Si dentro de un par de meses el Celta consigue salvar esta temporada puede que nada simbolice mejor semejante conquista que el cabezazo salvador de ayer de Borja Oubiña. Nadie como el capitán representa los valores del esfuerzo, la humildad, el coraje o el respeto. Su historia de superación, de rebelión ante la adversidad en gran medida es la historia reciente de este Celta resucitado de entre los casi muertos. Su gol tiene mucho de simbólico, de guiño cómplice de un destino que pareció querer recompensar en un día importante a quien más lo merecía, a quien ha sido un ejemplo para sus compañeros, para los que le ven entrenarse a la distancia en A Madroa y para quienes han sufrido con su desgracia. Oubiña cabeceó con la precisión de un rematador excelso el centro de Orellana al segundo palo cuando solo restaban tres minutos para el final del partido. Pinto solo pudo reclamar fuera de juego en un gesto de absoluta impotencia.

El impacable cabezazo del capitán sirvió para hacer justicia al esfuerzo y el mérito del Celta que plantó cara a un disminuido Barcelona, pero al que la presencia de Messi los noventa minutos de juego convertía en una máquina imprevisible y letal. El argentino, que no entiende otra forma de descansar que vestirse de corto, fue esencial en que el Barcelona se levantase después de que Natxo Insa abriese el marcador poco antes del descanso. Su muestrario es inmenso, interminable. Es capaz de mutar a lo largo de un partido de forma casi milagrosa. Pasa de ejercer de mediocentro pasador a criminal del área con una facilidad pasmosa.Entiende lo que necesita el equipo en cada momento. Messi fue el único que acertó a resolver el enigma que Abel Resino le había planteado al Barcelona. El técnico del Celta moderó ligeramente su discurso casi suicida de otras tardes. Apretó al equipo todo lo que pudo, juntó las líneas para cortar la circulación del Barcelona en el medio del campo y alejó con algo más de moderación a la defensa de su área. Los suplentes del equipo azulgrana se atascaron contra el trío formado por Oubiña, Insa y Pranjic por falta de capacidad o de ambición, un detalle que nunca se sabrá. Con Busquets e Iniesta en el banquillo, Thiago, Song y Cesc apenas dijeron nada coherente en todo el partido. En un día para reivindicarse fueron presa del enérgico medio del campo del Celta, bien ayudado por Demidov, un tipo que defiende con enorme inteligencia. El problema era Messi. El argentino retrocedió en busca de espacio y de la pelota. Fue una mala noticia para un Celta que pagó la decisión de bascular en exceso a los laterales. Esa opción supuso una condena para Jony que jugó todo el partido a diez metros de distancia de Tello, un regalo para sus piernas de velocista. La conexión de Messi con el canterano fue el principal argumento del alicaido Barcelona, aunque el Celta consiguió que se jugase a lo que él quería: un partido sin porteros -solo Pinto intervino de forma importante en un rechace de Piqué y un posterior remate de Augusto-, casi nulo, con el balón lejos de las porterías. El Celta tenía claro que atacaría poco y que debía escoger los momentos para hacerlo porque lo primordial era no descoserse, no abrirle caminos al Barcelona. Y en una de esas salidas del Celta entró en acción Orellana. El chileno, a quien se vio ayer con un punto de chispa superior, conectó con Insa para que el alicantino metiese la punta de la bota en el área pequeña y dejase a Pinto con el molde. El gol sacó de la modorra al Barcelona que en la jugada siguiente encontró el empate por medio de Tello. No era porque no hubiera avisado. Recibió un gran pase de Messi y la basculación del Celta hizo el resto. Cuando Jony arrancó a correr tras él el canterano del Barcelona ya estaba ajustando su remate al palo izquierdo de la portería de Varas. Demasiados metros regalados.

El Celta pareció sentir en el comienzo del segundo tiempo que había dejado pasar una gran oportunidad. En la banda calentaban Busquets e Iniesta, el aviso de que las cosas se iban a poner realmente mal. Flojeó por momentos el ánimo, pero enorme mérito fue permanecer fiel a su plan y, pese al cansancio, no deshacerse en pedazos gracias a la pareja que formaron Insa y Oubiña. Controló el Barcelona, pero sin ocasiones y respondió siempre para que los azulgrana no se sintiesen demasiado seguros. Abel buscó recursos en el banquillo y libró al equipo de los inapetentes Pranjic y Park -voluntarioso, pero impreciso- a cambio de Bermejo y De Lucas. Ganó empuje el equipo, pero curiosamente el Barcelona lo aprovechó para adelantarse. Hacía unos minutos que Roura había echado mano de Villa e Iniesta. Las bromas se habían acabado, debió pensar el técnico. Pero al final todo está en manos de Messi que empezó la jugada como creador -genial su pase a Tello- y la terminó como animal de área: marcando el segundo y completando una vuelta entera marcando a todos sus rivales. Lejos de asustarse o de darse por vencido el Celta se fue en un ejercicio de osadía a por el Barcelona en el último cuarto de hora. Midió poco los riesgos e insistió. Nadie desfalleció. Fueron los minutos de Orellana, de Augusto y sobre todo de Oubiña que en el último suspiro persiguió un centro de Orellana al segundo palo. Lo cabeceó con el alma, como si llevase años esperando esa pelota. El balón durmió junto a la escuadra izquierda de la portería del Barcelona. Balaídos gritó como nunca. Pocas veces un gol había sido tan justo con el equipo y con su autor.