Un "loco" del deporte, así es el nuevo entrenador del Celta, Luis Enrique, que desde que anunció su retirada como futbolista en 2004 no ha parado de cuidarse para mantenerse en la mejor forma posible, aunque con un fin bien distinto al que tenía como profesional del fútbol. El asturiano dio rienda suelta a sus otras pasiones: cicloturista, snowboarder, maratoniano, surfista y triatleta, que le han enganchado casi igual que el balón. El sábado, día en que se anunció su fichaje por el Celta, el gijonés anunciaba en su cuenta de Twitter que ya tenía todo preparado para irse a los Dolomitas con su bicicleta para disfrutar de las míticas subidas del Giro de Italia.

Algo que no sorprende, visto que desde 2004 hasta 2008, año en el que comenzó su carrera como entrenador al frente del Barcelona B, Luis Enrique se recorrió el mundo participando en diferentes pruebas de una elevada exigencia, acompañado lógicamente de una trabajada preparación física todos los días para hacer frente a retos de tal magnitud. Le enganchó y no paró. Por eso, una de sus frases favoritas es que "si no se sufriera para conseguir el objetivo, éste carecería de valor".

Sobre todas las aficiones de Luis Enrique, destaca la que tiene por el triatlón, al que se enganchó al ver una prueba en la televisión, prometiendo que algún día la practicaría, centrándose además en la larga distancia, aunque también ha probado la olímpica y la media. Ha completado los Ironman de Niza y Frankfurt, con una gran marca de 10 horas y 19 minutos.

Con el paso de los años, el gijonés fue subiendo el listón de sus aventuras, autoexigiéndose más para conocer sus límites, fijando sus miras en el maratón, corriendo en Nueva York, Amsterdam y Florencia y mejorando sus tiempos en cada una, llegando a bajar incluso de las tres horas en la ciudad transalpina (2h57:58), una marca que habla de lo bien que se preparó el nuevo entrenador del Celta.

No se quedó en esto, sino que tampoco abandonó la bicicleta de ruta y la mountain bike. Luis Enrique era un habitual en las subidas de los clásicos puertos del Tour de Francia como el Tourmalet o Luz Ardiden, mientras que inscribía su nombre en la lista de inscritos de la Titan Desert, basada en la filosofía del París-Dakar, que no la pudo correr por una rotura en el radio de su brazo, o la Quebrantahuesos, una prueba que tiene una longitud de 205 kilómetros y un desnivel acumulado de 3500 metros.

En 2008, emprendió la que puede ser su aventura más ambiciosa, el Marathon Des Sables (Maratón de las Arenas), una carrera a pie por el desierto del Sáhara, en la que los participantes tienen que recorrer 245,3 kilómetros. Está considerada como una de las pruebas más duras del ultrafondo por las condiciones climatológicas, las temperaturas oscilan entre los 15 y los 45 grados centígrados, y porque cada participante debe cargar durante la carrera con su propio equipo y comida. A pesar de tener los pies llenos de ampollas y sufrir una cojera las tres últimas etapas, la sonrisa que tenía al cruzar la meta le cruzaba de oreja a oreja.

Fue su último reto antes de dar el pistoletazo de salida a su carrera como entrenador en el Mini Estadi, que le obligó a dejar en barbecho sus aventuras hasta que terminó su travesía en el banquillo de la Roma. El año sabático alejado del fútbol le valió para reengancharse y hace apenas tres meses, en compañía de Juan Carlos Unzué, puso a prueba su físico en la Cape Epic, una de las competiciones ciclistas más duras del mundo, que tiene lugar en Sudáfrica, se corre por parejas y consta de ocho etapas de unos 100 kilómetros de media y desniveles que van de los 1.500 a los 2.950 metros. Terminaron la carrera en el puesto 47 de la categoría Masters para mayores de 40 años con un tiempo de 48 horas 16 minutos y 56 segundos. Fue su último gran reto lejos del fútbol. El sábado empezó otro muy distinto al frente del Celta.