Los 1.500 días de Cervantes
La aproximación de Amenábar en «El Cautivo» es provocadora por el ángulo desde el que mira a Cervantes, pero no por correr riesgos cinematográficos, aunque la película sea técnicamente primorosa

Los 1.500 días de Cervantes / Lucía Faraig
Las interzonas de la historia a las que no llegan ni la luz ni los taquígrafos constituyen un territorio fértil para la creación. Alejandro Amenábar ha aprovechado esa coyuntura, escogiendo a Cervantes, uno de los genios de la literatura universal, para bajarlo del pedestal y situarlo a la altura de su humanidad.
El tiempo oscurece los caminos de la memoria, incluso la de personajes que, pudiendo, eligieron protegerse no prodigándose en detalles. El autor de «El Quijote» es un imán de especuladores y el del espejo que nos devuelve Amenábar es un posible Cervantes. La opción es legítima: encerrar a alguien de tanto calado como el escritor en una sola vida no parece suficiente.
Amenábar achaca la supervivencia de su antihéroe durante su cautiverio en Argel a algo más que a sus dotes como narrador basándose en algunas pistas de su periplo vital. El runrún de la orientación sexual lo condiciona todo y a algunas personas incluso les impide gozar de la modesta película que se esconde debajo, una en la que conviven una producción con aire a cine de aventuras y de piratas con una historia de amor o, más bien, de poder y de sometimiento.
La libertad que evoca el título es trascendental en el relato, incluido el que lleva dentro y que, como una muñeca rusa, Cervantes-Sherezade va desgranándole a sus compañeros y al bajá para alejar de sí la muerte. Las historias nos ayudan a evadirnos, a soportar lo insoportable, y no es de extrañar que el recurso encaje bien en el cine de prisiones, con ejemplos tan originales como «La noche de los reyes».
El Cautivo
Dirección y guion: Alejandro Amenábar
Intérpretes: Julio Peña, Alessandro Borghi, Miguel Rellán, Fernando Tejero
En Amenábar, sin embargo, la originalidad se limita al enfoque. Su aproximación es provocadora por el ángulo desde el que mira a Cervantes, pero no por correr riesgos cinematográficos, aunque la película sea técnicamente primorosa. «El cautivo», por más que funcione eficazmente como entretenimiento y su inspirador sea inmortal, no se ha ganado un billete a esa condición. El cineasta escoge un envoltorio acomodado, teatral, también emocionalmente. Si resulta atractivo presentar a Cervantes entretejiendo realidad y ficción para que conformen una nueva capa narrativa fronteriza y borrosa, a veces las pasiones humanas se dibujan sobre ese tapiz con trazos demasiado evidentes.
La ambientación, la fotografía, el montaje y el reparto, del que fascina Alessandro Broghi (el bajá), son cómplices en la presentación final de un producto en el que el realizador, como un guiño al espectador, pero de forma un tanto cándida, siembra indicios de las experiencias sobre las que Cervantes construirá algún día «El Quijote».
Quizás lo más relevante que aporta esta película sea el debate. Si el futuro está hecho de pasado, como dice la historia, y acierta, el pasado está hecho de o desde el presente, corrige Amenábar, y acierta también.
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