El Celta llegará al esperado derbi contra el Deportivo con el ánimo hinchado y el depósito de autoestima por las nubes después de sumar ante el Cartagena su cuarto triunfo consecutivo e instalarse de forma sólida en la zona noble de la clasificación, el territorio que se le exige al equipo por todo lo que representa su camiseta. Los de Herrera sacaron adelante un compromiso exigente frente a un rival lleno de peligros y en el que los vigueses ofrecieron también un interesante muestrario de sus múltiples posibilidades. Esta vez no fue el equipo notable de otros días; no surgió el talento individual de sus mejores futbolistas para derribar al contrario. Ante el Cartagena triunfó la constancia, la seriedad, el empeño de un grupo que desde hace mes y medio no para de dar pasos hacia delante. El Celta es cada día mejor. Ayer incluso defendió bien y supo apretar los dientes cuando a Herrera le entró el ataque de pánico en el tramo final y encerró a su equipo en el área para resistir la última embestida del Cartagena. Pero Yoel apareció a tiempo de evitar un empate que no hubiera sido justo con el Celta.

Al los vigueses les costó descifrar al Cartagena, un equipo extraño, con gente de talento en ataque y que tiende con facilidad a partirse por la mitad lo que le convierte en vulnerable, pero también en un peligro constante. De ahí que el comporamiento del cuarteto de atrás (Oier en la derecha en el sitio de Hugo Mallo, Vila, Túñez y Roberto Lago) fuese especialmente llamativo porque se vieron en muchas situaciones delicadas y las solventaron siempre con velocidad y contundencia. El equipo de Herrera, con Bustos en el lugar del lesionado Oubiña, ganaba infinita capacidad de esfuerzo, pero perdía rapidez mental. Se notó de forma evidente en el ritmo del Celta, demasiado parsimonioso e impreciso. Empujaban los vigueses, reclamaban el balón, pero sin la velocidad y la precisión de otros días. Si a eso sumamos que ni De Lucas, Orellana o Aspas parecían para grandes alardes, el partido tiró hacia lo tedioso. Un tiro de Orellana, un par de cabezazos o un disparo de Alex López desde fuera del área fueron el escaso bagaje ofensivo de un Celta que dominaba con claridad hasta que en la frontal del área del Cartagena se le hacía de golpe de noche. Insistían, pero faltaba ese punto de lucidez para encontrar el último pase y convertir sus ataques en directos a la mandíbula del rival.

Pero el destino le hizo al guiño al Celta cuando menos lo esperaba. Son esa clase de cosas imposibles de explicar y que le suceden a los equipos cuando el viento sopla de cola. Lanzó un ataque el equipo por la derecha aprovechando un robo de balón, De Lucas puso un centro peligroso en carrera (una de sus especialidades) y Abraham Paz, al tratar de evitar el remate de Aspas, desvió el centro hacia su portería. El balón botó dentro y aunque Iago apareció para remacharlo a puerta vacía, el colegiado ya había concedido el tanto en propia meta.

El Celta regaló una gran puesta en escena en el segundo tiempo. Lejos de conformarse con el afortunado gol con el que se había encontrado insistió de forma decidida en busca del segundo. El Cartagena, que había dado un paso hacia delante, se vio superado en el medio del campo por la mejoría en la circulación de los vigueses. Aspas entró en acción, Orellana dejó de perderse en regates inútiles y De Lucas ofreció mayor profundidad. El Celta pasó a jugar en el área de los murcianos, que se vieron superados, incapaces de sacarse aquel agobio de encima. En una sucesión de ocaciones Aspas pudo marcar el segundo, sobre todo en una en la que se iba solo junto a De Lucas contra el portero rival. Ejerció de delantero egoísta, remató cuando todo el mundo le pedía al pase y se ganó la mala mirada de su compañero. Pero la dinámica ya era otra. El Cartagena no veía a Yoel y solo la lesión de su portero (que tuvo el partido detenido durante más de cinco minutos) les permitió respirar. La interrupción enfrió al Celta que según avanzaba el tiempo comenzó a sentir miedo de perder lo que le había costado tanto trabajo conseguir. Al menos le sucedió a Herrera que retiró a Bermejo, Orellana y De Lucas para que entrasen Joan Tomás, Bellvís e Insa. Toda una declaración de principios. El mensaje que entendió el equipo es que había llegado la hora de sacar el paraguas, de poner los antiaéreos a disparar contra todo lo que se movía. Le faltó madurez al Celta para jugar un poco con la prisa del Cartagena, para buscar las esquinas y esconder el balón. Se dejó dominar, olvidó la pelota y pudo recibir el empate en dos jugadas que salvó Yoel, testigo hasta el momento del partido. En una salvo un mano a mano tras resbalarse y en el interminable descuento sacó una mano salvadora a un cabezazo de Chamorro. Hubiera sido un castigo exagerado para un equipo que sigue dando pasos hacia su meta y que el domingo, pase lo que pase, llegará a Riazor por delante del Deportivo.