Elena Mukhina era una chica triste con una mirada triste. Pocos motivos tenía para sonreír. La vida le enseñó demasiado pronto su cara más amarga porque solo tenía cinco años cuando perdió a su madre en un incendio (su padre se había ido de casa dos años antes). Criada por su abuela materna, Elena encontró refugio en la gimnasia el día en que un entrenador acudió a su colegio en busca de niñas que quisiesen entrar a formar parte de la sección con la que contaba el CSKA de Moscú. Tenía solo doce años y de inmediato los técnicos advirtieron en aquella menuda muchacha, permanentemente seria, unas condiciones gigantescas.

Mihajl Klimenko, que venía de la gimnasia masculina, se convirtió en su entrenador. Con él Mukhina descubrió las sesiones interminables, la exigencia por norma, no concederse ni un respiro y llevar el cuerpo muy por encima de los límites. Las autoridades deportivas de la URSS estaban inquietas a mediados de los setenta por la irrupción arrolladora de las gimnastas rumanas que se habían atrevido a discutir su tradicional reinado. En 1976, con dieciséis años, Mukhina gana con el campeonato nacional juvenil casi al mismo tiempo que Nadia Comaneci se impone en los Juegos Olímpicos de Montreal y genera una crisis interna en la gimnasia soviética que no acepta la derrota con facilidad. Las autoridades cargan contra la responsable del equipo, la legendaria Larisa Latynina, que dice aquello de "yo no tengo la culpa de que Comaneci haya nacido en Rumanía". Se suceden las reuniones y la petición de explicaciones. La consigna interna resulta muy clara: una cosa es perder en Montreal y otra bien diferente es hacerlo en 1980 en los Juegos de Moscú con lo que se intensifica el trabajo de cara a esa cita. Y en ese momento todo el mundo mira hacia Elena Mukhina; la única gimnasta en la que se advierte el potencial suficiente como para hacer frente a la diosa rumana. Por aquel entonces Klimenko, su entrenador, comienza a introducir elementos propios de la gimnasia masculina en los ejercicios de las mujeres. Respeta la tradición soviética de los movimientos basados en la expresión y el ballet, pero aparecen nuevos saltos y giros nunca vistos antes en la gimnasia femenina. Lo que no cambia es la disciplina y las más de ocho horas de entrenamiento diarias.

En 1977 comienzan a llegar los primeros frutos. En el Europeo Mukhina gana tres oros y pierde por escaso margen el concurso general ante Comaneci. Es un simple aviso de lo que sucedería al año siguiente en el Mundial de Estrasburgo. Es la hora de la explosión de la gimnasta moscovita que conquista cinco oros y se impone a la rumana. En Francia sorprende su inmensa seguridad y la mezcla de plasticidad y potencia que inundan sus ejercicios. Los analistas comenzaron a referirse a un nuevo tiempo en la gimnasia femenina representado por Elena Mukhina.

El problema es que Klimenko quería llevar demasiado lejos su plan. De cara a los Juegos de Moscú comenzó a incluir en el ejercicio de suelo de Mukhina el salto Thomas que solo realizaban los hombres y que resultaba extremadamente peligroso porque si no se alcanzaba la altura y velocidad necesarias se corría el riesgo de sufrir una seria lesión. Años después la propia Mukhina confesaría que en más de una ocasión, de forma tímida, había comentado a su técnico que no se sentía demasiado segura realizando ese salto y que la respuesta que le había dado era que "las gimnastas como tú no se rompen el cuello".

En 1979 las cosas se complicaron de forma inesperada. Mientras preparaba el Mundial de Estados Unidos Mukhina se rompió una pierna que la tuvo meses en el dique seco. Klimenko y el jefe de equipo de la URSS, Aman Shaniyazov, la presionaron de manera impensable para que regresase cuanto antes a los entrenamientos. Se adelantaron los plazos hasta el punto que la pierna de Mukhina exigió una nueva intervención quirúrgica. El calendario comenzaba a presionar a los dirigentes del deporte soviético y de la Federación de Gimnasia en particular. Aunque de un modo ligeramente más prudente la presión sobre Mukhina se mantuvo. Reapareció unos meses antes de los Juegos sin que Klimenko cambiase los planes sobre el salto Thomas pese a que el periodo de baja había mermado las condiciones de la moscovita. El técnico estaba convencido de que los Juegos de 1980 merecían un elemento como ese que cambiaría para siempre la historia de la gimnasia femenina y convertiría a Mukhina en una leyenda. Dos semanas antes de la cita, en una concentración en Minsk, llegó la tragedia. Mientras entrenaba el ejercicio de suelo, la gimnasta no logró la altura necesaria y se golpeó con violencia la cabeza contra el suelo. La Federación Soviética se limitó a decir que una lesión apartaba a Mukhina de los Juegos Olímpicos mientars comenzaban a circular rumores sobre la verdadera causa de su ausencia. Se había quedado tetrapléjica tras romperse el cuello, una verdad que tardó meses en conocerse porque la URSS escondió a la deportista y consiguió construir a su alrededor una barrera que nadie era capaz de cruzar. Hubo de pasar más de un año hasta que los medios publicaron el verdadero estado de la gimnasta, momento en que algunos de los dirigentes la acusaron directamente de querer realizar "ejercicios para los que no estaba preparada". Mukhina apenas dijo nada y solo en una entrevista para un documental admitía ser una víctima de un sistema enfermizo que solo contemplaba llegar al éxito en el deporte de la manera que fuese. Su abuela la cuidó hasta que el 22 de diciembre de 2006 murió como consecuencia de las complicaciones derivadas de su grave lesión. El salto Thomas fue prohibido para siempre en la gimnasia femenina.