Alejandro Gómez, el galgo de Zamáns, corrió desde la cuna. Fueron 30 años al galope, calcula a sus 42. En su currículo, tres Juegos Olímpicos, una docena de títulos nacionales en la pista y el cross, récords que aún siguen vigentes. Su condición de mejor atleta gallego de la historia es incluso una certeza matemática según la tabla de equivalencias de la IAFF. Se lo debe a los 2.07.54 del maratón de Rotterdam de 1997. Es por respeto a su propia grandeza que se ha despedido de forma tan discreta: "No me gusta llamar la atención. Yo podía estar corriendo populares y en cabeza, porque por desgracia aquí el nivel ha bajado un poco. Soy muy exigente. Hacer las cosas a medias no entra en mis planes", explica.

La virtud del galgo es su maldición. Cuando las patas le renquean se convierte en un estorbo, al que el dueño acaba ahorcando o envenena. Cómo desearía en ese instante no haber competido contra el viento. Alejandro Gómez quiere sobrevivir al campeón que fue. Cortó de cuajo, dice que sin síndrome de abstinencia. "Había plegado. Me dediqué al fútbol. Estuve sin correr, sin echarlo de menos. Controlo bien la cuestión mental. Nunca tuve ansiedad. Hay compañeros míos que lo están pasando mal. Eres el centro de atención y de repente te conviertes en un cero a la izquierda".

Ahora ha vuelto como entrenador. Daniel Bargiela y Óscar Piñeiro son sus primeros discípulos, la camada del galgo. "Nunca pensé en entrenar. Me decantaba para ser preparador físico de un equipo de fútbol. Me gustaría mucho más. Pero ellos me han liado".

Lo del fútbol es realmente un camino que ha estudiado. "Tuve una oferta del Málaga", revela. "Me hubieran puesto con el filial o el juvenil. Era una gran oportunidad de introducirme en ese mundo". Rechazó la oferta por una cuestión familiar. Separado desde hace años, su hijo reside en Oviedo. "Antes es mi hijo que el dinero. Desde aquí puedo ir a verlo. Desde Málaga, no. Y en fútbol hay que viajar constantemente. Mi hijo es esencial en mi vida, mi corazón. Cuestión de prioridades".

También ha descartado otras opciones relacionadas con el atletismo por apego a la tierra. "Tengo muchas ofertas del País Vasco. Allí las entidades apuestan por el atletismo y me consideran un vasco más. Pero mis orígenes están aquí. Estoy un poco cansado de viajar".

Se queda, por tanto, instalado como propietario de una cervecería, la Burner del centro, donde capea el temporal. "Me gusta este oficio. Es una forma de seguir en contacto con la gente. Soy bastante extrovertido. Mi ilusión es montar una en Zamáns, pero vamos a esperar un poquito a que pase la crisis. Es tirarse a una piscina vacía y no están las cosas para hacer el tonto".

Sí exhibe un cierto dolor por el orillamiento que percibe, la desmemoria. "Me joroba que en Galicia no sepan valorar a los ex deportistas. Podía estar por los colegios o con alguna institución. No digo que me pagasen por ser quién fui, sino dando una actividad. Es donde creo que podía encajar, porque existe un poco de dejadez. Hay muchos niños que no saben ni qué es el atletismo. El deporte se promociona desde la base o se pierde y esa tarea le corresponde a las entidades".

Son ideas de futuro para un hombre capaz de reinventarse y analizar con serenidad los contratiempos de una trayectoria singular. Porque el infortunio es una parte indispensable en la leyenda de Alejandro Gómez.

Sus peripecias bordean lo surreal. En Castrelos, ese hogar a donde ha regresado con sus chicos, podría hacerse un recorrido guiado de sus desgracias. Aquí lo mordió un perro, ahí lo golpeó un camión municipal y lo apartó de Sydney...

Y es largo el recuento de sus flatos, zancadillas y confusiones entre lo cómico y lo trágico. En el cross de Haro "se equivocaron los jueces, me pusieron una vuelta más y al segundo lo metieron para meta". En Azpeitia "entré levantando los brazos y la meta, mal señalada, estaba algunos metros más adelante. El contrario se dio cuenta y me ganó. El jefe de Adidas estaba conmigo y protestó. Rodaron cabezas". En el maratón de Londres "me tiraron al suelo a tres kilómetros del final, cuando iba para récord de Europa".Días antes de un Mundial al que acudía a tope lo ingresaron por apendicitis. "Casi la palmo. ¿Esto qué coño es?, llegas a preguntarte".

El catálogo de desdichas se eterniza. "Se me agotó la suerte. Pero el deporte es así", se resigna. "Si no lo aceptase, tendría que hacerme el harakiri. Algún momento vendrá la suerte a mi lado, pensaba, pero no quería venir. Entra dentro del atletismo".

Lo que subyace es la sensación, indiscutible para los expertos, de que Gómez, pese a sus glorias, se quedó a medias de lo que estaba a su alcance. "Alejandro no llegó ni al ochenta por ciento de sus posibilidades porque se acomodó y cuando empezó a ganar dinero, no se cuidaba con la preocupación y la voluntad exigida a una figura mundial", ha dicho en un foro atlético Julio Rodríguez, su entrenador de siempre, el que lo descubrió de niño y del que hoy está dolorosamente ´divorciado´.

Gómez entiende, por su parte, que Julio Rodríguez no supo moldearlo: "Soy realista. El fondo mío no se tocó. Yo siempre dije que me hubiera gustado saber entonces lo que sé hoy. Ahora es muy fácil sacar los defectos de lo que se hizo. Seguí con mi entrenador, consideré que éramos un matrimonio y que teníamos que morir los dos juntos. Tenía fe en él. Quizá debió decirme: ´Mira, yo he llegado hasta aquí y no doy más´. Tampoco quiero echarle la culpa. No puedes enfadarte con el pasado, darte golpes contra la pared. ¿Para qué vas a amargarte?".

Cosas ajenas al tartán los han separado. "Morí un poco por ser fiel. Es mi forma de ser", insiste Gómez. "Me faltó dar yo el paso de dejarlo. Y al final está enfadado conmigo. Es lo que más me joroba. Das la vida por una persona y ahora… Pero tampoco quiero dar esa sensación. Mi forma de ser sigue siendo la misma. La vida es así".

Sobre los defectos y las derrotas, sobre la duda de lo que hubiera sido, Gómez observa con satisfacción su vida: "Lo más importante es que en el deporte intenté hacerlo lo mejor posible y creo que no soy mala persona. Es lo que más valoro yo. Al atletismo le debo muchísimo. Me dio educación y un estatus económico. Me hizo un hombre. Las cosas como son. ¿Podía ganar alguna medalla más? Pude, pero no las gané. Fue fallo mío, de planificación, de lo que sea. Y no voy a meterme en casa y no salir. Nadie me podrá reprochar que pude hacer dado más o que regateé en el esfuerzo. Realmente estoy contento".