Lo presientes todavía arrebujado entre las sabanas. Algo te dice que hoy convendría quedarse en cama. Quizás algún desequilibrio químico del cuerpo, quizás una extraña alineación de astros. Hay días que nacen y mueren torcidos, sin razón aparente. Como torcido le nace y muere el partido al Blusens ante la Santboiana.

En As Lagoas se cruzan los dos equipos más en forma, líderes en producción (23 puntos) desde el cambio de año. Una fuerza imparable contra un objeto inamovible. Gana la fuerza porque al final el objeto sí se mueve. La Santboiana juega con continuidad y carga con entusiasmo. Y encuentra gruyere donde esperaba cemento.

El Blusens se construye desde el entusiasmo y la solidaridad. Ha convertido la épica en su rutina. Ha sido capaz de encontrar gloria incluso en derrotas abultadas. Si le falta ese sentido trascendental, se vulgariza. El XV del Olivo tardará 65 minutos en entrar en ebullición, ya demasiado tarde, exigido por el cronómetro. El enésimo fallo de manos en el ataque que debía culminar la remontada (de 11-27 a 23-27) sentencia el encuentro.

No falla la idea del dispositivo, sino la responsabilidad individual sobre la que se sustenta. Si un solo hoplita no protege al compañero con su escudo, toda la línea se desmorona. Se placa alto y mal. Los errores en la transmisión se suceden. La Santboiana, intensa, vive en la frontera confusa del fuera de juego. El Blusens, distendido, a un metro de distancia. El oval lo lee y elige en sus botes caprichosos al que mejor lo corteja.

A los olívicos, de elevada combustión interna en lo peor del invierno, se les indigesta el tímido sol primaveral que asoma. Su termómetro interno contradice al ambiental. Es tal vez el relax lógico tras el cénit que supuso la victoria sobre el Gernika. La resaca de aquella borrachera de adrenalina.

Incluso la grada está adormilada. Despierta como de pasmo cuando el equipo encuentra al fin el arranque de furia. Varias avalanchas de delantera mueren en la orilla. Monty y Moeke desembarcan en la playa. La Santboiana tiembla y paga el antijuego con una tarjeta amarilla. El marcador engaña e incentiva la precipitación viguesa. El 23-30 es en realidad un 23-27 a falta de ocho minutos, según reflejará después el acta arbitral (habrá invalidado un golpe de castigo que los jueces de línea dieron por bueno). Pero incluso con el trampantojo está todo a tiro, el bonus defensivo, el ofensivo, la victoria... Hasta que uno comete un avant y otro placa blando. Es uno de esos días.