El cerrojazo ordenado por Eusebio no ha rescatado al Celta de la molicie en la que vive instalado desde hace meses. El cambio de sistema dispuesto por el preparador celeste, lejos de proporcionar consistencia defensiva al equipo, descubre peligrosas tendencias suicidas. Cómo si no explicar el ataque de raquitismo del segundo tiempo que le llevó a dilapidar, en dos acciones aparentemente inocuas, un partido que dominaban cómodamente. Y eso que el Levante, que ya no se juega nada en esta Liga, vino a Vigo poco menos que de turismo y no apretó las clavijas al equipo vigués hasta que olfateó la sangre.

La fragilidad mental de este equipo no conoce límites. Semana tras semana, indefectiblemente, se la ingenia para complicarse la existencia con errores impropios de futbolistas profesionales. La hemorragia no se detiene, los perseguidores aprietan y asusta pensar qué puede suceder si finalmente tiene que jugarse la permanencia en un cara a cara con el Alavés en la antepenúltima jornada de Liga en Balaídos.

Cambio improductivo

Después del baldeo recibido en Vallecas, Eusebio Sacristán, como Pepe Murcia en su momento, decidió renunciar a su fallida propuesta inicial y blindar al equipo con una defensa de cinco hombres (Noguerol, Peña y Jordi en el eje y Óscar Díaz y Roberto Lago en los costados). El experimento funcionó bastantes minutos. Con un juego anodino pero seguro el Celta dominó el balón y marcó el tempo del partido. Impuso un ritmo cansino, del que se contagió el Levante, que se limitó a esperar sin achuchar.

El equipo vigués se encontró con el escenario soñado con el gol (impecablemente definido) de Óscar Díaz sobre el descanso y cazó el segundo en su primera llegada al área nada más reanudarse el partido. No le restaba al Celta más que administrar su ventaja con inteligencia, sin asumir más riesgos de los necesarios ni conceder regalos. Pero a este equipo esto es pedirle un imposible.

Las dádivas

El Levante llegó a portería tres veces y marcó dos goles. El dato ilustra con nitidez los problemas defensivos de un equipo que domina lo superfluo y falla en lo esencial. Los dos goles del Levante parten de un saque de banda y en ambos la pelota le llega a Pedro Vega, el goleador granota, después de un melonazo: el primero desde la línea de fondo tras tocar Noguerol de cabeza, el segundo tras un despeje a ninguna parte de Renan. Ambos tantos provienen de errores graves y los dos son evitables. Desde el primer revés, cambió el signo del partido. El Levante cambió el traje de paseo por el de faena, ninguneó al Celta y seguramente habría liquidado el partido si llega de disponer de algo más de tiempo.

Chispazos individuales

El duelo ante el Levante deja más dudas que certezas y augura poca paz en un tramo final de campeonato que puede amenaza con complicarse. No obstante, el equipo ha dado alguna pequeña satisfacción en el plano individual: el buen momento de Rosada, la versatilidad de Óscar Díaz con un interesante partido en la improvisada posición de carrilero, la progresión del joven Jordi, la eficacia de Ghilas (tres goles en tres partidos) o la mejoría física de Dinei. Pero el rendimiento individual es un pobre consuelo si falla el colectivo.