Todos los gestos cobran sentido en la lectura posterior de los acontecimientos. Al Octavio se le nota un entusiasmo especial desde el calentamiento. El banquillo jaleará con gritos cada acción meritoria. Abundarán los gestos de ánimo y complicidad. La victoria se festeja con ilusión de benjamines, como si incluso los más talludos ganasen por primera vez. Los académicos celebran la vida, porque seguir vivos en la pelea por el ascenso es lo que estaba en juego.

Da igual que el guión haya cambiado respecto a lo previsto. La visita del Alcobendas a Vigo debía valer para la plaza de ascenso directo. Sólo los madrileños han cumplido su parte del trato. Llegaron a As Travesas como líderes virtuales, solo por debajo de un Barcelona B que pertenece a otro universo en calidad, presupuesto y normativa. Al Octavio lo descabalgó febrero. Le robaron el mes o lo extravió, entre lesiones, pecados propios y arbitrajes. Cuatro derrotas consecutivas amenazaron con el colapso total. La reacción llegó paradójicamente con el empate en casa del colista. Un punto miserable en teoría, pero que se logró remontando cuatro goles en los últimos cinco minutos. Otra prueba del alma que tiene este vestuario, que se dice las verdades a la cara y afronta con unión sus mil estrecheces.

Uno, por fuerza, ha de comprometerse con la causa si es vecino de taquilla de Fran González. Treces goles marcó ayer el primera línea de 41 años. Seis de seis desde los siete metros. Quizás su récord personal tras un cuarto de siglo en el oficio. "No sé si es mi récord. ¿Trece han sido? Mal número si no crece", bromea al final. Nunca le ha importado el lucimiento personal. Nadie entiende como él los secretos del juego. Le queda tiempo para repartir unas cuentas asistencias.

Fran es el olmo viejo de Machado. Quizás parezca muerto en la apariencia de su trote cansino. Pero en él se renueva constantemente el milagro de la primavera. El asturiano penetra por la defensa del Alcobendas como si saliese a dar un paseo en la mañana del domingo, antes de misa. En cada paso confunde al rival con un amago del brazo o de los ojos. A compañeros y espectadores les arrancará exclamaciones de asombro. También Lloria.

El central es constante en su producción. El portero irrumpirá cuando sienta que su equipo flaquea. Se comporta con especial crueldad hacia el Alcobendas, sentenciándolo cuando los madrileños parecían haber recobrado la esperanza. Caza una vaselona con el 29-26 en el marcador que retrata su sabiduría.

Serán los únicos momentos de sufrimiento del Octavio, que en la primera parte se comporta como el equipo que hubiera podido ser sin tanta desgracia. Exhibición defensiva del 6.0 y extraordinaria efectividad ofensiva. Quique ha radiografiado con acierto al Alcobendas. Los extremos circulan con insistencia a seis metros. El balón recorre todo el frente de ataque, agrietando el 5.1 visitante. El Alcobendas sólo respira en las superioridades numéricas. Daniel Sánchez-Nieves agota pronto los tiempos muertos, sin encontrar el remedio. El 16-10 premia treinta minutos primorosos.

Queda trabajo por hacer porque el Alcobendas tiene dinamismo, muchos recursos y un físico fresco y poderoso, incluso de gran estatura para el estándar actual de la deteriorada competición española. A Márquez no lo descifran los académicos. El Octavio mantiene el tono hasta el minuto 50. En ese instante la proximidad del final empieza a pesarle. El hambre lo vuelve especulativo. Craso error. El Alcobendas multiplica la agresividad de su presión. Cuatro pérdidas consecutivas reabren el choque a poco más de dos minutos (29-27). Lloria y Fran recuperan el control y cierran el choque. El Octavio, harto del frío y la lluvia, anticipa en una semana la primavera