El sueño de toda una vida se materializó en noventa excelsos minutos en el renovado Prater vienés. Casi medio siglo después, la selección española iguala su mejor actuación histórica con un gran título en una competición de naciones. Muchos no habíamos nacido y la mayoría tuvo que conformarse con la fugaz contemplación a través de las vetustas imágenes del Nodo del mítico gol de Marcelino a Yasin, aquel formidable testarazo que daba al todavía incipiente fútbol español su primer y, hasta ayer, único Europeo.

Por cierto que las imágenes de aquel histórico tanto del delantero de Ares tienen truco porque el operador de cámara no captó la asistencia de Pereda a Marcelino y la cuestión se resolvió empalmando el negativo con otro pase anterior de Amancio. Pero aquella proeza sobre el gigante soviético pregonada a los cuatro vientos por el régimen del Generalísimo, fue un acontecimiento fugaz, un episodio aislado y casi olvidado. Aquel glorioso tanto de Marcelino pertenece, en cierto modo, a la prehistoria, a un fútbol de noticiario en blanco y negro en un país atrasado.

La selección española vivió en adelante como una potencia futbolística menor, discordante con la creciente pujanza de la Liga, ajena a los éxitos de los clubes, siempre a la sombra de los dos grandes equipos del continente: Alemania, Italia, Francia...

Apenas un par de veces tuvo la afición española licencia para soñar: en 1984 con aquella final frente a Francia en la que Platini se la coló por debajo del sobaco a Arconada y el Mundial de México dos años después, con aquella goleada a Dinamarca que hizo pensar que España podría llegar a la final. Los belgas frustraron aquel sueño y desde entonces los cuartos de final se convirtieron en una barrera infranqueable, un obstáculo insuperable que generó un complejo de inferioridad que nos ha perseguido implacablemente... Hasta ayer. Porque la Francia de Platini era muy superior a la España de Miguel Muñoz y el Mundial de México lo ganó la Argentina del irrepetible Maradona.

La España de Aragonés es harina de otro costal. Nunca hasta ayer había mostrado el equipo nacional tanta solvencia y seguridad en sí mismo. El torneo lo ha ganado una generación de futbolistas que, pese a la extraordinaria madurez mostrada sobre el césped, está dando sus primeros pasos, un grupo de chavales que es completamente ajeno al histórico complejo de inferioridad que padece el equipo nacional y que atesora en muy pocos centímetros una excelencia futbolística que hasta ahora desconocíamos. Un equipo, en suma, que es grande y amenaza con hacerse inmenso. Asistimos, todo parece indicarlo, al albor de una nueva era del fútbol español

Mejores en todo

España se ha alzado con el título de forma abrumadora, como el mejor equipo en todas las facetas del juego. Ha ganado con holgura todos sus encuentros (salvo tal vez el de Italia), ha desplegado el fútbol más lustroso y creativo y ha dominado con inusitada amplitud todas las estadísticas: es el equipo que ha marcado más goles y también el que menos ha recibido; ha dominado en aspectos tan significativos como el número de tiros a portería, el de pases acertados y el de recuperaciones de balón. Es a la vez el equipo que mejor ha defendido y el que mejor ha atacado, lo que tampoco es frecuente en este tipo de torneos. Villa ha conquistado el trofeo de máximo goleador y Casillas concluye el torneo como el mejor portero.

La final

Frente a Alemania nadie puede confiarse. No son los que juegan más bonito, ni probablemente los mejores pero tiene un extraño sexto sentido que les permite dar siempre la talla en las grandes ocasiones. No importa que les apabulles porque te hacen un roto (y si no que se lo pregunten a Turquía y a tantos otros antes) cuando menos te lo esperas. Quizá por ello y porque el conjunto de Löw presionó con ferocidad la salida del la pelota, la selección sufrió los primeros quince minutos de la final. Pero una vez que entró en el partido, se mantuvo fiel a su estilo, tuvo la astucia para aprovechar un grave error de la zaga teutona (falla atrozmente Lahm en el despeje y Lehman sale vendido) para anotar y la madurez defender el gol hasta acabar bailando a los alemanes en los estertores del choque. Lo dicho: un equipazo de jóvenes que juegan como curtidos veteranos y que, en su mayor parte, no han alcanzado aún su plenitud futbolística, vamos, que mejorarán. Con tales argumentos, el Mundial ha dejado de ser una quimera.