El mejor chico malo

Su agrio carácter ha lastrado la valoración histórica de Rick Barry

Tiro libre de Barry.

Tiro libre de Barry.

Vigo

Los Golden State Warriors, con el liderato del Oeste asegurado, se disputan con los Hawks apropiarse del factor cancha hasta la final. Aunque todavía late la duda de si el estilo alegre de los californianos cuajará en play off o se derretirá cuando el juego se endurezca, los Warriors sueñan con regresar de Oakland a San Francisco -mudanza prevista para 2017- con algún título más en su palmarés. Los "Splash Brothers" empujan al equipo, Klay Thompson y su socio Stephen Curry: una estrella sonriente, dulce, natural. El yerno ideal. Un líder contrario al que los Warriors tuvieron en 1975, cuando conquistaron su último anillo: Rick Barry, el jugador más odiado de la historia.

Stephen Curry es hijo de Dell, un excelente especialista en el tiro exterior al que su vástago ha dejado atrás. Rick Barry ha tenido una prolífica estirpe: Jon y Brent protagonizaron largas carreras en la NBA, Scooter y Drew lucieron a menor nivel. Ninguno de ellos puede hacerle sombra al padre. Los Warriors, que habían ganado en 1947 la BAA y en 1956 ya la NBA, acumulaban casi dos décadas de sequía -pese a haber dispuesto, por ejemplo, de Wilt Chamberlain- cuando Rick los llevó a uno de los triunfos más inesperados que se recuerdan. Un mérito que se le niega, como otros, por su ácido carácter.

Estando en Houston, y por limar algunas asperezas en la plantilla, el entrenador Del Harris llevó un psicólogo al vestuario. "Cerrad los ojos", les pidió. "Ahora visualizad cómo cogéis todos vuestros problemas y los metéis en una bolsa, la arrojáis al agua desde un puente y veis cómo se hunde en el agua. Cuando cuente tres abriréis los ojos y los problemas se habrán ido". Al concluir la cuenta, Bill Paultz descubrió a Rick Barry a su lado. "Eh, Rick, no lo entiendo, ¿cómo es posible que sigas aquí?".

Dave Hollander, que menciona esta anécdota, advierte que Paultz era amigo íntimo de Barry. De los escasos que tenía. Pero amigo socarrón, que señalaba: "A la mitad de los jugadores de la liga les disgusta Barry; la otra mitad lo odia". La colección de citas desagradables sobre el escolta es profusa. Mike Dunleavy aseguraba: "Si lo enviasen a la ONU, lograría que comenzase la Tercera Guerra Mundial". Ken Macker, ejecutivo de los Warriors, añadía: "Nunca encontraréis a un grupo de jugadores hablando de los buenos viejos tiempos con Rick. Compañeros y rivales lo detestaban". Y eso pese a que esos buenos viejos tiempos existieron.

Richard Francis Dennis Barry III tuvo una relación intermitente con los Warriors, entonces en San Francisco. Seleccionado por ellos en la cuarta plaza del draft de 1965, en 1966 se negó a renovar tras perder la final con los Sixers. Su suegro, Bruce Hale, dirigía en Oakland una nueva franquicia para la ABA. En aquel tiempo existía en los deportes profesionales estadounidenses la cláusula de reserva, que permitía a las directivas retener a sus jugadores un año más cuando expiraban sus contratos. Barry no lo aceptó. Pleiteó. Perdió el juicio. Y prefirió quedarse sin jugar. Se le añadió una lesión. Se pasó dos años en el dique seco. Sin embargo, su llegada a la ABA en 1968 surtió el efecto deseado. Se desató una puja entre las dos competiciones por las principales figuras, disparando los salarios. Después llegaría la protesta liderada por Oscar Robertson, que condujo al sistema actual de agentes libres, y en el béisbol la de Curt Flood. Ambos se ganaron la gratitud del gremio. La rebelión de Barry, que lo inició todo, se pierde en sus aristas e impertinencias.

Barry, el único máximo anotador en la NBA (35,6 puntos por partido en 1967) y la ABA (34 en 1969), ganó el campeonato del balón de colores con los Oakland Oaks. Pero pocos lo soportaban demasiado tiempo. Fue traspasado a los Washington Caps, de allí a los New York Nets. Cuando quisieron enviarlo a Virginia, declaró públicamente que le horrorizaba la posibilidad de que su hijo Scooter llegase a casa de la guardería hablando con acento sureño. Volvió a cruzar la frontera de la NBA. Regresó a casa.

En los Warriors lo recibieron con los brazos abiertos. El propietario, Frank Mieuli, había conservado la camiseta de Barry en su despacho durante aquel lustro de ausencia. Aunque se habían enfrentado judicialmente cuando Barry forzó su marcha, Mieuli había entendido su reclamación Era un empresario liberal, excéntrico, iconoclasta -en 1969 había intentado que Denise Long fuese la primera mujer en la liga y se lo vetaron-. Solo rompería con Barry en 1978, cuando éste lo abandonó para irse a los Rockets. Aquello sí fue una traición que Mieuli no pudo soportar. Se negó a retirar su dorsal hasta que a mediados de los ochenta vendió la franquicia. Jamás volvió a hablar con él ni de él.

Barry se merecía el homenaje en lo estricto del baloncesto. Su campaña 1974-1975 resultó excepcional. Sus Warriors barrieron en la final (4-0) a los Washington Wizards, que era favoritos. Siempre había un pero. Pese a que sus estadísticas de asistencias lo desmientan, Ron Reid escribía para Sports Illustrated: "Daría antes su sangre a un compañero que el balón".

Nadie lloró su retirada. Su mordacidad le ganó un sitio como comentarista deportivo y así ha seguido, soltando latigazos. "Fue Larry Bird antes de que Larry Bird existiese", se ha escrito de él. Según algunos, el mejor jugador blanco que ha existido. Es legendaria su técnica en el tiro libre, a la cuchara, con un promedio de acierto superior al 90 por ciento. Nunca protagonizo anuncios ni recolectó elogios, sin embargo. Sus demonios han pesado demasiado. En su biografía, la misma en la que su madre le llama "codicioso", revela: "Una vez le di un puñetazo a una monja".

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