Cuando el partido se convierte en una cuestión de fe, por allí suele aparecer Diego Godín. El uruguayo calificó a su país para los octavos de final gracias a un remate a medias entre el hombro y la espalda que recordó de forma instantánea al lque le dio la Liga al Atlético de Madrid en el Camp Nou. Un saque de esquina potente, ligeramente abierto, que Godín busca con un vuelo majestuoso. Ayer saltó tan arriba que tuvo que improvisar para encontrar una parte del cuerpo con el que rematar. Fue la espalda como pudo ser el ombligo. El gol tiene una evidente trascendencia para el torneo porque sirve para enterrar otra de las esperanzas europeas: la Italia de Prandelli, un bello propósito que va camino de obra inacabada sobre todo después de que el seleccionador anunciase a la conclusión del partido su renuncia a seguir en el cargo. Y también supone el adiós de personalidades como Pirlo o Buffon que han distinguido a esta selección en los últimos años. Sigue el éxodo de los europeos en el torneo, asfixiados por la humedad, la intensidad de los americanos y esos detalles que acaban por sellarte el pasaporte de vuelta a casa. Ayer Italia muere por muchas cosas, por su indefinición durante buena parte del partido, por la lesión de Verratti que le negó a su mejor futbolista en el momento más delicado y también por un arbitraje cegato que convirtió en roja directa una entrada de Marchisio a media hora del final y perdonó a Luis Suárez por dar un indecente y cobarde mordisco -la especialidad de la casa- a Chiellini que pagó tal vez el exceso de teatralidad con la que se movió durante casi toda la tarde, persiguiendo rojas donde a veces había caricias.

El partido se jugó como las grandes batallas del fútbol mundial en las que ceder un metro al rival parece un pecado imperdonable. Demasiado en juego, todo el Mundial en un partido. Se luchó desde el pitido inicial, se pegó mucho, se exageró cualquier choque. Italia se alejó demasiado de la idea inicial que mantuvo en el hermoso partido de la jornada inicial contra Inglaterra. Uruguay apretó a Pirlo y el equipo se quedó a medio camino pese a que Verratti hizo esfuerzos para darle continuidad al buen gusto. El medio del PSG fue una de las pocas noticias importantes de un partido áspero y trabado. Prandelli cambió la pareja de baile a Balotelli, pero a Italia le siguió faltando kilos en el área rival.

Uruguay, alertada por la contrarreloj que jugó en el segundo tiempo, encontró aire con la expulsión de Marchisio que dejó a Italia en precario con media hora por jugar. Su tradición histórica invita a confiar siempre en los trasalpinos cuando se enfrentan a esta situación. Pero el pecado de quedarse a medio camino de todo es que tampoco el equipo resiste como en otro tiempo. Tabárez sacó todo lo que tenía del banquillo, se lesionó Verratti, Suárez se lio a mordiscos y al final el bocado más grande se lo dio Godín con un remate propio de quien está convencido de tener una misión divina.