El 9 de junio de 1949 la RAI interrumpió al mediodía su programación para ofrecer una noticia de alcance desde el Giro de Italia donde algo extraordinario estaba sucediendo. La voz de Mario Ferretti, el célebre narrador de la cadena, puso el país boca abajo con una sencilla descripción de la situación que se vivía en aquel momento: "Un uomo solo e al comando; la sua maglia e bianco-celeste; il suo nome e Fausto Coppi".

Aquel día el deporte vivió uno de sus episodios inolvidables, de los que llenan las tertulias de los viejos aficionados y que se recrean en los sueños de los jóvenes aspirantes a ciclistas. Cualquiera que ame este deporte habría pagado por estar aquella tarde en una cuneta del Piamonte para asistir al vuelo de un corredor inmortal. Coppi –el hombre cuya vida parecía sacada de un folletín, el del fiel masajista ciego, el de la mamma Angiolina, el de la reclusión en un campo de prisioneros del norte de Africa durante la Segunda Guerra Mundial, el del idilio adúltero con Giulia Occhini, la "Dama Bianca", que le costó incluso una reprimenda papal– desafió aquella mañana a la lógica para escribir una epopeya de casi ocho horas. Sucedió durante la Cuneo-Pinerolo de 1949. Dos pequeñas localidades italianas que unidas producen un escalofrío y conducen a las viejas carreteras en las que Coppi llevó el ciclismo donde hasta ese momento nadie podía imaginarse.

Horas antes de que Ferretti incendiase Italia con su boletín los ciclistas que sobrevivían en aquel Giro se preparaban en Cuneo para afrontar la última de las grandes etapas de montaña. Con Coppi en segundo lugar a menos de un minuto de la maglia rosa de Leoni todo el mundo aguardaba el ataque del corredor de Castellania. Su gran rival, Gino Bartali, estaba a diez minutos con lo que Coppi podía gestionar aquella situación con cierta tranquilidad. La etapa era colosal. 250 kilómetros por delante en los que debían afrontar la ascensión de la Madeleine, Vars, Izoard, Montgenevre y Sestriere antes de lanzarse al rápido descenso que conducía a Pinerolo. Más de cien kilómetros cuesta arriba, terreno suficiente para que las largas y fibrosas piernas de Coppi destrozasen a Leoni y sentenciasen su tercera victoria en la general del Giro. El bueno de Fausto tiene prisa. A sus 30 años la Segunda Guerra Mundial se llevó su juventud –también la madurez de Bartali y la oportunidad de vivir duelos inolvidables entre estos dos genios de la bicicleta– y parecía tener prisa por recuperar el tiempo perdido. No tenía medida. Ni en su carrera ni en la vida. Lo demostró aquella jornada. El pelotón inició la etapa con calma, por carreteras cómodas que iban ascendiendo de modo suave, sin otra preocupación que guardar fuerzas para lo que vendría horas después. A partir del kilómetro sesenta el panorama comenzó a mudar. Asomaron las primeras rampas de la Madeleine, se retorcía la carretera, empeoraba el firme. En ese momento Fausto Coppi arrancó sin volver la vista atrás. Bartali se había dejado caer unos metros para solucionar un pequeño problema en los frenos y fue en ese momento cuando le anunciaron el ataque de su gran rival. El "fraile volador" aguantó dos kilómetros en el grupo, buscando con la mirada a Coppi, tratando de convencerse de que aquello era un golpe teatral, un intento de ponerle nervioso. Pero no había noticias de él. Bartali, nervioso, aceleró entonces y se fue en su busca en compañía de un grupo de buenos escaladores. La carrera ya se había roto y aún restaban doscientos kilómetros por delante.

Coppi había coronado los puertos de la Madeleine y Vars cuando las emisoras italianas comenzaron a gritar la gesta, cuando Ferretti, con todo sereno, dijo que camino de los Alpes, bajo un cielo plomizo y soportando el frío de las montañas había "un solo hombre, su maillot es blanco y celeste y su nombre es Fausto Coppi". Aquello agitó a los aficionados piamonteses. Muchos salieron de sus casas y se movilizaron para tratar de llegar aunque solo fuese a las primeras rampas del Izoard o de Sestrieres. Crecía en la región la sensación de estar ante un episodio único. Coppi no dejaba de aumentar su ventaja y mucho más en la ascensión al Izoard, donde dicen que muchos seguidores barrían la carretera para eliminar las pequeñas piedras que pudiesen provocar un pinchazo, otros se ponían de rodillas a su paso y casi todos jurarían con el tiempo que ese día vieron a Coppi desafiar a la gravedad. Encorvado, tirando de sus riñones, empujando con furia su bicicleta en cada pedalada Coppi no dejó de aumentar su ventaja sobre sus desesperados rivales, convertidos en una romería de almas en pena. Solo el obstinado Bartali resistía. En Izoard la ventaja era de más de seis minutos, casi nueve en Sestrieres. Fausto "el huesudo" se lanzó al último descenso llevado por su ambición infinita. Llegó a Pinerolo en medio del absoluto delirio. 11 minutos y 52 segundos después lo hizo Bartali. El tercer Giro de Italia estaba sentenciado. Coppi había escrito la que posiblemente era su obra maestra. Había estado escapado 194 kilómetros de los que casi cien eran cuesta arriba. Sus biógrafos aseguran que durante toda su carrera recorrió 3.000 kilómetros escapado en el Giro de Italia. Como corresponde a un alma solitaria como la suya.