"El segundo jugador más famoso del país, después de Zlatan Ibrahimovic", asegura el periodista Ludvig Holmberg. Es una vinculación repetida. A Guidetti, siendo adolescente, se le pronosticó ese estrellato, que hoy aún se le niega. Se les compara también por el carácter: carismáticos, extrovertidos, con una autoconfianza que bordea lo impertinente, especialmente para la austera mentalidad calvinista. "En Suecia no se permite decir cosas buenas de uno mismo. No se te permite soñar", declaraba Guidetti a Daniel Taylor, de The Guardian. "Pero yo he querido ser siempre el mejor jugador del mundo. Un sueño es un sueño, no necesariamente real".

Así es el nuevo fichaje del Celta, generoso, excesivo, contradictorio; igual echa pachangas con los críos en los parques de Estocolmo que declara: "Yo hago que los aficionados crean". Con una fe inquebrantable en sus posibilidades. Tras su debut con el Stoke, lamentaba que lo hubiesen sustituido: "Si hubiese estado diez minutos más sobre el campo, hubiese marcado. Lo sé. Lo sentía en mi cuerpo y normalmente no me equivoco".

Guidetti ha forjado su temperamento en dos experiencias cruciales. No creció entre algodones. Su padre se trasladó a Kenia en 2002, a trabajar en proyectos educativos, y se llevó a toda la familia. Guidetti vivió en el país africano hasta 2006, entre sus diez y sus catorce años. Se enroló en una academia de fútbol, la Lig Ndogo. Su padre, sin embargo, acabó llevándolo a los descampados de Kibera, una barriada depauperada de un millón de habitantes. Allí, jugando con los pies descalzos, entre guijarros y hojalatas, asimiló toda una filosofía vital: "No tienen comida ni ropa, pero cada día dan gracias al Señor por el regalo de la vida", explicaba Guidetti, fervoroso creyente, al The Sentinel. Nunca ha roto sus vinculaciones con Kenia. Regresa con frecuencia. Tiene una fundación, que construye campos. Y asegura que irá allí a vivir cuando se retire: "La gente no me cree. Pero es el mejor lugar del mundo".

Esa confrontación con la miseria le ayudó en las pruebas que estaban por venir en su carrera. Sobre todo en la extraña enfermedad que tanto ha lastrado su progresión. Sucedió al final de su exitosa cesión al Feyenoord, que parecía abrirle las puertas del éxito en su regreso al City. Momentos de gloria. Los hinchas se tatuaban su nombre y cantaban: "Mira a Messi, tenemos a Guidetti". "Es un fenómeno", declaraba su entrenador, Ronald Koeman. Mancini, que obligó a los servicios legales del City a romper el precontrato con el Twente cuando Guidetti concluyó su periodo de formación, ansiaba tenerlo a sus órdenes. Llegó su vigésimo cumpleaños, el 15 de abril. Su novia y sus amigos le organizaron una fiesta en un club nocturno. Guidetti comenzó a sentirse mal. Se fue a casa y se acostó. A media noche se despertó con violentos vómitos. Koeman se enfadó al día siguiente. Atribuía su maltrecho estado a la resaca. "No he probado una gota de alcohol en mi vida", asegura el joven.

Guidetti sufría en apariencia un virus estomacal. A los diez días regresó a los entrenamientos y descubrió que tenía entumecida la pierna derecha. "Calienta en la bicicleta estática", le dijeron. No surtió efecto. Desequilibrado, se cayó al intentar ponerse los pantalones. Lo llevaron al hospital. Descubrieron que seguramente una trozo de pollo en mal estado le había causado una infección y los anticuerpos generados por su organismo habían afectado a su sistema nervioso. Tuvieron que purgarlo. La convalecencia fue larga. La musculatura de su pierna se deterioró. Pasó casi dos años en blanco.

"La carrera de John está acabada", oía constantemente en esa tiempo. Inmune a los comentarios, jamás flaqueó. En el Stoke comenzó a despertar. En el Celtic se aproximó a su mejor versión, la que en Suecia esperan que lo convierta en heredero de Ibrahimovic. "La gente se preocupa por muchas cosas. A mí lo único que me interesa es marcar un gol ante 50.000 personas que gritan tu nombre. Es la mejor sensación que hay", describe Guidetti, que es Ibrahimovic talmente cuando declara que montará una floristería cuando cuelgue las botas: "La llamaré 'Flores para los que dudan'. Y le enviaré esas flores a los que no creyeron en mí. Esa gente no sabe cuánto me ha ayudado. Las flores serían mi pequeño agradecimiento".