Pedro Pablo Alonso, uno de los autores de "Alén do Cosmos", documental en marcha, se presenta en A Madroa con un cincuentón de aspecto jovial. Detiene a Aspas, a Herrera. "¿Sabes quién es Santiago Formoso?". Confiesan su ignorancia y Formoso, entonces, se revela. Participó en la despedida de Pelé; se deslomó para Cruyff; presenció los manejos de Chinaglia; Beckenbauer le invitó a cerveza. Mientras desgrana su historia, Formoso juguetea con el grueso anillo de su meñique derecho. El que distingue a los campeones de la Liga Norteamericana de Fútbol de 1978. El primer título profesional estadounidense ganado por un español, con Gasol sin nacer. El que certifica a este vigués criado en Cabral como miembro del legendario Cosmos.

Formoso, que reside en Newark (Nueva Jersey), visita cada año Vigo, donde tiene hermana y primos. En estos días ayuda a un amigo que participa en Conxemar. Solo uno de los muchos meandros de su existencia. Aprovechan este viaje los que están confeccionando el relato de su vida.

El olívico emigra a Estados Unidos en 1967. La vinculación familiar con América viene de largo. Su abuelo reside en aquellas tierras desde principios de siglo. Cada vez que regresa a Galicia deja embarazada a su mujer y suelta amarras. Al estallar la guerra civil española reclama desde Nueva York a su hijo Juan, que será el padre de Santiago. Cuando Juan vuelva a España se hará capitán de barco. En Pasajes se enamora de Garbiñe Irigoyen. Se instalan en Vigo. Una mañana de 1965 aparece en el correo un sobre manila con el sello de la embajada americana. Papeles en regla para instalarse en Estados Unidos. La burocracia franquista había retenido la documentación durante décadas. "Mi padre, ni corto ni perezoso, se va. A los dos años lo seguimos. Pensó que tendríamos allí mejor futuro".

Santiago desembarca en Nueva York con 15 años. Entre los rescoldos de la infancia que deja atrás están sus cuatro temporadas en el Santa Mariña. "Lo que menos se me pasaba por la cabeza era jugar al fútbol en Estados Unidos. Iba a estudiar, si me dejaban, y lo más seguro a trabajar".

Pero el balón le tienta. En un parque de Nueva Jersey se une a otros chavales. Le hablan del fútbol escolar, que hace furor. Formoso descolla durante el bachillerato. Lo becan en la Universidad de Pensylvania. Lo convocan con la selección juvenil estadounidense. En una visita a Alemania el Bayern lo quiere fichar. "Mi padre me dijo: "Acabamos de emigrar a Estados Unidos y ahora tú quieres irte a Alemania". Tenía razón. Y para casa".

Su carrera deportiva progresa a la vez que estudia arqueología. Da el salto a la selección olímpica, con la que falla en el asalto a los Juegos de Montreal 76. Muere su padre. "¿Volvemos a España? Es la pregunta del millón. Decidimos quedarnos. Mi hermano mayor ya trabajaba. El pequeño iba a incorporarse a los marines. Pelé acababa de llegar y me dije: "Timing". Los tiempos se coordinan. Es perfecto para mí. No pierdo nada por probar", explica.

La Liga Norteamericana de Fútbol está en fase expansiva. Warner Communications explora el mercado de la emigración. Ha creado el Cosmos en 1971. Lo llena de estrellas extranjeras. El secretario de Estado, Kissinger, intercede en la contratación de Pelé. Es el mascarón de la competición, en la que Formoso pretende participar.

Al vigués le sobra descaro. Llama a su entrenador olímpico, que dirige los Hartford Bicentennials. "No quiero que me enchufes. Hazme una prueba". Se gana el puesto durante la pretemporada en Alemania. Como aún es olímpico, le ofrecen el contrato tope: 5.000 dólares. "Nunca gané dinero con el fútbol", lamenta. Estará en esa franquicia dos años.

Una sucesión de casualidades moldean su itinerario. Contempla como espectador un partido entre Cosmos y Fort Lauderdale. Pelé le mete cinco goles a Gordon Banks. Al concluir el choque, Formoso se encuentra con un asistente del Cosmos, también asistente en la selección absoluta estadounidense, con la que el vigués se ha estrenado. "¿Qué tal, Santi?" y Santi le cuenta. Los Bicentennials se mudan a la Costa Este, a Oakland. Formoso no quiere abandonar a su madre. Cualquier equipo del área metropolitana de Nueva York le vale. Al día siguiente suena el teléfono. "Preséntate, salimos de gira". Acaba de entrar en el exclusivo Cosmos, aunque le cueste una renuncia: "Estaba considerado el mejor futbolista americano. Pero jugaba de delantero y ese puesto estaba copado. "Si sabes jugar de lateral izquierdo?", me dijeron. "De toda la vida", contesté. No había jugado nunca. Lo hice bien".

Llega cuando Pelé está despidiéndose. Participa en la gira mundial de su adiós, una docena de partidos. Se alinea junto a él el 1 de octubre de 1977, en el Yankee Stadium, ante 80.000 personas. El epílogo. Pelé se va y él se queda.

"El Cosmos era lo mejorcito. Había mucha tela, aunque no para los americanos. Nos daban las migajas que caían de la mesa. Pelé ganaba 50.000 dólares por partido, igual que Beckenbauer y Chinaglia. Era para ellos un alivio. No estaban en el ojo del huracán. Salían a pasear por la Quinta Avenida y no los molestaba nadie", explica.

El Cosmos gana la liga de 1978. Es una constelación inagotable de figuras: "Éramos 17 internacionales, de 12 países diferentes. Llenábamos los estadios. Era de locos". Retiene fresca la autoridad de Beckenabuer, que una vez le golpeó la mano cuando iba a beber un refresco tras un intenso ejercicio. El Kaiser le entregó una lata de cerveza. "Tiene todo lo que acabas de perder". No se aficionó: "Me marea".

Solo Beckenbauer plantaba cara a Chinaglia.El delantero, miembro del "Lazio de las pistolas" y relacionado con la camorra años después, era "el cacique del equipo, un auténtico Mussolini. Lo controlaba todo. Tenía al presidente del Cosmos en su bolsillo".

Marinho, pionero como carrilero ofensivo, marca tres goles en su estreno. Chinaglia le avisa: "No te contratamos para que metas goles. Te contratamos para que me pases el balón y yo los meta. Tres partidos al banquillo de castigo". El italiano decide las alineaciones. Se las entrega al entrenador en un sobre antes de cada choque. "Un día al entrenador no le gustó y cambió el equipo. Antes de salir al campo ya le dijo Chinaglia: "Es tu último partido". Y así fue. Íbamos de líderes".

Formoso se maneja bien en aquel ambiente. Su dominio del gallego y el español le convierte en traductor de tal babel. Resulta útil en las giras. En una de ellas, antes de medirse al Chelsea, les anticipan: "Tenemos un invitado". Se abren las puertas y entra Cruyff con dos botas viejas en la mano. Su ídolo. "El mejor de la historia", a su juicio, "por encima de Pelé". Cruyff se fuma medio paquete de tabaco e imparte una lección magistral. Formoso aclara: "Me eligieron jugador del partido. Nunca corrí tanto. Y no toqué el balón. Cruyff me usó de maravilla".

Las anécdotas se le caen de la boca como calderilla. Las tiene a cientos. El Cosmos es su cénit. En 1980 se va a Los Ángeles Aztecs. Se enfada con el entrenador, Rinus Michels. El creador de su amado fútbol total. De la decepción se retira. Reaparece al cabo. Va mudando de destino. Experimenta el fútbol sala, que es un violento baile sobre pistas de hockey a las que colocan un tapete. "Yo era una pluma. Cualquier día me iban a matar a ostiazos".

Acabará colgando las botas como semiprofesional en una liga griega de Nueva York. Entrena en la Universidad. Trabaja en marketing. Vende vino y mil cosas más. Se casa con una cheerleader. Jugando al póquer le dice un compañero: "Tú servirías para taxista en Nueva York". Ha descubierto su otra pasión. Difícil resumir, aunque lo intenta: "Compré un taxi, compré dos, después ya compré una flota, tuve problemas de matrimonio, lo vendí todo, me fui al carallo, estuve un par de años en Brasil, volví a casa, me marché otra vez? Ahora soy chófer de limusinas". Acumula aventuras, "muchas más como taxista que como futbolista". Esa es otra historia.