Real Madrid y Barcelona libraron en 1953 uno de sus combates más encarnizados a cuenta del fichaje de Alfredo Di Stéfano. Para ellos era una guerra por un futbolista excepcional, pero lo que no imaginaban es que lo que en realidad estaban discutiendo era el dominio en el fútbol europeo durante varios lustros. Fue una pelea larga, extraña, llena de matices, de mentiras, con cuatro clubes involucrados, multitud de personajes y giros constantes que hacían cambiar la situación de un día para otro.

En la complejidad del asunto fue determinante el limbo legal en el que Di Stéfano se encontraba, como otros muchos futbolistas argentinos, en 1952. El porteño, tras la huelga del fútbol argentino, se marchó unos años antes al Millonarios de Bogotá a jugar una especie de Liga pirata en Colombia. Los clubes se habían llevado a los mejores jugadores por la cara y todos ellos fueron declarados en rebeldía. Pero el campeonato funcionaba bien y Millonarios era una maravilla. Tanto que el Real Madrid les invitó a jugar un partido con motivo de su cincuenta aniversario y un pletórico Di Stéfano, con 26 años, asombró al Bernabéu. Ganaron 2-4, dos de los goles llevaron su firma, y el estadio blanco se enamoró de él. Pero también sedujo a los emisarios del Barcelona que acudieron a Madrid para elaborar un informe de aquel futbolista que no paraba de correr y del que tanto se hablaba al otro lado del océano.

El Barcelona, más despierto en aquellos días, siempre fue por delante. Tenía una pequeña urgencia interna porque Kubala sufría una tuberculosis y en la localidad catalana existía cierta inquietud sobre la recuperación del húngaro pese a ser un tipo de una fortaleza asombrosa. El conjunto culé era el dueño absoluto del fútbol español –había ganado cinco de los siete campeonatos anteriores– y la contratación del argentino era una garantía para la siguiente década

El caso del Real Madrid era justo el contrario. Llevaban veinte años sin ganar la Liga, el Atlético (campeón en el 50 y en el 51) incluso les había relegado al tercer lugar, y necesitaban un golpe de mano. Cuando se enteraron de que el Barcelona había iniciado los trámites para contratar a Di Stéfano no les quedó otro remedio que sumarse a la carrera. Si el Barcelona lograba reunir a Kubala y a Di Stéfano en el mismo equipo, les esperaba un largo periodo a la sombra.

El problema de fichar a Di Stéfano era su situación legal que quedó algo despejada gracias al Pacto de Lima al que se llegó en 1953 entre los clubes de la liga pirata de Colombia y la FIFA. El máximo organismo les reconocía la propiedad sobre los jugadores hasta el 15 de octubre de 1954, pero les prohibía traspasarlos a otro club. A partir de esa fecha los derechos de los futbolistas regresaban a los clubes de origen. En el caso de Di Stéfano seguiría perteneciendo a Millonarios y a finales de 1954 su propiedad volvía a ser cosa de River Plate. Para añadir más complicaciones a su caso, el argentino había sido declarado en rebeldía por Millonarios al que había abandonado a comienzos de 1953 para regresar a su casa de Buenos Aires. Estaba cansado de Colombia y había comenzado a plantearse la posibilidad de dejar el fútbol y dedicarse a gestionar la pequeña fortuna que había amasado. No tenía la menor idea de que en Europa no se hablaba de otra cosa que de su recital en el Bernabéu.

El Barcelona se olvidó de Millonarios, que no podía venderle, pero sí autorizar su salida antes de 1955 y se fue directamente a negociar con River con el que alcanzó un acuerdo a cambio de cuatro millones de pesetas. Se aseguraban así tener a Di Stéfano a partir de 1955, pero qué sucedía hasta entonces. Enrique Martí, presidente del club catalán, viajó a Bogotá y negoció con el club colombiano para conseguir que se incorporase de inmediato a las filas azulgranas. Millonarios pidió 27.000 dólares por dar su conformidad, una cifra que Martí creía exagerada y regresó a Barcelona donde proclamó ufano que "estamos dispuestos a tener a Di Stéfano un año sin jugar".

El Real Madrid, mientras, hizo el viaje en dirección contraria. Primero pagó a Millonarios los 27.000 dólares que Martí se había negado a desembolsar. Raimundo Saporta, enviado por Bernabéu, se presentó entonces en la sede de River Plate donde constató que poco podía hacer porque los argentinos ya habían recibido la mitad de los cuatro millones prometidos por el Barça. Pero al menos logró el compromiso de que el conjunto de Buenos Aires se lavaría las manos en caso de que se desatase una guerra entre ambos clubes en España.

Di Stéfano se encontraba por aquel entonces encerrado en un hotel en la Ciudad Condal y había llegado a jugar tres amistosos con la camiseta azulgrana. Pero empezaba a tener cierta sensación de abandono por parte del Barcelona mientras se sucedían las visitas de Saporta que le iba arrimando a la causa blanca.

La cuestión es que ninguno de los dos clubes podía tramitar la licencia porque necesitaba el visto bueno del otro. La FIFA tuvo que entrar para arreglar el problema y nombró a Muñoz Calero, miembro de su comisión ejecutiva, para solucionar un asunto completamente enquistado. Las últimas gestiones habían fracasado por completo lo que había provocado entre otras cosas la dimisión de Martí, presidente del Barcelona, por su pésima gestión del caso al ningunear a Millonarios. Muñoz Calero tomó una decisión salomónica. Di Stéfano jugaría en el Real Madrid las temporadas 53-54 y 55-56 y lo haría en el Barcelona en la 54-55 y la 56-57. Los dos clubes aceptaron y Di Stéfano, que por entonces estaba indignado con el equipo catalán porque había pretendido vender sus derechos al Juventus, se marchó a Madrid para protagonizar un decepcionante debut con el equipo blanco. La paciencia del Barcelona duró poco. En octubre de 1953 se sentó con el Real Madrid para venderle su parte del jugador. Kubala se había recuperado y entendieron que no tenía sentido compartir nada con su gran rival y renunciaron a su parte a cambio de una cifra algo superior a los cuatro millones que pagaron en su momento a River Plate. La supuesta intervención del régimen de Franco nunca existió. Sólo intervinieron en una pequeña cuestión: La Delegación Nacional de Deportes impedía la contratación de jugadores foráneos y fue una petición conjunta de varios clubes y la intercensión gubernamental la que abrió la puerta por la que entró Di Stéfano, pero también otros futbolistas. En octubre de 1953 el Barcelona firmó su renuncia. Unos meses después llegó el clásico que se llevó el Madrid por 4-2 con dos goles del argentino. Y la historia del fútbol español cambió para siempre.