Espanyol 3 - 0 Celta

Espayol:

Christian Álvarez

Chica, Jarque, Sánchez, García, Valdo, Moisés,Lola, Ángel, Nené, Rufete, Jonathan, Callejón, Luis García

Celta:

Falcón, George Lucas, Rubén, Noguerol, Fajardo, Jonathan Vila,Renan, Michu, Maris, Óscar Díaz, Trashorras, Danilo, Dinei, David Rodríguez

Goles: 1-0. Min. 17: Jarque. 2-0. Min. 25: Renan, en propia puerta. 3-0. Min. 81: Valdo.

Árbitro: César Muñiz Fernández, del comité asturiano, asistido en las bandas por Fernández Miranda y Álvarez Zarate.

Incidencias: Encuentro de vuelta de dieciseisavos de final de la Copa del Rey disputado en Montjuic. Escaso público. Lluvia intermitente. Césped en buen estado, aunque se fue encharcando.

El Celta quedó ayer eliminado de la Copa del Rey, lo que entraba dentro de los planes. El conjunto celeste necesita centrarse completamente en la Liga. No renunció a la victoria sobre el Espanyol, pero la planteó desde una relajación contraproducente. El cuadro local aguantó las primeras embestidas celestes y sentenció aprovechando las facilidades defensivas. Un lastre demasiado pesado.

El conjunto vigués se había tomado la Copa como el juguete con el que distraerse de las ásperas obligaciones ligueras. Y el juguete se le ha roto, lo que puede ser necesario para crecer. El problema es si se ha roto también Jonathan Vila.

Cualquier futbolista profesional empieza siendo un niño que juega por placer. Un niño sobre el que los años van amontonando la instrucción, la presión progresiva, el espíritu competitivo que se les inculca. Al cabo, superadas mil cribas, vivirá del balón y tendrá otros disfraces y otras cargas: la fama, la exigencia del resultado, el drama que depende de un centímetro o un segundo. Pero el niño, aquel del inicio que quería imitar a Maradona en cada acción, sigue ahí, en la sustancia de un oficio que es en realidad vocación.

A los jugadores célticos no se les permite disfrutar. De ellos depende la supervivencia del club, la ilusión de la gente. Esa tarea homérica les frunce el ceño y los envejece. Es lo suyo en la Liga, de la que se alimentan. En cambio, nadie les había pedido nada en la Copa, su espacio lúdico. La eliminación ante el Espanyol se daba por supuesta; el éxito hubiera supuesto una gesta provisional, estéril a medio plazo. ¿Cómo afrontar por tanto la visita a Montjuic? Pues como la oportunidad de rescatar al niño de su triste madurez. Como una ocasión de ser feliz como sólo se es feliz en la infancia, cuando el mañana nunca existe.

Arreón inicial

Con ese atrevimiento, inequívocamente de patio de colegio, saltó el Celta al campo, combinando titulares y suplentes si es cierto que Pepe Murcia va a dar continuidad al bloque que ha logrado las dos últimas victorias. A los diez minutos, Maris ya había desbordado dos veces por la banda derecha y David Rodríguez había retorcido en exceso con su remate un gran centro de Trashorras. En la piel no se apreciaba la diferencia de categoría. Pero la había, claro, en la carne.

Los niños no poseen previsión. Son indisciplinados por naturaleza. Los célticos, con la alegría del tuteo al Espanyol, se desordenaron. Concedieron dos jugadas a balón parado y en ellas les mató la falta de tensión. Jarque se impuso por alto en una falta y entre tres célticos, con Noguerol como último verdugo y víctima, se combinaron para mandar a sus propias mallas un saque de esquina. En el minuto 25 la eliminatoria quedaba sentenciada.

Se mantuvo el choque por los mismos cauces hasta el descanso, con el cuadro celeste apoderándose del balón por su divertida inconsciencia y la astucia adulta del Espanyol, que cedía metros a propósito. Falcón le ganó a Valdo un mano a mano.

Cambios

Tintín Márquez dio por zanjado el partido en el vestuario. La prueba es que sustituyó a Nené, su mejor estilete, por el crepuscular Rufete. Pepe Murcia no aceptó el jaque mate. El cordobés, por el contrario, quitó del campo a sus piezas menos habituales (Maris, Danilo, Renan) para afilar su ataque con armas más sólidas (Dinei y Óscar Díaz, además de Michu). Era como si el técnico, por rabieta o terquedad igualmente infantil, se negase a aceptar lo evidente.

El resultado de tales movimientos fue la rotura del choque. El Celta se descosió en dos partes, fundamentalmente porque Trashorras había ido perdiendo ritmo y presencia con el paso de los minutos. Sin él, poco importaba que Dinei y David Rodríguez combinasen sus desmarques para desorientar a la defensa. Pero es que además la decisión del técnico se reveló como desafortunada cuando Jonathan Vila tuvo que abandonar el campo por lesión. Duele su imagen sobre la camilla más allá del encuentro, que a esas alturas estaba finiquitado.

Privado de cambios, el conjunto celeste se tuvo que agarrar al césped con un hombre menos. Incluso en esos instantes se comportó con cierto descaro, al menos en la intención de sus movimientos. El Espanyol, aunque sin pretender cebarse, se lo hizo pagar con varias aproximaciones que Falcón fue desbaratando hasta que Valdo aprovechó otra vacilación defensiva para cabecear a placer.

El Celta se vuelve a casa como esta previsto, eliminado y despidiéndose de ese paraíso perdido que es la infancia. En Montjuic se dejó el último sueño de libertad. El domingo, ante el Rayo Vallecano, se rencuentra con sus obligaciones serias, con el día a día en la oficina, con las facturas, hipotecas, obligaciones. El dolor de Jonathan Vila le devuelve a la realidad.