Historias irrepetibles
El ciclista que pagó su sordera
Octave Lapize fue el primer gran héroe de la París-Roubaix, antes de alistarse y perder la vida en un combate aéreo en la Primera Guerra Mundial
Vigo
Octave Lapize era un parisino, bien parecido, de bigote afilado, que trató de hacer fortuna sobre una bicicleta poco después de que el ejército francés le declarase inútil para cumplir con el servicio militar. Apenas oía. Una minusvalía que tardó en manifestarse pero que no le impidió ser uno de los referentes del ciclismo mundial en los primeros años del siglo XX, en los tiempos de las carreteras infames, de las averías decisivas y del absoluto descontrol de las carreras. Lapize era fuerte y valiente. Tenía carácter y un arrojo que no tardaron en convertirle en uno de los principales aspirantes al triunfo de las grandes carreras que se disputaban en aquel tiempo.
Con el Tour tardó en encontrarse. Por ese filtro que a veces parece establecer la prueba con los que tratan de conquistarla. El primer amor de Lapize fue con la París-Roubaix, el "infierno del Norte", la carrera que durante casi trescientos kilómetros lleva a los corredores al límite por un recorrido llego de trampas y favorable para cualquier emboscada. El corredor parisino se sentía feliz en aquel escenario y no tardó en convertirse en uno de los primeros héroes que tuvo la clásica, uno de los grandes monumentos del ciclismo mundial aunque en ese tiempo sus organizadores no alcanzaban a imaginar la dimensión que alcanzaría con el paso de los años. Lapize fue el primero en ganar tres ediciones y lo hizo de un modo consecutivo entre 1909 y 1911. Victorias marcadas por la valentía y por esa decisión que le situó en el grupo de los elegidos. Las clásicas de un día eran pruebas alocadas que se escapaban casi a cualquier lógica, en las que las piernas eran fundamentales pero la cabeza aún más. El Tour casi siempre dejaba espacio para corregir al día siguiente los desastres de las jornadas anteriores. Las carreras de un día eran otro ciclismo, los errores se pagaban hasta el año siguiente. Y Lapize se equivocaba poco en esas situaciones.
En el medio de su racha con el París-Roubaix, Lapize conquistó en 1910 el único Tour de su vida. Nunca más fue capaz de terminar la exclusiva carrera por etapas. Como a tantos otros las desgracias parecía que le esperaban siempre durante aquellas tres semanas del verano francés. Pero en ese 1910 dejó momentos históricos como el hecho de convertirse en el primer ciclista en coronar el Tourmalet en toda la historia en la famosa etapa entre Luchon y Bayona en la que desesperado por la sucesión de puertos a los que hubieron de enfrentarse (nacían ese año las grandes etapas de montaña) Lapize se fue como una fiera a por un miembro de la organización en el Aubisque para gritarle: "Asesinos, que sois todos unos asesinos". Ganó la etapa, el Tour de ese año y más gloria para un palmarés al que se sumaron tres campeonatos de Francia, tres París-Bruselas y un París Tours. Todo entre 1909 y 1913.
Toda aquella carrera exitosa se detuvo de golpe cuando en 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y es el ciclismo el que da un paso adelante a la hora de remover conciencias y levantar el ánimo del país. Desgrange, el organizador del Tour de Francia, escribe un artículo en L'Auto, su periódico, en el que llama al alistamiento de los jóvenes franceses para ir "a por esos bastardos". El llamamiento da resultado, sobre todo en el pelotón de quienes corren el Tour. Cerca de la mitad de los franceses que han participado en anteriores ediciones empuña un arma y se prepara para la contienda. Lapize está entre ellos. Dífícil entender el motivo por el que alguien a quien se rechazó en su momento por culpa de la sordera ingrese de repente en el ejército. En un tiempo desesperado es fácil imaginar ciertas cosas. Cuentan los historiadores que el ciclista echó mano de sus influencias y de su fama para conseguir que lo admitiesen. Quería por encima de todo defender a su país del invasor, se había creído más que nadie la propaganda que Desgrange lanzaba desde L'Auto. Entró en 1915 como piloto de avión y a comienzos de 1917 fue enviado al frente de Bar-Le-Ducha, no muy lejos de Verdun. Entró en combate a finales del mes de junio y según Pierre Weiss, su teniente, logró un par de derribos. Pero Lapize estaba sentenciado por culpa de su deficiencia auditiva. En el cielo estaba en clara desventaja con la mayoría de sus enemigos. No oír con claridad motores o disparos le ponía en una situación de permanente peligro. El 14 de julio de 1917 se cumplieron los peores vaticinios. Sobre la localidad de Flirey, a más de cuatro mil metros, el ciclista francés sostiene una pelea con un avión alemán. Una ráfaga de ametralladora le alcanza. Cinco balazos en su cuerpo. El avión, que lleva un gallo pintado en el fuselaje y un enorme cuatro (el número con el que conquistó su único Tour), cae no muy lejos del frente. Lapize es llevado a un hospital de Toul donde se constata la gravedad de sus heridas y dan por descartada cualquier solución. Muere a las pocas horas, una noticia que deja una profunda huella en la sociedad francesa, acostumbrada en ese tiempo de muerte y desolación a despedirse de sus hijos y también de sus grandes héroes. De hecho, cerca de cincuenta corredores acabarían por perder la vida en las trincheras del conflicto, aunque ninguno tan ilustre como Lapize, como François Faber o como Lucien Mazan. Nombres y glorias enterradas por la sinrazón.
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