El automovilismo de los años cincuenta. Bólidos que se acercaban a los trescientos kilómetros por hora en circuitos con mínimas medidas de seguridad y miles de aficionados apiñados a un par de metros del asfalto, solo separados de los coches por ridículas protecciones. Así era el circuito de la Sarthe, el escenario de las "24 horas de Le Mans", la prueba que reunía en cada mes de junio a cientos de miles de aficionados para disfrutar de la prueba más importante de resistencia que se disputaba en el mundo, el lugar en el que los principales fabricantes presentaban las novedades con las que trataban de revolucionar el sector. En la edición de 1955 acudieron a Le Mans marcas como Ferrari, Mercedes o Jaguar, con pilotos tan acreditados como Castelloti, Hawthorn o Fangio. Una fiesta para los aficionados que sin embargo desembocaría en la mayor tragedia conocida por el automovilismo.
Todo sucedió cuando apenas se llevaban dos horas y veinte minutos de una carrera que había comenzado a las 16 horas del 11 de junio de 1955. Las crónicas de aquel tiempo dicen que más de trescientos mil aficionados llenaban las gradas del circuito. La carrera estaba incendiada en ese momento. Las dos primeras horas habían regalado una secuencia interminable de cambios en el liderato entre Castelloti, Hawthorn y Fangio. Con el paso de las vueltas el duelo parecía limitarse al Mercedes del británico y el Jaguar del argentino porque Castelloti había comenzado a ceder con respecto a los dos primeros. En la vuelta 35 se produjo la fatal coincidencia. Los dos primeros se acercaban a la zona de meta al mismo tiempo que algunos coches que marchaban con vuelta perdida. Hawthorn, impetuoso como siempre, se preparaba para entrar en boxes con el fin de repostar y dar el relevo al volante a Ivor Bueb. En el mismo punto se juntaron Hawthorn (con la intención de detenerse); Pierre Levegh; Lance Macklin y ligeramente más atrás Fangio y Kling. Hawthorn decidió adelantar a Macklin antes de tomar el carril que conducía a los boxes. Lo hizo de una manera brusca, excesiva. Le superó por la izquierda y se cruzó delante de él con una frenada violenta. Macklin se vio obligado a cambiar ligeramente su trayectoria. Ahí entró en escena Pierre Levegh. El piloto francés participaba en Le Mans con un Mercedes prestado. Era un gesto de cortesía del fabricante alemán para compensarle por lo sucedido tres años antes. En 1952 tenía la victoria en el bolsillo, había liderado la carrera durante 23 horas, tenía cuatro vueltas de ventaja sobre el primero de sus perseguidores pero una avería traicionera le dejó tirado, inconsolable. Había acariciado la victoria de su vida. En 1955 Mercedes, que recogió aquella victoria inesperada, le ofreció un bólido en señal de cortesía y él aceptó.
Levegh venía lanzado cuando se encontró a Macklin cerrándole el espacio en la entrada de la recta. La diferencia de velocidad entre los dos coches era enorme. Su instinto le llevó a buscar un espacio en el límite de la pista, junto al pequeño muro que les separaba de los aficionados. Le falló el cálculo. Su Mercedes tocó ligeramente el Austin Healey de Macklin y despegó. La escena a partir de ese momento resulta dantesca. El coche impacta con violencia contra la protección y su tanque de gasolina explota en una gran bola de fuego. El motor y el puente delantero del vehículo se desprenden del chasis y son lanzados como misiles sobre la gente que se agolpa junto a la pista en el terraplén que hay paralelo a la recta de llegada. Las piezas del coche van saltando entre la multitud segando vidas, dejando un rastro de muerte y destrucción. Existen vídeos en los que se puede contemplar la escena y produce verdadero espanto. Levegh muere en el acto y las horas siguientes se convierten en una cuenta interminable de fallecidos. La cifra se detiene en 83. Curiosamente la carrera no se detiene. La organización mantiene a los coches dando vueltas mientras las asistencias sacan a los heridos de la zona. La excusa oficial es que la suspensión de la prueba habría colapsado las vías de acceso al circuito y haría imposible el trabajo de las asistencias que trataban de salvar la vida de muchos aficionados. Para Mercedes la noche fue interminable. Muchos de los equipos tomaron la decisión de retirarse -Fangio fue uno de ellos-, pero la firma alemana tardó en decidir. Lo hizo a última hora cuando Alfred Neubauer, el director del equipo, dio la orden de parar a Hawthorn, el hombre que con su maniobra había desencadenado el caos. El británico no hizo caso y se mantuvo en carrera hasta que cruzó la línea de meta. La carrera más trágica de la historia del automovilismo tuvo ceremonia de coronación y a un piloto descorchando la botella de champán en el podio. Una imagen poco edificante.
Pero la tragedia dejó muchas consecuencias. Mercedes tardó décadas en volver a Le Mans tras sufrir diferentes accidentes en otras pruebas; las normas de seguridad en los circuitos fueron sometidas a un profundo cambio y Fangio dio gracias toda la vida a Levegh. El "chueco" siempre dijo que el francés le hizo un gesto con la mano para que frenase antes del trágico accidente. Solo él sabe si es cierto o parte de la leyenda.