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El ciclón blanco se estrella contra la montaña

Un Maccabi "colchonero" se impone al Real Madrid, en el que solo Sergio Rodríguez estuvo a la altura

Rudy Fernández recibe una dura falta de Schortsanitis. // Juan Carlos Hidalgo

Rudy Fernández recibe una dura falta de Schortsanitis. // Juan Carlos Hidalgo

Es otro deporte y un torneo de diferente mecánica. Inevitable, sin embargo, la comparación. El Maccabi escribió ayer un relato maravilloso al estilo del Atlético en la Liga. Compromiso, disciplina y táctica pudieron más que el talento. Y es Blatt el Cholo del baloncesto. Un entrenador que maneja la pizarra y el corazón. Ambos incluso enardecen a la grada con los mismos aspavientos.

El juego alegre del Real Madrid suspendió el examen definitivo. La final se fue a guarismos altos gracias al ametrallamiento de tiros libres de la prórroga. En realidad, el partido se decidió en lo que se acostumbra en la Euroliga. Es la competición que el Limoges de Malikovic ganó con 59 puntos. La exquisitez merengue se disolvió en el cuerpo a cuerpo planteado por Maccabi. El ciclón merengue, aparentemente reforzado en la semifinal ante el Barça, se estrelló contra la montaña. No la montaña humana que es Schortsanitis, bien neutralizado, sino la montaña de fe que resume la historia macabea desde su propio nombre, referido a los hermanos que batieron al imperio seleúcida. El Maccabi superó el factor cancha ante el Armani Milan; remontó ante el CSKA; maniató al Real Madrid. Es David por triplicado, en otra mención bíblica.

El ciclón blanco se estrella contra la montaña

El ciclón blanco se estrella contra la montaña

Una derrota tan dolorosa desatará las críticas: el deficiente manejo de armas como Carroll, la inoperancia de Llull, la desaparición en los momentos cruciales de Rudy, Reyes y Mirotic... Sólo el Chacho, y en menor medida Bourousis, ofrecieron el nivel esperado. Protagonismo incluso excesivo del canario, a cuya espalda se escondieron demasiados.

Blatt inició su lección estratégica en el inicio, con Schortsanitis en el quinteto inicial. Los primeros ataques tasaron la confrontación de estilos. El Maccabi, buscando obsesivamente al pívot griego; el Real Madrid, febril en el perímetro. Los blancos no se descompusieron. Saben que Schortsanitis tiene el depósito escaso. Y no genera juego hacia fuera. Las ayudas acabaron frenando al coloso, empeñado en cargarse de faltas.

Chacho no necesitó jugar en el primer cuarto. La simple amenaza de su entrada en cancha insufló energía a sus compañeros. Les recordó lo que les distingue. El Real Madrid cogió ritmo y enriqueció sus ataques. Del 7-13 se pasó al 16-15 y la reacción, ya con el MVP de la Euroliga al mando, continuó en el segundo cuarto (33-22). Lejos aún del momento habitual de ruptura, pero en esa dinámica en la que el Barcelona, dos días antes, perdió el decoro. Pero el Maccabi se sabe construido para sufrir. Jamás se rinde. Blu acortó distancias justo antes del descanso (35-33).

Pareció apenas un instante de reposo en el galope blanco. Por contra, el partido ya no abandonó esa fase mesetaria. Ningún otro amago de escapada. Cuatro puntos arriba o abajo, en territorio incómodo para el Real Madrid porque apenas lo ha transitado. Hickman y Rice asumieron los galones. En el bando blanco, todo se concentraba en el Chacho, cuyos descansos se le antojaban de siglos a sus compañeros.

Laso no supo cómo frenar el sencillo diseño de Blatt ni quiso apostar por una zona que contraría sus principios: penetración en el uno contra uno, bloqueo y continuación en el dos contra dos. El hambre israelí les llevó a dominar el rebote ofensivo. Administraron sus faltas para interrumpir el flujo rival. Se adaptaron mejor al criterio arbitral, permisible en los contactos porque es lo que toca.

El temple de Bourousis en los tiros libres permitió al Real Madrid salvar el primer "match ball". Rice falló el triple que hubiera ahorrado la prórroga. No volvería a perdonar. El base americano convirtió el Mediolanum Forum en el "playground" del barrio. Sus 26 puntos constituyen la mejor anotación en una final desde Ginobili en 2002. En las filas blancas muchas muñecas se arrugaron. El carrusel de faltas alargó la agonía.

El peligro es que Florentino Pérez, que viajó con Ignacio Gutiérrez y Ana Botella a la fiesta que le pronosticaban sus asesores, se replantee su inversión en una sección que nunca le ha interesado. El bello sueño de Laso se merece que insista. El Maccabi, la admiración del mundo entero.

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