La naturaleza sorprende a veces y se comporta con lógica. O quizás lo haga siempre pero aún no sabemos comprender sus razonamientos. Thiago es lo que uno podría esperar conociendo al padre y precisamente por eso resulta tan extraordinario. Mazinho habita en él, sin que su primogénito sea un clon. En Balaídos exhibió lo que ya posee, que es su talento, y lo mucho que aún le falta, que es el conocimiento del juego. Fue sucesor y a la vez pionero.

El ser humano sigue siendo un misterio pese a lo mucho que la ciencia ya ha desentrañado. Thiago Alcántara do Nascimento tiene el fútbol inscrito en sus cromosomas, en alguna vuelta de esa interminable hélice. Pero igual pudiera haber nacido siendo un tuercebotas. Dios sí juega a los dados, oculta sus tiradas y va a veces de farol. Mucho hay de herencia genética en el trote de Thiago sobre el césped de Balaídos. Recuerda al del padre aunque sus piernas frescas no están tan combadas.

Hay otro tanto en el azulgrana de aprendizaje, de impronta en la infancia e imitación de lo que se ha vivido. Thiago anima a sus compañeros con aplausos justo antes de que suene el silbato. El gesto exacto con el que Mazinho activaba a los suyos. Y suena a enseñanza el golpe con el exterior, la mano tajante indicando el espacio al compañero, el giro de peonza sobre uno mismo que deja desnortado al marcador y los amagos constantes, que despejan el camino.

Pero Thiago es también Thiago, él mismo sin otra explicación. Es el margen de lo incierto, de aquello que ni la genética ni el conductismo explican, aunque tal vez alguien descubra dentro de poco un neurotransmisor, una hormona, una estancia del cerebro hasta ahora inexplorada. De momento decimos que es el libre albedrío o el alma, ese desasosiego existencial que lleva a Thiago a merodear por el campo sin demasiado rigor táctico. Mazinho era un militar disciplinado, cubriendo la trinchera; Thiago es un artista diletante, desconectado del espacio que debiera defender.

En él, o sea, late una pulsión circense. Es brasileño, pero de los ochenta, de diversión y exceso; Mazinho fue de los noventa, prusiano al modo de Dunga y Mauro Silva. La misma sangre, sin embargo, corre por sus venas. Igual que por las de Rafa Alcántara do Nascimento, el menor. Dicen que éste es defensivo. Es la imagen invertida de su hermano mayor. Mazinho, en resumen, dividió sus cualidades al testar en sus hijos.

Gregor Mendel creyó descifrar el universo en el color de sus guisantes. Habló de los caracteres dominantes y de los recisivos, incluso de los que no se manifiestan. Jamás se encontró con lo que Thiago es, un guisante rebelde. El nivel de su carrera está en sus manos. Necesita conocer el oficio, sin que la experiencia asesine lo que le distingue del resto. Ser sabio y a la vez alegre. Es un reto difícil para un guisante.