A Manolo Povea le han contado que la “marea roja” cubrió hace dos años las gradas del Central. Entonces, como este viernes ante el Huesca, la directiva del Gestibérica abrió las puertas a todo aquel que llevase una prenda roja y 5.000 hinchas respondieron. “Todas las iniciativas que animan al personal a venir a vernos me parecen fantásticas. Ya se hizo en el pasado y parece ser que tuvo mucho éxito”, valora el entrenador. A la oleada que se viene se le pide que ayude en el camino del ascenso. Y Povea conoce bien cómo el pulmón de la afición puede empujar.

El andaluz se crió en el organigrama técnico del Unicaja Málaga. Vivió en directo las grandes jornadas en el Martín Carpena, una de las canchas calientes de la ACB. “Vigo aún no tiene la tradición de baloncesto que tiene Málaga”, reconoce. Tampoco en arquitectura son comparables las canchas. “El Carpena tiene capacidad para 10.000 espectadores. La estructura del pabellón ayuda. Sientes que la gente está encima de la cancha y a poco que les das responden”. Pero sí encuentra similitudes entre lo que el Gestibérica es y lo que su ex equipo fue en el inicio de su crecimiento: “Unicaja hizo primero un trabajo deportivo bueno, ganando partidos, y luego un fantástico trabajo de marketing igual que hace el Gestibérica Ciudad de Vigo con gente como Paco Martínez. Hay que venderse de esas dos maneras.”

El Central, de momento, reina en lo suyo, que es la LEB Plata. “Jugar en Vigo nos da un plus en todos los sentidos. Es una teoría clara pero también un hecho evidente, que se ha ido plasmando jornada tras jornada”, indica Povea, que tras haber visitado casi todas las sedes de la categoría sentencia: “El Central es de las mejores. En algunas canchas depende mucho de lo que te juegues en ese partido. El pabellón de Palencia estaba a rebosar y el de Tarragona. El nivel de As Travesas es sólo comparable a estos de equipos que están arriba”.

Elogia lo numérico, la afluencia. Pero también la intención de los que asisten. “El público de Vigo no es de los que comienzan a animar desde el minuto uno. Es un público al que tienes que meterte en el bolsillo de alguna manera, tienes que conquistarlo. Está bien que sea exigente. Es positivo. Obliga al equipo a hacerlo bien. Y la respuesta es fantástica cuando perciben que los jugadores se entregan en el campo”.

El clima, además, le ayuda a gestionar que una escuadra concebida para la permanencia pelee por la LEB Oro. “No lo entendemos como una presión sino como una ilusión. Es cierto que el objetivo ha cambiado y que ese cambio de papel, cuando incluso el primer puesto era posible, nos ha pasado un poco de factura. Quizás hemos sentido algún vértigo. Pero tenemos la ambición de un equipo que nació con un objetivo más humilde y que de hecho es más humilde. Por eso a la hora de la verdad a veces no se alcanzan las cuotas de juego necesarias porque no tenemos los mimbres necesarios. Forma parte de la realidad del equipo. Pero estamos tremendamente ilusionados”.