas y el orden de Augusto Fernández.

En ataque el Celta confirmó lo que ya se sabe. Que cuando Orellana, Nolito y Aspas se miran solo pueden suceder cosas maravillosas. Es asombrosa la facilidad que tienen para encontrar espacios, para aparecer por diferentes zonas, para alterar al rival. Les falta ajuste, se advierte en muchas de las acciones, pero prevalece la voluntad. Transmiten la sensación de sentirse a gusto, el convencimiento de que van a pasarlo bien. Eso fue precisamente lo que frustró un resultado más rotundo porque el Celta construyó una docena de jugadas peligrosas que se fueron al limbo por un exceso de artificio de sus delanteros. Siempre hubo un pase de más, un taconazo extra,a una dejada difícil de entender.

En plena vorágine hacia la portería del Rayo Vallecano y para que la fiesta en Balaídos fuese completa apareció por allí Guidetti. Futbolista al que adora la grada. El sueco, convencido de que aquel era el partido ideal para convertirse en el amo de la fiesta, tiró mil desmarques, ofreció soluciones de toda clase, pero no acabó de recibir el balón que le sirviese para anotar su primer gol con el Celta. La gente lo veía venir y eso generó una curiosa tensión a los últimos minutos. Marcó entonces Fontás -su primer gol con el Celta después de 73 partidos- en una jugada de estrategia, de esas que solo salen en los entrenamientos. Y poco después llegó el pitido final que lejos de celebrar, la gente maldijo. Les acababan de encender las luces de la discoteca cuando mejor música estaban poniendo y mejor ambiente había.

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