El Celta sigue creyendo que los niños vienen de París. El equipo de Eusebio ofreció ayer una nueva muestra de su terrible inmadurez al dejarse empatar de forma ridícula un partido que había dominado de forma clara y en el que había hecho méritos para no sufrir demasiados apuros en el tramo final. Pero a falta de cinco minutos, cuando todo el mundo aprieta los dientes y los equipos demuestran de qué material están hechos, el grupo de Eusebio defendió de forma infantil una falta lateral y regaló al Recreativo el tanto del empate. A esa hora decisiva a los equipos se les debe exigir firmeza, seguridad en sí mismo y fe. El Celta no tuvo ninguna de esas cosas. Continúa viviendo en esa nube de que son los que mejor juegan en Segunda y se olvidan de que esta categoría es un nido de alimañas que a la menor ocasión te meten un mordisco traicionero. Ya han tenido tiempo para aprender y no hay manera. Siguen con esa candidez propia de una guardería y son capaces de tirar ochenta y cinco minutos de esfuerzo en un instante de falta de concentración. Así se escaparon ayer dos puntos con lo que pasan las semanas y el futuro del equipo no se aclara; al contrario, cada día se vuelve más negro.

El empate final del Recreativo emborrona un partido en que el Celta parecía haber sacado partido a su nueva filosofía. Los de Eusebio han sufrido una curiosa mutación en las últimas semanas. Antes abusaba de la elaboración de un modo que a ratos se hacía insufrible. Ahora, en cambio ha eliminado el trabajo de los intermediarios y se ha abonado a un juego mucho más directo. Además se han producido una serie de cambios en la organización del equipo que le ha hecho perder en gran medida el estilo del que presumía. Jonathan Vila se ha instalado un par de metros por delante de los centrales para ganar solidez, lo que también ha empujado a López Garai hacia arriba –eso le ha hecho perder peso en el juego del equipo–. Además, la presencia de Papadopoulos en la banda derecha inutiliza una zona del campo porque el griego es un punta que en cuanto puede, como los toros, acude a su querencia natural, el área. Todas estas medidas han hecho del Celta un equipo que quiere jugar a menos toques, llegar antes al área y no perderse es un exceso de barroquismo. Lo consigue sólo a medias. Y eso que la presencia en punta de Cellerino (Eusenio optó por darle descanso a Joselu de inicio) le ayudó porque el delantero argentino es de los que hacen que a sus marcadores se les haga de noche cuando bajan la pelota. Sabe jugar a un toque, conoce sus limitaciones y siempre espera la llegada de refuerzos. Pero al Celta le faltaron cosas como que Botelho entendiese que alrededor hay gente que juega con su misma camiseta por algo y sobre todo velocidad porque las acciones más claras llegaron cuando optaron por las transiciones rápidas. Cuando le pusieron dinamismo al juego encontraron el camino hacia la portería de Guaitia.

Estadística

Sin ocasiones de gol demasiado claras (salvo el disparo al palo de Trashorras en un lanzamiento directo de falta) los de Eusebio acumularon remates que sirven para ganar la guerra de las estadísticas, pero no partidos. Sucede como con la posesión. Nadie supera al Celta en ese aspecto, no hay contrario que tenga más la pelota que ellos, pero el problema es lo que se hace con ella. Los rivales son conscientes de que los vigueses son un equipo dispuesto a dominar ese asunto, asumen el papel y esperan pacientemente su momento mientras echan continuas miradas al reloj.

La suerte pareció cambiar en el arranque del segundo tiempo que fue cuando una buena combinación en ataque fue culminada por Trashorras con un remate certero junto al palo izquierdo de la meta del Recre. Una vez más el Celta debía jugar a favor de marcador, un buen día para comprobar si ya habían aprendido algo. El problema fue que cuando peor le iba al Celta el partido enloqueció con la expulsión de Papadopoulos que se ganó dos amarillas en dos minutos, lo que convulsionó el choque. El banquillo del Celta se lo tomó como algo personal y Hevia Obras confirmó que es árbitro de gatillo fácil. Envió a la camiseta al segundo de Eusebio y a un masajista y sobre todo creó un terrible desconcierto en un Celta que afrontaba la última media hora en inferioridad y con los nervios encrespados. El Recreativo sacó todo lo que tenía en el banquillo dispuesto a poner cerco al área de Falcón mientras Eusebio se inclinó por un simple cambio de ficha (Aspas por Trashorras después de que Abalo entrase por Botelho) al entender que el equipo ya estaba suficientemente fortificado por la presencia de Vila por delante de los centrales. De todos modos, la mala conciencia de Hevia Obras iba a equilibrar las cosas poco después. Cellerino se escapó de Troest tras un balón dividido y el defensa onubense derribó al delantero con cierta aparatosidad. No hizo falta que se le reclamase mucho porque el árbitro ya venía dando luces desde la otra punta del campo. Roja y las fuerzas equilibradas para el último tramo del partido que se jugó con una enorme intensidad, pero con escaso fútbol, pendiente de una jugada aislada, de un balón parado, de un arrebato individual de algún futbolista. El Celta había conseguido frenar la primera oleada de los andaluces. Le faltaba protegerse de esos tiros perdidos que iban a surgir en cualquier momento porque los onubenses no tenían capacidad para construir un asedio en condiciones. Era la hora de los equipos de verdad, de los hombres. Llegó una falta lateral, el Celta puso la línea defensiva cinco metros fuera del área y se quedó bloqueado. Nadie acudió al rechace, nadie corrió hacia atrás. Javi Fuego controló un balón completamente solo y empató para castigar un poco más la lamentable candidez del Celta.