La ruleta de Mateu Lahoz

El árbitro valenciano desorientó a los jugadores con su cambiante criterio en la gestión del contacto

Los célticos, sorprendidos tras la señalización del penalti. // Marta G. Brea

Los célticos, sorprendidos tras la señalización del penalti. // Marta G. Brea

Vigo

De Mateu Lahoz se decía que había fabricado un personaje concreto, muy definido en sus características, en el límite de la caricatura en los malos días. Pero es un elenco dramático al completo el que se agita en su cabeza. Cohabitan un Mateu afectuoso y un Mateu airado; un Mateu permisivo y un Mateu riguroso; un Mateu a contracorriente, y un Mateu convencional. Gira la rueda en cada instante. El Celta apuesta y pierde.

Antonio Miguel Mateu Lahoz es diferente a sus colegas. Lo ha sido desde que en 2008 irrumpió en el escenario de Primera División y seguramente lo era antes. Tiene su mérito haber progresado en el conservador escalafón arbitral siendo fiel a un particular credo. Mateu se siente un árbitro inglés. Y hace de sus alrededores Inglaterra. Consiente el juego físico. Apuesta por el diálogo. Eso le ha granjeado partidarios, siendo Mourinho el más significado, y detractores -y están los más ácidos seguramente entre los miembros de su propio gremio-. Porque Mateu ha pretendido encabezar una revolución en la que nadie lo ha seguido. La maleza que desbrozaba volvía a cerrarse a sus espaldas. No están los jugadores españoles preparados para mantener una relación tan abierta con los árbitros. Algunos entienden la propuesta de diálogo como una carta blanca para protestar. Es cómica la imagen de Mateu caminando detrás de Orellana, como persiguiéndolo a cámara lenta, esperando que se dé la vuelta para amonestarlo. Pareció que seguirían así, como enamorados que se han enfadado, por el paseo del Lagares. El valenciano charla, reparte caricias y a la vez castiga las protestas. Quiere lo uno y lo otro. Entre tanto, acapara cámara y tiempo. Contribuye a interrumpir el ritmo.

Quizás a Mateu le hayan podido las presiones de sus jefes arbitrales para que adopte un criterio más al uso. Lo cierto es que a veces parece querer rebelarse contra la criatura que es él mismo. Sucedió ayer en Balaídos., lo que desorientó a los jugadores, que se habían pasado la semana aclimatándose mentalmente a lo que podía esperarse de Mateu. Porque la carga de Augusto sobre Muniain, en ese terreno brumioso de qué fuerza se permite, es de las que se supone que Mateu consiente. Y el valenciano se bandea como mecido por el viento y ora castiga los leves empujones, ora alienta el juego más viril. Expulsará a San José pero se le escapa vivo Beñat, que deja el pie sobre Hugo Mallo en lo que era claramente la segunda cartulina amarilla. En cada contacto se puede escuchar el redoble de tambor de la incertidumbre. Mateu debiera reflexionar. Un árbitro que defiende en teoría la continuidad en el juego se ha acabado convirtiendo en el máximo responsable de interrumpirlo.

El Celta no puede construir el relato de su derrota sobre las decisiones del colegiado. Pero es cierto que en el juego de la predicciones, en intentar saber si el siguiente en silbar era Mateu o su contrario, se movió peor que el Athletic.

Tracking Pixel Contents