Un ciclista son sus recuerdos, los innumerables días de sufrimiento, las marcas de las caídas, la felicidad de las victorias, la rabia de las derrotas, la amargura de las traiciones. Sin ese equipaje es como si no hubieses existido.

A estas horas Alex Marque debería estar en A Estrada recuperando sus piernas de su primer Giro de Italia y disfrutando de la prima por haber ayudado a ganar la carrera a Nairo Quintana. No cuesta imaginarlo tomando café con su grupeta de entrenamiento mientras repasa lo vivido en Italia. "Alex, cuéntanos cómo es el Zoncolan", le dirían con los ojos bien abiertos. Y él reviviría la ascensión para ellos. Y les hablaría de Oropa, el santuario de Pantani; de las cuestas de Montecampione, del descenso del Gavia, de la nieve del Stelvio o de la debacle que para muchos fue Montecassino. Lugares que le acompañarían para siempre y que justifican una vida dedicada al ciclismo.

Pero a Marque le robaron ese sueño. El Giro para él ha sido un dolor, una herida por la que ha sangrado en las últimas semanas. Hace siete meses, cuando Eusebio Unzue le susurraba promesas de novio enamorado, la ronda italiana estaba en su calendario. Y un par de clásicas en Bélgica. Algo impensable. Marque estaría allí, en Flandes, donde el ciclismo es religión y los adoquines motivo de orgullo para un pueblo. Todo desapareció de repente cuando la UCI abrió una investigación a raíz de los resultados anómalos de una serie de controles en la última Vuelta a Portugal que ganó el gallego. Movistar, el equipo que le habían reclutado para convertirlo en el protagonista de la versión ciclista de La Cenicienta, le apuñaló sin piedad. Antes de que se pronunciase ningún organismo el equipo rompió el contrato con Marque y le arrojó a los pies de la opinión pública. La eterna hipocresía del ciclismo, deporte caníbal con los suyos e incapaz de proteger los derechos más esenciales de los corredores. La actitud del equipo, siniestra a más no poder porque coincidió en fechas con la posibilidad de contratar a buen precio lo que había quedado libre tras la desaparición del Euskaltel, equivalía a una condena, la peor de ellas. Desde entonces Marque vive en ese limbo legal en el que el ciclismo encierra muchos de sus casos. Ahí lleva más de medio año. Meses de incomprensión, retrasos y silencios. No estás suspendido, pero no puedes correr; nadie te ha castigado pero se te cierran casi todas las puertas. Una situación en la que colaboran organismos, federaciones, equipos, patrocinadores y asociaciones de ciclistas. Nadie se mueve, protesta, ni actúa por miedo a que el implacable sistema te destruya. Y por eso se arrincona y pisotea a quien necesita unas mínimas garantías legales o simplemente una respuesta.

Marque solo pide eso, una respuesta. Su caso no obliga a una compleja discusión médica sobre el origen de una sustancia o la contaminación que pueda haber en un trozo de solomillo procedente de alguna extraña carnicería. Su asunto es bien sencillo. Admite la aparición de la dichosa betametasona porque tenía un permiso sellado por el médico de la UCI que le permitía infiltrarse a causa de la importante inflamación en la rodilla que padecía durante la Vuelta a Portugal, documentos que mostró desde el primer día. No se discute otra cosa. ¿Valen o no valen esos papeles?, ¿hizo bien o mal?...No parece que haya que llamar a la NASA para resolver una cuestión que sin embargo acumula siete meses de espera.

El ciclista ha decidido dar un paso hacia delante y defender su dignidad subido a la bicicleta, a ojos de todo el mundo. Disputará con un equipo amateur, el Froiz, un par de carreras y luego lo hará como independiente. El entramado del ciclismo se lo permite porque no está sancionado, aunque al mismo tiempo le veta su presencia en estructuras profesionales. Su gesto encierra grandeza. No son muchos los que en su situación se atreven a darlo. Otra forma de defensa, suya y también de la profesión de ciclista. Su mirada vuelve a estar en la Vuelta a Portugal si la Federación resuelve su caso a tiempo y algún equipo aún tiene sitio para él. El triste consuelo que le queda a un corredor al que le robaron el sueño de contarle a sus amigos cómo es el Zoncolan de cerca.