Regresaron a cuentagotas desde Puertollano, donde han alcanzado la gloria. Algunos, en coches particulares y con diferentes destinos; el grueso de la expedición, en autobús a Vigo. Los componentes del Celta indoor ya se encuentran en sus lugares de descanso. Vuelven convertidos en campeones de la Liga Fertiberia. Un viaje de 1.000 kilómetros entre ida y vuelta, pero más largo aún en lo significativo. Es el desquite de una generación tantas veces despreciada por la fortuna.

Ayer, en el autocar, mientras devoraban asfalto aproximándose al hogar, los célticos estaban atentos a las novedades del Celta B. "Es un año completo para la familia celtista, de la que formamos parte", comenta el entrenador del cuadro indoor, Moncho Carnero. El ascenso del filial se añade a la permanencia del primer equipo y ese título liguero de los veteranos. Moncho se emociona: "Es tan bonito".

El Celta indoor no tiene ninguna vinculación institucional con el club de Balaídos. Los lazos sentimentales, sin embargo, son amplios y poderosos. En la plantilla indoor figuran exjugadores reconocibles en su fe celeste. Y en consecuencia, marcados por el aciago destino que parecía propio del color. Otero, Bajcetic, Ratkovic o Villanueva formaban parte de aquel Celta que perdió la final de Copa del Rey de 1994 en la tanda de penaltis del Calderón. Tomás, por ejemplo, vivió el disgusto de aquel último partido ante el Atlético que dejó al conjunto en las orillas de la Champions.

Moncho Carnero los supera en desgracias. Él era en el Calderón el ayudante de Txetxu Rojo, como lo era de Víctor Fernández ante el Atlético o en la final de Copa del Rey de Sevilla ante el Zaragoza. Cierto que vivió también muchas noches de júbilo. Por alegrías modestas como una permanencia, con Castro Santos; por las grandes gestas, con Irureta e incluso Lotina y Fernando Vázquez. Con todo, el fútbol le debía una, que Moncho se cobra con su eterna placidez. "Es mi primer título, tanto a nivel personal como formando parte de un colectivo. La sensación es preciosa", confirma.

La resolución de la final contra el Valladolid, personaje secundario habitual en las alegrías célticas, contribuyó a la explosión que se vivió en el Pabellón Antonio Rivilla. El Celta dominaba por 7-3 en la segunda mitad. "Nos entró una pájara goleadora", resume Carnero. El Valladolid forzó la prórroga marcado el 7-7 en el descuento. "Un palo grande". Carnero confiesa: "Pensé que se nos escapaba. Hubiera sido una auténtica pena".

En la charla previa a la prórroga habló a sus jugadores de la necesidad de seguir trabajando. Realizó algunas correcciones. Les urgió a buscar el gol. Pero el gol que primero llegó fue el vallisoletano. El 7-8 seguía en el marcador al entrar en los dos minutos finales. Fue cuando Jacabo Campos se agigantó para lograr dos tantos en apenas 20 segundos. Ya repuesto de tantas emociones, Moncho Carnero no niega la suerte, pero incide en la lógica: "Todo el mundo ha estado muy involucrado. El nivel de intensidad que han mostrado estos jugadores no es normal".

Posaron abrazados. Mordieron sus medallas en el vestuario. Añadieron sonrisas a sus álbumes, curándose las viejas cicatrices que hubiese. Moncho Carnero revela un instante especialmente estremecedor para él: "Escuchar el himno del Celta mientras te proclaman campeón de la liga fue algo que nos emocionó a todos". Y en el himno, ese "ala Celta, campión", al fin literal.