El Blusens Universidade de Vigo, aventurero en División de Honor, que era territorio inexplorado para el rugby gallego hasta su llegada en 2011, ha añadido otra página hermosa a su historia. Un relato que los rugbiers se contarán al amor de la lumbre, orgullosos de haberlo contemplado; los pioneros y sus hijos, unidos ayer en la grada y ahora en la memoria de una tarde gloriosa. El XV del Olivo remontó el 29-10 que el Sant Cugat habría logrado en el partido de ida y militará en la élite por cuarta temporada consecutiva.

Una hazaña que sólo puede explicarse en el perfecto alineamiento de todos los ingredientes. El Blusens remedió a tiempo sus peores pecados. Se atuvo con estricta fidelidad al acertado plan que había diseñado el cuerpo técnico y lo aplicó con coraje. Los jóvenes del Sant Cugat, bien dotados en calidad pero escasos en kilos y cicatrices, se deshicieron como azucarillos ante la avalancha viguesa.

Las circunstancias, a diferencia del pasado domingo, beneficiaron al Blusens. El Sant Cugat, inquilino de un campo de hierba sintética, no se adaptó al césped salvaje de As Lagoas. Le pesó el fuerte viento, que los locales interpretaron mejor. Y pagaron el entumecimiento del viaje. Llegaron en avión, con apenas una hora de margen.

Monreal, Mera y Maxwell, el trío técnico, analizaron con acierto los datos que ofreció el encuentro en Barcelona. Y conminaron a sus jugadores a interpretar el guión que habían preparado. Para asegurarse, el propio Monreal se incrustó en la segunda línea. El Sant Cugat brilla en las combinaciones a la mano de sus tres cuartos. Flaquea, en cambio, en delantera. Y ese fue el campo de batalla que el Blusens escogió. El XV del Olivo dominó la melé ("no scrum, no win", reza el viejo credo del oval). Entró con mayor furia en las fases de conquista. E impuso su ritmo en el juego dinámico.

No es una metamorfosis fácil. Monreal y Maxwell, desde su llegada, se han esforzado en dotar a su proyecto de una personalidad tan alegre como la que exhibe el Sant Cugat. Esta vez, sin embargo, tocaba ser más pragmático que idealista. Había que jugar a lo británico. Los vigueses lo asumieron como si hubiesen nacido en Twickenham; quizás como un homenaje a los trabajadores del Cable Inglés que introdujeron su religión deportiva en estas tierras a finales del siglo XIX. El Blusens insistió en el "pick and go" de forma obsesiva, desde su propia veintidós a la contraria. Organizó el maul siempre que pudo. Cargó, cargó y cargó, dejándose la vida, tronchando a los catalanes como espigas.

Aunque los ensayos llegaron pronto, no todo fue rodado. El Blusens tuvo que sobrevivir al viento en contra de la primera parte (que impidió que Simon anotase las conversiones), a sus imprecisiones (demasiados avants) y al maravilloso Berasategui, un apertura de gatillo fácil. El 18-11 del descanso parecía quedarse corto en el itinerario previsto.

El instante de crisis llegó con las expulsiones temporales de Berlande y David Monreal. A este último, tras anotar un rápido ensayo en la segunda mitad que disparaba el marcador hasta el 25-11, le pudo la rabia de jugador sobre la frialdad del entrenador. Pero sus compañeros se ajustaron bien al escenario. Simon cabalgaba ahora sobre las rachas de viento y los delanteros seguían atrayendo a los rivales a la emboscada del choque furibundo.

Quedaba una última lección maestra. Cuando Tatafu culminó la remontada (35-11, minuto 55), el Blusens resistió la tentación de proteger el botín con miedo o codicia. George y Reynolds gestionaron con mesura el pateo. Los "gordos" mantuvieron el martilleo de recogida y empuje. Simon amplió la ventaja por encima del ensayo transformado. Los catalanes se mantenían en pie en apariencia, pero era simple inercia. Bajo la piel, los vigueses les habían destrozado la musculatura y el espíritu. As Lagoas estalló de júbilo. Una gesta para contarla.