Un gol de Joselu a cuatro minutos para el descanso permite respirar al Celta justo cuando el depósito de oxígeno del conjunto vigués había entrado en la reserva. El tanto del joven delantero es sin duda uno de los más importantes de la temporada por el momento en que se produce: pone fin a la pésima racha de dos meses sin ganar en Balaídos y llega cuando el equipo acumulaba 544 minutos sin acertar con la portería contraria. Cifras ridículas, propias de equipo condenado. El tiempo se le acababa a los de Eusebio que corrían el riesgo de caer una vez más a puestos de descenso por culpa de los resultados cosechados por sus rivales directos, que parecieron ponerse de acuerdo en el día de su reacción. No ganar al Córdoba empeoraba seriamente la salud de un equipo que tampoco está para regalar autoestima.

Joselu resolvió el partido para hacer justicia al único equipo que había saltado al campo con la intención de ganar. El Córdoba salió a otra cosa muy diferente. Lucas Alcaraz se ha hecho cierto nombre en el mundo del fútbol y en días como el de ayer cabe preguntarse qué ocuros motivos le han llevado a ganarse semejante fama. No es de extrañar que los verdiblancos sean uno de los conjuntos menos goleados de la categoría. Alcaraz es de los técnicos que disfrutan con esa clase de estadística y que la anteponen a cualquier otra cosa. Ayer saltaron al campo con la idea de que la victoria les cayese del cielo, pero se dejaron una puerta sin cerrar y por ella se coló Vasco Fernandes para servir a Joselu el gol del triunfo. Fue el premio justo para los de Eusebio y el castigo necesario para la mezquindad cordobesa.

El Celta es un caso curioso. No le cuesta entrar en los partidos y comienza a pasarlo peor, a desengancharse, con el paso del tiempo. Suele ocurrir que mientras el rival está tratando de quitarse el frío de encima, el Celta ya se ha asomado un par de veces por su portería. Le ocurrió ayer también. Botelho –que ocupaba el lugar de Aspas, relegado a su suplencia por culpa del despiste en el que se ha instalado en las últimas semanas– entró en el partido como un tiro y de su empuje sacó el Celta un par de ocasiones, sobre todo una que obligó a Navas a meter una mano milagrosa. El brasileño fue en el arranque lo más brillante de un Celta notable, mucho menos preocupado por el toque, que se sustentaba sobre los hombros de López Garai, un tipo capaz de hacer mil cosas diferentes. No es brillante en ninguna, pero cumple en todas y eso en una categoría tan compleja como la Segunda División supone un regalo. Poco le importó al Celta el absentismo laboral de Trashorras o la timidez inicial de Jonathan Vila a quien hay que pedirle un punto más de descaro, que deje de pedir perdón cada vez que tiene la pelota. La cuestión es que el ritmo y la presión de su medio del campo superaron con facilidad al Córdoba, refugiado en torno a su portero, que tuvo que sacar otro disparo de Botelho y a quien Joselu le perdonó la vida en un remate franco.

El problema es que al Celta le duró la fuerza veinte minutos. Poco a poco se fue marchando del partido, bajó el ritmo aunque la eficacia en defensa y la poca ambición andaluza evitaron sobresaltos en la meta defendida por Falcón. Los de Alcaraz estaban felices con su empate a cero y cuando más pensaban en el descanso dejaron abierta la banda izquierda. Papadopoulos –que demostró oficio pese al lastre que supone verle en la banda derecha– tuvo la calma para bajar un balón en la frontal y esperar la incorporación del lateral, Vasco apuró la línea de fondo y sirvió al área pequeña para que Joselu se adelantase a la defensa y al portero para poner por delante al equipo vigués.

El tedio se apoderó de la segunda parte por la falta de ansia del Córdoba y la ausencia de ideas de un Celta que siguió bajando su velocidad confiando el partido a alguna acción aislada y a la contundencia que había mostrado su defensa toda la tarde. Eusebio dio aire al equipo con la entrada de un nuevo trío de ataque con Cellerino –voluntarioso y poco más–, Aspas y Abalo. Pero el partido se jugaba en el campo del Celta porque la pelota era para un Córdoba que la verdad es que no tenía la menor idea de qué hacer con ella. Y ahí los medios defensivos y los centrales vigueses no dieron ni medio paso atrás. Resistieron con tranquilidad sin que los servicios de Falcón se hiciesen necesarios. El Celta salía al fin del desierto en el que había instalado su residencia.