A compás
El genio de María Jiménez
Se cumplen dos años del fallecimiento de la artista

La cantante María Jiménez, en la presentación de su disco, 'La vida a mi manera', en 2020. / Ricardo Rubio / Europa Press
Sara Arguijo
Hace dos años que un 7 de septiembre fallecía la icónica María Jiménez, que tantas veces nos había hecho creer que era invencible. “Ya verás para coger el sueño esta noche”, dijo con su habitual descaro al despertarse del coma que la mantuvo tres meses en la UCI en 2019 por una obstrucción intestinal. Genio y figura hasta la sepultura.
Tras su muerte, un día de Consolación como el de este lunes, Sevilla entera se echó a la calle para despedir a la artista cuyo féretro paseó por última vez su Triana natal en un espectacular coche de caballo y despertó lágrimas, aplausos y oles a su paso por las calles de la ciudad. Como fue su deseo, durante el recorrido lució el mantón de manila de su madre y las plumas de pavo real con las que resurgió artísticamente en 2002 gracias al disco Donde más duele (Canta por Sabina), con el que superó los 600.000 ejemplares vendidos. Ahora pienso que no pudo elegir mejor atrezzo para representar su historia: la de una mujer nacida para resistir, que encontraba en su tierra y en su gente la fuerza para levantar las alas incluso cuando todo estaba en contra.

El féretro de la artista María Jiménez, fallecida en Sevilla a los 73 años el 7 de septiembre de 2023, fue trasladado en coche de caballos desde la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Sevilla, a la iglesia de Santa Ana de Triana. / RAUL CARO / EFE
Cuando María publicó ese álbum tenía 52 años, “los mismos que Cher cuando lanzó Believe”, leo en una publicación. Ella lo hizo animada por el increíble éxito de La lista de la compra (2001), la canción que compuso inspirándose en ella el Lichis de La cabra mecánica que la devolvió a una escena musical descafeinada, tan necesitada de voces propias.
A sus otras revoluciones, la de zarandear con sus caderas la moral de una España casposa, acomplejada e hipócrita; la de mostrarse como era y como a nadie le importa; la de cantarle al placer; la de reírse de todo; la de denunciar unos malos tratos que se callaban; la de practicar un incomprendido activismo contra la piratería; la de contestar sin tapujos y reservarse lo más privado, o la de sobrevivir a un mundo que no deja de poner zancadillas a los más débiles…, sumó María, con su renovada gloria, la de romper la barrera del edadismo imperante. ¡Qué maravilla esa portada de María madura, poderosa, alzando la mirada al cielo con su escotazo inabarcable, diciendo aquí estoy yo a una industria cultural que aparta las arrugas en pro de productos infantiles y maleables!

Portada del disco 'Donde más duele. María Jiménez canta por Sabina'. / El Correo
Más allá de su descaro, su carácter indomable y ese humor que usaba como salvavida, las generaciones más jóvenes descubrieron aquí que la rubia del Se acabó con el que se cerraba las mejores juergas (ahora reconvertido en símbolo feminista), era capaz de desgarrar corazones con su cante seco y visceral.
Esta María, que como Lola Flores o Rocío Jurado logró con el nombre más común de España prescindir de apellido para ser reconocida, aparecía como un tsunami en escena para cantarnos -y contarnos- con crudeza las penas más duras y celebrar, con la más febril de las sonrisas, esta fiesta efímera que es la vida.
Entre otras virtudes, la artista, que no cantante ni intérprete, tenía la de hacer suyas cada una de las letras que pasaban por el cielo de su boca, su estómago y su sexo. Por eso, parecía que era ella, y no Sabina, la de las 19 días y 500 noches, la de las Noches de boda o la de las Dos camas vacías. Igual que mucho antes, en los discos que grabó desde los 70, se apoderó de boleros, baladas, rumbas, tangos o rancheras como Con golpes de pecho, Me muero, me muero, Te doy una canción, En ese más allá o ese Vámonos de José Alfredo Jiménez, en el que clama por un lugar donde nadie nos juzgue, donde nadie nos diga qué hacemos mal.
Además de su poder de transmisión y la perfecta afinación que nunca perdió, en sus comienzos María rebosaba frescura, creatividad y arrojo. Pero es que, con el tiempo, su manera de cantar adquirió además un aplomo y una seguridad con la que podía derribar al que se le pusiera por delante.
Hay un vídeo en internet donde, ya mayor y reponiéndose de uno de los achaques que le tocó lidiar, empieza a cantar en una fiesta la mítica Aquella/Cheque en blanco hasta casi desfallecer. Es increíble la verdad que hay detrás de esos segundos en los que entona los primeros acordes desde la mesa. Puede que sólo desde la herida se pueda cantar así al desencanto y la deslealtad.
De origen humilde, la artista recorría ya con 15 años los tablaos de Sevilla, Madrid o Barcelona como La Pipa y tuvo que bandearse sola cuando lo que se premiaba en la mujer era pasar desapercibida, no dar la nota y tragar. “¡Qué me deje!”, solía decir con descaro cuando algo le incomodaba.
En el documental María Jiménez. Mi mundo es otro narra en primera persona estos avatares. Lejos de achantarse, se puso el mundo por montera, trabajó como una condenada, buscó su estilo, y su sitio, y enseñó lo que quiso porque tuvo claro siempre que lo que debe escandalizar a un mundo sano sería el genocidio en Gaza y no sus bragas.

Actuación de María Jiménez en la gira por Andalucía a favor de la autonomía, en una mítica imagen del fotoperiodista Pablo Juliá. / Pablo Juliá
Pienso que hay algo en la desvergüenza de María que tiene mucho que ver con el hambre y la necesidad. Los pobres tienen menos miedo porque jamás han ganado nada y no tienen tampoco nada que perder. También saben celebrar mejor porque no están acostumbrados a las victorias y temen siempre que sean la última.
Por eso, es tan creíble su desgarro como la alegría que imprimió en temas últimos como el surrealista Mamarracho (del álbum De María a María… Con sus dolores) o ¡Qué felicidad la mía!, que grabó junto a Miguel Poveda. El cantaor era uno de los flamencos que se declaró admirador de la sevillana que, aunque nunca practicó la ortodoxia, fue acogida con afecto por los cabales por la autenticidad de su cante aflamencado y su manera de vivir y de ser.
Igual que, como pasó con Bambino, era querida tanto entre la gente corriente, que la veía como una de los suyos, como por los señoritos. Entre otras cosas, porque invitaba a estos últimos a un mundo -el otro- que sólo se atreven a visitar desde lejos y por un rato. Es normal que después de María todo lo actual nos parezca insulso. Porque María fue indómita, salvaje y libre hasta cuando no podía permitírselo. Bebamos un güisqui en su honor.
- Los dueños del colegio Atalaya deben devolver 180.000 euros que les prestaron 5 docentes por hacerlos indefinidos
- Mercadona denuncia la venta desde Bueu de pescado que debía destruirse
- «Sin calefacción estamos todo el año a 21 ºC»
- La Navidad llega a Vigo con ilusión impermeable
- Descarrila un tren de mercancías cargado de toneladas de acero en As Neves
- El encendido de las luces de Navidad de Vigo en primera línea: aforo limitado y solo cuatro accesos a Porta do Sol
- El Paseo de Alfonso luce su nueva plaza-mirador
- Detenido un vecino de Vigo que estaba lanzando botellas de cristal desde una planta de Vialia hacia la plaza de los cines