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Historias irrepetibles

Las heridas que no se ven

Jerry Sawchuk, el mejor portero de hockey sobre hielo en su época pese a las innumerables lesiones y enfermedades a las que tuvo que hacer frente y que fueron destruyendo su carácter

La famosa imagen de Sawchuk que publicó 'Time' en 1966.

En 1966 la revista Time propuso a Terry Sawchuk un curioso reportaje. Se trataba de hacerle una foto que mostrara cómo sería su cara si todas las lesiones que se produjo como portero de hockey sobre hielo hubiesen coincidido en el tiempo. Solo cuatro años antes, en 1962, los porteros como Sawchuk habían comenzado a utilizar máscara protectora. Hasta ese momento era su rostro el que detenía muchas veces la pastilla y el que encajaba multitud de golpes con el stick. Más de cuatrocientos puntos de sutura recibió en la cara durante su larga y prolífica carrera. La maquilladora contratada por Time fue reconstruyendo las heridas más importantes porque no tenía espacio para todas y el resultado fue la fotografía que acompaña este texto, un rostro que parece hecho a trozos, como un muñeco de trapo. La imagen es falsa, pero hay mucho de verdad en ella, aunque no revela lo más importante, el sufrimiento de un deportista complicado, al que la vida golpeó con fuerza y que coleccionó lesiones y enfermedades de todo tipo. Los cuatrocientos puntos en el rostro fueron el más pequeño de sus problemas.

Terry Sawchuk supo desde muy pequeño lo cruel que puede llegar a ser la vida. Se crió en Winnipeg (Canadá) en el seno de una familia de origen ucraniano junto a sus seis hermanos. Uno de ellos murió a los dos años tras sufrir la escarlatina, pero el golpe más fuerte para Terry se produjo cuando acababa de cumplir doce años. Mike, su hermano mayor, era portero de un equipo local de hockey sobre hielo. Sentía verdadera devoción por él. Le acompañaba a los entrenamientos y no se perdía ni uno de sus partidos. Tenía diecisiete años cuando un ataque al corazón le fulminó, uno de esos casos de muerte súbita, fenómeno al que entonces nadie prestaba demasiada atención. La noticia destrozó a Terry Sawchuk, cuyo carácter ya no volvió a ser el mismo. Tardó mucho tiempo en aceptar la pérdida de quien era su principal referente y años después, en las escasas entrevistas que concedió durante su carrera profesional, siempre encontraba un momento para recordar lo mucho que seguía extrañando a su hermano mayor. Terry cuidó de su material de portero hasta que creció lo suficiente para probárselo. En la admiración hacia Mike construyó su gran vocación; en su afán por continuar el camino iniciado por él edificó su gran carrera. Se colocó en una portería de hockey sobre hielo y ya nunca la dejaría.

A los dieciséis años un cazatalentos de los Detroit Red Wings le descubrió jugando en Canadá. No tenía ninguna duda de que allí había un profesional en potencia. Sawchuk era brillante pese a que una vieja lesión ya había comenzado a lastrarle. A los doce años se había dañado el codo jugando al fútbol americano y por miedo a que sus padres le castigasen lo mantuvo oculto resistiendo como podía el dolor. Lo único que consiguió es que la lesión le limitase la movilidad en el brazo izquierdo, que quedó unas pulgadas más corto que el derecho. Pero aún así su agilidad en la portería le hacía un meta diferente. Los Detroit Red Wings le hicieron un contrato profesional y le incluyeron en un programa de desarrollo. Pasó por ligas menores, por diferentes equipos en los que fue puliendo sus condiciones hasta que en 1949 (con 20 años) fue reclamado por los Red Wings. Nacía ahí su leyenda, la que le llevaría a ser considerado uno de los más grandes porteros de la historia del hockey sobre hielo. Para algunos, el mejor. En ese momento ya era el único sostén económico de su familia después de que su padre sufriese graves heridas tras caerse desde un andamio. Más responsabilidad para él.

En sus primeras cinco temporadas con el conjunto de Detroit conquistó tres Copas Stanley y recibió toda clase de reconocimientos individuales. Sorprendentemente en 1955, tras el tercer título con los Red Wings, fue traspasado a Boston en un movimiento que casi nadie fue capaz de entender y que convirtió a Sawchuk en un tipo cada vez más oscuro y complejo. Comenzó a dudar de sus condiciones, de si tenía las cualidades de las que tanto se hablaba. Se distanció de los aficionados, de la prensa y de sus compañeros de equipo. Su rendimiento cayó en picado en medio de su crisis personal hasta el punto de que el presidente de los Bruins de Boston le llamó "cobarde" en público el día en que anunció que le devolvían a Detroit.

De vuelta al equipo de su vida Sawchuk recuperó el nivel que le había convertido en el mejor portero de la NHL. Pero su carácter ya no volvió a ser el mismo. Se mantuvo como un tipo inestable en lo emocional, debilitado además por la cantidad de lesiones y enfermedades a las que tuvo que hacer frente en aquella época. Las innumerables cicatrices en la cara fueron el menor de sus problemas. El codo mal curado cuando era niño le hizo pasar tres veces por el quirófano. Una perforación en el pulmón tras un accidente de coche, el desgarro de los tendones de su mano, mononucleosis, una neuritis, fractura de discos espinales, problemas de equilibrio causados por la cantidad de tiempo que tenía que estar agachado. A eso había que sumar los problemas derivados de las crisis de ansiedad cada vez más frecuentes: insomnio, migrañas o ataques de nervios. "Las cicatrices acaban por cerrar. Hay otras cosas que no se curan tan fácil" dijo en alguna ocasión.

Terry Sawchuk era incapaz de disimular su sufrimiento. Lo transmitía a todas horas; lo manifestaba a través de su mal humor, de sus ataques de cólera o sus silencios. Había días que sus compañeros no le escuchaban decir una sola palabra. Los partidos eran uno de los pocos momentos en que parecía recuperar la jovialidad y el entusiasmo de sus primeros años. Ahora, a mediados de los años sesenta vivía permanentemente angustiado. Incluso su vida familiar se resquebrajó cuando su mujer tomó la decisión de divorciarse de él. Le quedaban pocas cosas a las que agarrarse. El tabaco o el alcohol fueron algunas de ellas. Su rendimiento comenzó a caer. Le pesaban las lesiones, los años y el sufrimiento. Detroit le traspasó en 1964 a Toronto donde ayudaría, aunque de forma testimonial, a ganar su cuarta Copa Stanley. En 1969 se fue a los Rangers de Nueva York, la última estación de su carrera. Poco tenía que decir ya en el hockey. Tenía cada vez más problemas a causa de sus cambios repentinos de humor. Una noche se enzarzó en una pelea con Ron Stewart, compañero de equipo con el que compartía piso. Ambos se dieron de lo lindo y acabaron cayendo por una escalera. Nada que no se hubiera arreglado con un apretón de manos y una disculpa. Stewart asumió su culpa y se encargó de que Terry Sawchuk fuese atendido en un hospital.Le diagnosticaron una lesión en el hígado que iría empeorando los días siguientes. Fue operado de urgencia tras sufrir una embolia de la que ya no recuperaría. Murió con solo cuarenta años. Sus principales heridas eran las que no se veían.

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