Alfredo di Stéfano es uno de los miembros del particular olimpo de jugadores históricos del fútbol. Un club extraordinariamente selectivo. No es un Salón de la Fama de los deportes estadounidenses. Ni siquiera existe oficialmente como tal. Pero sólo lo componen cuatro futbolistas. Esos a los que nadie discute su valor en la historia balompédica. Son Pelé, Cruyff, Maradona y él mismo. Los hay que han querido incluir a Zidane, pero no acaba de funcionar el fórceps. Y es probable, aunque tiene que rematar su carrera deportiva, que Messi entre en un futuro cercano.

Sin embargo, algo distingue a Di Stéfano: ser capaz de conseguir ese papel histórico sin presencia alguna en el escaparate más importante: el Mundial de fútbol. Pelé ganó dos, que debieron ser tres. Maradona, uno. Cruyff fue finalista. La Saeta no disputó ni un sólo partido.

El idilio de "don Alfredo" con el equipo nacional fue, cuanto menos, paradójico. Se le contabilizan diez partidos con la albiceleste materna, con la que no llegaría, por lo menos, al mundial de Brasil 1950. Luego, su rastro se pierde durante ocho años, los correspondientes a sus años en Millonarios de Bogotá y su llegada al Real Madrid. A los tres años ya se había convertido en un futbolista de interés general y, tal como sucedió con Ladislao Kubala y Ferenc Puskas, consiguió la nacionalidad española y la posibilidad de jugar con una selección diferente (no existían las restricciones de ahora y prueba de ello es que Kubala lo hizo no sólo con Hungría y España, sino también con Checoslovaquia).

Paradoja de las paradojas, en una época en la que el Real Madrid era el rey de Europa y el Barcelona no le andaba a la zaga, más estas dos grandes figuras internacionales, la selección no consiguió acceder a la fase final mundialista ni de 1954 (él aún no podía jugar) en Suiza ni en 1958 en Suecia. Una selección con Ramallets, Juanito Alonso, Santisteban, Zárraga, Gensana, Olivella, Basora, Kubala, Luis Suárez, Puskas, Di Stéfano y Gento, por ejemplo, no alcanzó plaza en los años cincuenta.

La mano del "bambino"

Di Stéfano se quedó fuera en 1958 por la mala suerte, conocida ya hasta la saciedad, de la mano inocente del "bambino" Franco Gemma, quien deshizo por sorteo el desempate entre España y Turquía. No debía haber tenido problemas España para eliminar a los otomanos, pero pasó lo que pasó.

Parecía que Chile 1962 iba a ser, por fin, el Mundial de Di Stéfano, que, aunque ya con 36 años, seguía siendo pilar básico del Real Madrid que ganaba Copas de Europa a troche y moche. Pero se lesionó en uno de los últimos partidos de preparación.

Se cree, se supone, que con él sobre el terreno de juego, la suerte de la selección habría sido otra. España quedó eliminada en la primera fase. Le sobró la presencia de Amarildo curiosamente, el sustituto del también lesionado Pelé, que le remontó la ventaja en el marcador del partido decisivo.

Lesión y final de una etapa

Precisamente, ese partido en el que se lesionó (contra Francia) sería el último de Di Stéfano con la selección. Ya no se le esperaba para Inglaterra 66: estaba disputando sus últimas horas como futbolista en activo con el Espanyol. Para entonces, la selección era un capítulo pasado.

En cinco años con la Roja, Di Stéfano disputó 31 partidos, una cifra más que respetable, que lo mantuvo en los puestos de honor de la lista histórica hasta que los tiempos modernos multiplicaron la cantidad de partidos internacionales. Además, sus 23 goles le mantienen en el séptimo puesto de la clasificación general de goleadores y con muchos menos partidos que los que le acompañan en los lugares de honor.

El de Di Stéfano y la Copa del Mundo fue un amor imposible, pero no fue un lastre para que la historia del fútbol le reconozca sus méritos. Sólo queda ahora una duda: ¿cómo de buen futbolista habría sido ahora, con los métodos de entrenamiento, equipamiento y sistemas tácticos? La máquina del tiempo no entiende de esto.