El Celta es un equipo pequeño desde hace un lustro, cuando estadios de primera, como Balaídos, se le hicieron demasiado grandes. Desde entonces, el coliseo vigués le resulta un laberinto. En él, se pierde con facilidad. El año pasado, la frecuencia de los tropiezos fue tan grande que acabó arruinándole un campeonato brillante fuera de casa. Y en la campaña recién comenzada va por la misma senda.

Ayer, el conjunto de Herrera se presentaba ante su afición con dos victorias a domicilio, pero regaló dos goles en el pulso ante un rival que también aspira al ascenso. Y el nuevo descalabro se fraguó en los instantes finales, cuando ambos equipos se conformaban con el empate a un gol con que llegaron al descanso. Faltaban dos minutos para el final del partido cuando el Elche recibió un regalo inesperado en una jugada de estrategia, y la afición se fue con la desconfianza de siempre: un equipo solamente es grande cuando ofrece muchas alegrías a su gente.

El Elche le planteó un partido de mucha exigencia a los célticos. Le montó una emboscada en toda regla, con una defensa tan adelantada que rozaba el centro del campo y con unos marcajes tan pegajosos que al cuarto de hora ya acumulaban media docena de faltas y una tarjeta amarilla.

El día que los célticos no podían permitirse ni un despiste en defensa, la zaga fue un despropósito desde el comienzo. Mallo y Túñez sufrían el síndrome FIFA, tras sus actuaciones internacionales con la sub-21 española y Venezuela, respectivamente. Y de ello se contagiaron Vila, Roberto Lago, Yoel e incluso Bustos.

El balón les quemaba en los pies, mientras Insa y Alex trataban de poner cordura en el centro del campo para que llegasen balones al trío atacante. No obstante, De Lucas y David Rodríguez no supieron acomodarse al rival y sólo el imaginativo Aspas trataba de darle brillantez a un fútbol espeso y trabado, como deseaban los de Bordalás.

El técnico franjiverde esperaba sorprender con la velocidad de Ángel, Xumetra y Palanca.

Esta vez no fue necesario que los ilicitanos aprovechasen la rapidez de sus puntas. La zaga celeste les puso en bandeja las ocasiones para adelantarse en el marcador. El danés Bille pudo marcar en el minuto 16, pero remató en semifallo y el balón se estrelló en el palo cuando tenía la portería libre para cantar gol.

El Elche, como había advertido la víspera Herrera, necesitaba muy poco juego para marcar, mientras los célticos eran incapaces de asomarse por el área de Juan Carlos. Y la muestra de la efectividad ilicitana llegó un minuto después. La pelota la recogió Luque en el córner derecho, centró al segundo palo y Bille remató de cabeza. El despeje de Yoel cayó hacia el centro de la portería, donde apareció Ángel para golpear con la frente al fondo de la red.

El partido se ponía como quería Bordalás. Pero este Celta muestra mayores recursos que la temporada pasada. Así se pudo ver el jueves en la Copa ante el Las Palmas y ayer lo corroboró el cuadro celeste antes de que se cumpliese la media hora de juego. El balón circula a mayor velocidad y la ausencia de una referencia fija en ataque despista a los rivales.

En una triangulación en el centro del campo, en la que intervinieron De Lucas y Alex, éste sirvió para la carrera de Aspas por el costado derecho. Cuando le salió al paso el portero, el moañés le hizo un regalo a David Rodríguez, que le ganó la carrera al defensa y sólo tuvo que empujar el balón con la pierna derecha.

Los célticos abrían la lata de una manera sencilla. Sin embargo, seguían sintiéndose incómodos por la pegajosidad del rival. Lucas y Aspas fallaron en la definición tras el descanso, antes de que el árbitro anulase un gol en fuera de juego de Pelegrín.

Con el cansancio se perdió intensidad en el marcaje y el juego se volvió peligroso, sobre todo para un Celta con muchas dudas en defensa. Roberto Lago estuvo a punto de sorprender al meta franjiverde en un centro envenenado, en el minuto 80. Mejor le fue a Pelegrín, en el 88, tras un saque de esquina, al superar por alto el débil marcaje de Oubiña. El zaguero anotaba su tercer gol en la Liga y condenaba al Celta a mantener la duda de cuándo le llegará la hora de dejar de ser un equipo pequeño. Todo pasa por acostumbrarse a ganar en Balaídos. Sus comienzos en esta Liga para arreglarlo no son los mejores.