El Pilotes Posada, todo corazón, falleció aplastado por Baena. El pivote del Antequera, recién llamado por Valero Rivera a la selección nacional, estropeó el encomiable ejercicio de fe practicado por los locales. Frágiles sin Costa y Gustavo Alonso, tronchados como espigas maduras en cada giro del coloso, los académicos apostaron por la locura en la recta final y casi firman una remontada de dimensiones épicas. Los kilos y los quilates del adversario limitaron el relato heroico de los rojillos a su muerte, con la cara erguida y la piel mazada.

El Pilotes es un equipo de extremos. Quique Domínguez lo fue y conserva la mentalidad en el banquillo; su producción anotadora se vehicula a través de los flancos, sobre todo con Masachs; y ayer hasta de las tareas del pivote debía encargarse un hombre nacido para vivir sobre la línea lateral: Cerillo. No es que el canterano se desdoblase provisionalmente para colarse entre la defensa. El técnico, reservando a Crevatin para tareas destructivas, forzó su reconversión por culpa de las ausencias de Costa y Gustavo Alonso. Domínguez jugó a ocultarse hasta el pitido inicial, que desveló la realidad de sus carencias. El peor día para adelgazar.

Cerillo aguijoneó al 6.0 del Antequera como una mosca zumbona, más molesta que efectiva. Puede dañar al recibir, pero no tiene cuerpo para trazarle caminos a la primera línea. El cuadro andaluz abrió una ligera distancia (1-3) y se quedó ahí a causa de sus imprecisiones en el contragolpe.

La comparación resultaba dolorosa para los vigueses. En el Antequera es dios el joven Baena, llamado a desempeñar un papel estelar en la Asobal del futuro; un bicho que asusta en la fricción. Mientras que Octavio planteaba cada ataque como un laborioso asedio, a empujoncitos, Baena horadaba la defensa local con facilidad. Del siglo rojo al segundo andaluz en el control del tiempo. La iniciativa siempre era visitante.

Ortega sentía cómodos a los suyos. El técnico andaluz pone la firma de autor en el portero-jugador con que compensa las exclusiones. Lo demás le viene dado por Baena. Todo en el Antequera se plantea a partir de su mastodonte como no se veía desde la España de Rolando Uríos. Quique Domínguez probó a cambiar de portero, pero la escuadra se le descomponía hasta en los detalles. Crevatin quiso entrar antes de tiempo y se ganó la segunda exclusión. El único pivote, encorsetado en el minuto 19 y con 6-11 en el marcador. El peor escenario posible. Infestas llamó a la heroica. El capitán lee los partidos como nadie. Mantuvo a los suyos vivos al descanso (12-15) y les reveló su única salida: agitar el juego, conducirlo al caos, plantear desde el corazón lo que el cuerpo le negaba.

El Pilotes siguió batallando mediante el coraje y la velocidad, obligado a combinaciones imposibles. Masachs contra Baena, la hormiga contra la montaña. Quique Domínguez se la jugó a la ruleta rusa. La locura era lo racional en tales circunstancias. Abrió la defensa a un 4.2 profundo, una especie de tuneladora. La roca antequerana se antojaba inabordable. Crevatin, neutralizado por Jorge Martínez en seis metros, acabó en la calle. La diferencia visitante se estabilizó en un arco de 3-5 goles, tan cerca y a la vez a un universo de distancia. Ortega se sacó de la manga a Pérez Canca para aletargar el choque, pero al veterano central ya le falla el pulso. Quique Domínguez giró entonces hacia el 5.1 y descosió el traje de confianza del Antequera, una escuadra pobre bajo el abrigoso traje de Baena. Esa limitación de argumentos, el discurso unidireccional, permitió al Pilotes llegar vivo a la recta final. Quique elevó los brazos para enardecer a la masa. El pabellón rabió y soñó lo imposible (26-26, 27-27). Hasta que reapareció el ogro, a cuya voracidad se ajustó el criterio arbitral, y devoró al Pilotes.