El Celta está decidido a pasar se un mes de junio angustioso, abrazado a la calculadora. A eso apunta este equipo deprimente, incapaz de ganar incluso cuando tiene todo a su favor y que vuelve a situarse a cinco puntos del descenso a Segunda División B. Los vigueses se ven abocados a disputar una Liga de ocho partidos contra un buen puñado de conjuntos tan limitados como ellos, pero menos frágiles en el aspecto mental y sobre todo sin esa tendencia a la autodestrucción de la que los de Eusebio han hecho gala a lo largo de la temporada. El último ejemplo lo dieron ayer. Ganaban 2-0 al Levante (sin saber muy bien cómo) y de repente entraron en una proceso de demolición inexplicable. Se ausentaron del campo, empezaron a regalar metros, a cometer errores propios de aficionados y a despertar el hambre de un conjunto, el Levante, que venía a Vigo con la salvación en el bolsillo y sin excesivo afán por molestar. Pero el Celta le abrió la puerta y Pedro Vega, con dos zurdazos fenomenales, convocó a los peores fantamas del celtismo, desbordado ante una nueva muestra de impotencia e incapacidad de su equipo.

El problema del Celta poco tiene que ver con el nombre de su entrenador o con el sistema que utilice. Viene de atrás. De la elección de jugadores para conformar la plantilla y de los tres años convulsos que lleva a cuestas el club. En el Celta todo es provisional, todo se replantea cada tres meses y así no hay proyecto que fructifique. El equipo se comporta siempre como si estuviese de pretemporada y en pleno mes de abril comete errores propios del mes de agosto. Ayer Eusebio se inclinó por jugar con tres centrales y situó a Óscar Díaz y Roberto Lago en los carriles a la altura del medio del campo. Trashorras tuvo libertad para moverse por detrás de Ghilas y de Dinei. Otra vuelta de tuerca que terminó en el habitual tostonazo. El Celta tuvo la pelota (sobre todo Rosada que se vació en el primer tiempo), pero volvió a acusar su falta de profundidad y de desborde. Todo previsible, sin ritmo, sin ocasiones pese a que el Celta mejoró con los tres centrales el doloroso asunto de cómo sacar la pelota desde atrás. Pero Óscar Díaz apenas entró en juego, Trashorras tuvo poca claridad, Ghilas era un alboroto y Dinei seguía de vacaciones. El Levante, que llegó a Vigo sin muchos alicientes, esperó tranquilamente alguna contra que aprovechasen Rubén o Pedro Vega. No llegaron aunque dieron un par de avisos curiosos en dos jugadas que llegaron por el costado izquierdo. El Celta, sin embargo, se encontró con un gol cuando moría la primera parte. Un hito histórico ver a este equipo marcar a balón parado. Lanzó Renan un saque de esquina, peinó Dinei y Óscar Díaz remachó de cabeza. Con el subidón propio de haberse ido 1-0 al descanso el Celta arrancó en el segundo tiempo con energía y decisión. E incluso se permitieron la única jugada de fútbol de verdad que se ha visto en Balaídos en mucho tiempo. Recuperó un balón, Trashorras controló en la frontal, se paró un segundo, esperó que se abriese un pasillo en la defensa valenciana y sirvió la pelota a Renan que apuró la línea de fondo y sirvió a Ghilas para que empujase a la red. Un oasis en el desierto que es el Celta.

El 2-0, para cualquier otro equipo, hubiese sido definitivo. Para el Celta no. Los vigueses entraron en autocombustión y empezaron a dispararse en los pies de forma incomprensible. El equipo retrocedió, dio la sensación de conformarse en una decisión tan alocada como irresponsable y el Levante empezó a aprovecharse de los espacios que se abrían por todas partes. Eusebio buscó aire fresco en el banquillo, pero no encontró nada, salvo a David que falló el gol de la sentencia en un mano a mano. Un error en cadena de la defensa permitió a Pedro Vega marcar un golazo con un gran disparo y al Celta se le dispararon las pulsaciones. Faltaba media hora, pero el equipo pensó de forma inmediata en que no ganaban. En vez de apretar los dientes y sacar el coraje que se les presupone, los de Eusebio pusieron cara de corderos camino del matadero. Y llegaron más decisiones incomprensibles. Tras un saque de banda a favor Renan despejó un balón de espaldas hacia la frontal de su propio área, le llegó la pelota a Pedro Vega que castigó la nulidad con otro zurdazo. El Celta tenía el justo castigo a su fragilidad mental. De ahí al final del partido la cosa pudo ir a peor, pero el Levante tampoco quiso hacer más daño a un equipo que ahora mismo sólo aspira a que los que vienen por detrás no aceleren.