Los impulsos suicidas de Iago Aspas, la ausencia de temple y la incapacidad para competir contra sus iguales condenaron ayer al Celta a la debacle en Riazor y amenazan con convertir el tramo final del curso en un verdadero infierno. La irresponsable autoexpulsión del moañés fue la punta del iceberg de un derbi que desnudó las carencias de un equipo con más maneras que fútbol, sin oficio ni beneficio, que parece empeñado en complicarse la vida de forma miserable.

Solo así puede explicarse la paliza recibida ayer en Riazor de un equipo con las constantes vitales bajo mínimos, un grupo en estado terminal que recibe oxígeno y mira a los diez últimos partidos con un halo de esperanza que comienza a desvanecerse en Vigo. La pretendida reacción de Abel no sólo no acaba de sustanciarse, sino que se esfuma antes de haberse insinuado. El Celta es en este momento un equipo sin alma, un juguete roto cuyas pedazos parecen muy difíciles de recomponer.

Los esfuerzos de Abel Resino para impedir que el partidos se desbocase cayeron en saco roto. Tiró el técnico céltico de galones en busca de aplomo y logró lo contrario de lo pretendido. Prescindió el toledano de Orellana y Krohn-Dehli en beneficio de gente con más tablas, como Bermejo y De Lucas, que acompañaron a Pranjic, complemento ayer de Oubiña, y a Augusto en el medio campo,con Aspas en punta de lanza.

Una estrategia que de nada sirvió al Celta porque el Deportivo arrancó con mucha más energía, acaparó la pelota, abrió brecha por la izquierda y golpeó muy pronto al desconcertado equipo celeste en medio de la línea de flotación. Valerón, al que los años no pesan cuando se trata del Celta,quebró la cintura a Jony y sirvió un perfecto centro a Riki en el cogollo del área, que el madrileño controló con parsimonia y, sin dejar caer el balón al piso, descerrajó un tiro en la sien a Javi Varas.

Ocho minutos habían transcurrido desde que la pelota echara a rodar y el Celta estaba en desventaja y abrumado por la ambición del adversario. Cuatro después el equipo vigués tenía a sus dos defensas centrales con tarjeta amarilla y catorce más tarde, después de que Bruno Gama pusiese a prueba los reflejos de Varas, Aspas se autoexpulsaba. Un rejón de muerte para el Celta, que sucumbía a la sobreexcitación del moañés, incapaz de aplacar sus nervios.

Cayó cual conejo Aspas en la celada del vetereano Marchena, un artista de la provocación, que lo sacó de quicio a la primera de cambio. Después de un leve contacto en el área Marchena se fue al suelo con los tacos por delante y Aspas le soltó un cabezazo que el viejo perro sevillano rentabilizó convenientemente. Velasco Carballo estaba encima de la jugada y no dudó en mostrar tarjeta al delantero celeste llevando el delirio a Riazor, que se frotaba las manos ante semejante regalo.

La expulsión de Aspas no empeoró al Celta, aunque tampoco lo mejoró. Con todo, el grupo de Resino tuvo con un hombre menos los arrestos de intentar reclamar la pelota y buscar, sin éxito, el marco de Aranzubia. El Deportivo le dejó hacer. No le hizo falta al equipo de Vázquez la pelota para gobernar el partido. Fijó bien su defensa, achicó los espacios y se limitó a esperar una oportunidad para sentenciar el partido. Riki, una pesadilla para los celestes, probó fortuna poco antes de la media hora y dilapidó al poco de la reanudación una mano a mano frente a Varas. Casi a continuación, en otra contra, obligó al portero céltico a desviar con la manopla un disparo envenenado.

La sentencia para el Celta, que apenas había amagado a balón parado con un cabezazo desviado de Mario Bermejo a la salida de un córner, parecía solo cuestión de tiempo. No obstante, Resino decidió jugar la baza de Orellana, que reemplazó en el costado izquierdo a Quique de Lucas, de nuevo desangelado y completamente inocuo a pie cambiado.

Mal que bien el Celta fue resistiendo a lo inevitable pero enseguida tuvo que rendirse a la evidencia. El Deportivo apretó y comenzó a llegar en oleadas. Fue sin embargo Silvio, desde fuera del área, el que firmó la sentencia de muerte. El lateral portugués progresó por el carril izquierdo y enganchó un balón rechazado con una impresionante volea en el vértice del área que se coló como un misil por la escuadra.

En un último intento desesperado el entrenador del Celta sacó a Park por Bermejo pero el segundo gol del Deportivo fue más de lo que el Celta pudo soportar. A partir de este momento, el equipo vigués fue un juguete roto en manos del grupo de Váquez, que manejó el partido a su antojo. Las ocasiones se sucedieron del lado blanquiazul hasta que Salomao, al poco de ingresar en el campo por Riki, hizo el tercero en una contra. Solo ante Varas no tuvo más que regatear al portero del Celta y empujar el balón.

Con el partido sentenciado, Abel Resino dio entrada a Krohn-Dehli, que inesperadamente se asoció con Park, muy activo en los pocos minutos que estuvo sobre el césped, para recortar distancias. El danés puso un gran centro al área chica y el surcoreano se coló con gran velocidad entre la zaga blanquiazul para rematar en boca de gol. Un espejismo que al menos dio al Celta algo de dinamismo que le permitió terminar el partido con cierta dignidad. Claro que este alarde vacuo final en nada mitiga la debacle ni la pobreza de ideas de un equipo superado por los nervios y la situación.