Las grandes citas fabrican héroes eternos. Son partidos que se fijan en la memoria sentimental de la afición y en la memoria mecánica de la televisión. Esta noche vienesa se repetirá mientras el fútbol exista, antes de cada nuevo torneo o en los aniversarios. Generaciones sucesivas de hinchas asistirán a las lágrimas de Villa, al equilibrio perfecto de Senna, a la agilidad de Casillas, a la sabiduría genética de Cesc, al ballet de Xavi... Sobre ellos, conocerán a David Silva. Nunca tanto talento se concentró en un cuerpo tan pequeño.

Corazoncito celeste - Silva, como Senna, no disfrutaba hasta ahora de la fama que su juego merecía. Es demasiado tímido fuera de la cancha, demasiado discreto en sus gestos dentro de ella. Desde ayer ya no necesita una celebración estrambótica o un grito para que la afición lo idolatre. Su fútbol ha salpicado los ojos de millones de españoles. Y el celtismo se alegra especialmente porque lo paladeó en la intimidad cuando aún estaba creciendo, antes que muchos. Silva se hizo hombre en Eibar y Vigo; ayer alcanzó el estado de dios futbolístico.

La oferta perpetua - Para la historia quedará siempre la duda de si el Celta hubiera podido comprarlo apostando su dinero por él cuando en Valencia todavía no confiaban demasiado. La certeza es que el descenso posterior se debió en gran medida a su ausencia. Nené le estropeó la herencia. "El año pasado, cuando no sabías qué hacer, levantabas la cabeza y siempre estaba el enano ofreciéndose", relataba con amargura Oubiña en tiempos de zozobra. El "enano" Silva es un mercader que pone en permanentes rebajas su mejor mercancia. Escoge en todo momento la mejor opción y aparece en donde se le necesita a su ritmo, con ese trotecillo constante de duende que enloqueció a la medular rusa.

La tarea pendiente - A Silva había que calificarlo por lo propio y por lo que de él se percibía a través de los compañeros, a los que mejoraba. Se le achacaba la carencia del gol, de una zurda más hecha para el pase suave que para el trallazo. Pero ayer definió de maravilla. El Barça o el Manchester lo deberían tener claro.