Una de las expresiones a la que más recurren los aficionados del Celta al referirse a la relación establecida con su equipo es la de la "bendita condena". Resulta casi perfecta para expresar todo lo que hay implícito en esta forma de relacionarse. Se sufre, pero se disfruta de ese sufrimiento, de esa necesidad casi física y mental de compartir con el equipo los momentos más complicados.

A lo largo de la historia el compromiso de Vigo y de buena parte de Galicia con el Celta quedó claro. El viejo campo de Coia, el que estaba situado en la parcela donde ahora se unen Beiramar con la Calle Coruña, no tardó en quedarse pequeño para satisfacer a los centenares de aficionados por lo que el club tuvo que mudarse a otro lugar, a Balaídos, al lugar donde permanece el envejecido estadio. El nuevo campo se inauguró el 30 de diciembre de 1928 y sufrió varias ampliaciones para dar cabida a la pasión que los vigueses sentían por el equipo y que trasladaban allí donde podían. Afición viajera -dentro de sus modestas posibilidades-, apasionada, entendida y crítica durante buena parte de su vida. Siempre tuvo una cualidad por encima de todas y es su apoyo al equipo en los momentos más delicados. Sucedió durante todo el siglo XX, con los atropellos federativos que sufrió el club en sus primeros años y con las crisis graves que surgieron en momentos puntuales sobre todo la crisis de los avales que supuso en agosto de 1995 el descenso federativo del Celta. Aquello provocó una movilización en la ciudad como pocas veces se recuerda y que llevó a miles de vigueses a Madrid, a las puertas de la Liga de Fútbol Profesional, para protestar por tal medida. Esa capacidad para mover a los vigueses vive en la actualidad uno de sus momentos más gloriosos. De un tiempo a esta parte la afición se ha rejuvenecido y ha intensificado la relación con el club. Ninguno de los éxitos recientes se pueden entender sin el decisivo papel jugado por su gente.