El Celta no tiene gol. Es la explicación precisa de la enfermedad que aqueja al equipo vigués. El fútbol, tantas veces absurdo, se está comportando con una pavorosa coherencia en el caso celeste. La directiva y el cuerpo técnico se olvidaron de lo más esencial en la confección de la plantilla o prefirieron la fe a las certezas estadísticas. Entre unos y otros han parido una criatura tierna, que sería feliz y admirable si no existiesen las porterías. Pero ay, existen desde que nació este deporte y convierten el juego céltico en un ejercicio de estilo condenado al fracaso. El choque de ayer lo certifica.

El Villarreal B no es un filial al uso, sino un banco de pruebas, un vivero en el que el club castellonense foguea a las prometedoras estrellas que contrata a golpe de talonario por todo el planeta. Juan Carlos Garrido ejerce como prolongación de Valverde, que a su vez conserva el carácter implantado por Pellegrini. El toque es una imposición institucional.

En ese sentido, Celta y Villarreal B se imitan en el planteamiento. Son quizás las escuadras que más apuestan por la pelota en Segunda División. En el choque de intenciones, buscándose la presión en la zona creativa, fueron los visitantes quienes impusieron su ritmo en el tramo inicial. Los celestes supieron adaptarse a una situación que rara vez padecen. Se reconvirtieron a la contra. Arthuro bordeó el gol y más que lo hubiera cortejado si no habitase permanentemente en fuera de juego. Abalo lo nutría de centros y Aspas de pases interiores.

La gran actividad de los dos canteranos inclinó el campo hacia el arquero visitante. Faltaba como siempre un centímetro para el remate, un instante para aclarar el pensamiento dentro del área. El Villarreal sintió el peligro y reaccionó instintivamente reculando. La acumulación de jugadores les ayudó a tapar mejor los espacios, aunque Juan Carlos tuvo que intervenir para interceptar un disparo de Michu.

Otra victoria moral

El reparto de papeles, activo-reactivo, había variado. Los celestes soportaban ahora el peso del discurso y a los amarillos les tocaba la réplica. Bustos impidió con la puntera un remate franco. El Celta acabó el primer periodo apretando a su rival contra la frontal del área, otra vez Juan Carlos estirado al límite para impedir el gol de Jordi. Esa victoria moral tantas veces repetida en lo que va de temporada ya no satisface a nadie y es más un infierno empedrado de buenas intenciones que un purgatorio aceptable El equipo de Eusebio ningunea por fases al rival, lo agita de un lado a otro, pero con el único resultado de convertir al portero contrario en internacional las veces que atina a embocar los tres palos.

Y no sólo los arqueros enemigos experimentan una especie de inyección de excelencia cuando visitan Balaídos. Mientras que el Celta se muestra incapaz de resolver con sencillez sus acciones, en el bando contrario siempre hay alguien dispuesto a inventar el gol de la jornada. Le tocó a Insa. Una imaginativa vaselina sobre Falcón hizo estallar un partido que se movía por los mismos derroteros en la segunda mitad. Al Celta le corresponde la culpa de la comodidad que tuvo el villarrealense para ejecutar.

El tanto imprimió ansiedad a la elaboración celeste. El nerviosismo de las gradas se trasladó al campo. A esta escuadra no se le puede reprochar la falta de actitud, como en las temporadas anteriores, pero el viento en contra lastra a los jugadores. Eusebio, sin recursos en el banquillo para incrementar su pegada, optó por romper el encuentro. Metió a Danilo por Roberto Lago descubriéndose el pecho.

Contra la falta de filo, sin embargo, no hay remedio. Joselu falló solo ante Juan Carlos. Se le nubló el cielo. Hernán Pérez mató el partido acto seguido a la contra. Ningún minuto diagnostica mejor la enfermedad del Celta. A la hora de definir su proyecto, Eusebio, Torrecilla y el consejo se olvidaron de la palabra que el cien por cien de los aficionados pronunciaría en primer lugar en un ejercicio de relacionar conceptos. ¿Si digo fútbol? Gol.

El Celta no lo tiene, el último cuarto de hora ahondó en esa certeza, que era perfectamente distinguible en verano. Los responsables deportivos confiaron el futuro a demasiadas hipótesis: la explosión de un Joselu virgen, la mejor versión de Arthuro pese a su larga inactividad o que Iago y Abalo añadiesen instinto asesino a sus cualidades. Ilusiones que trece jornadas han destrozado. Ahora tendrán que intentar solucionar el pecado en esa lotería que es el mercado de invierno. Como no acierten, el abismo cosido gracias al proceso concursal volverá a abrirse ante ellos.