Antología
Aquí está lo mejor de Julio Camba
‘Mis páginas mejores’ (Cátedra, 2025), una deliciosa y divertida antología que el propio periodista gallego publicó en 1956, vuelve a las librerías en una cuidada edición de Francisco Fuster

Julio Camba. / l.o.
José Luis G. Gómez
De lo que de verdad tuvo vocación Julio Camba en su vida fue de viajero, de hombre de mundo, y bien que cumplió con su destino: Turquía, Francia, Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, Italia y Portugal fueron algunos de los países en los que residió. Pero como no era millonario, y bien sabemos que le habría encantado disfrutar de ese privilegio, el pago obligado de tantos viajes fue la escritura. Y con ese espíritu escribió este gallego trotamundos que carecía de vocación de escritor, o al menos gustaba de presumir de esa ausencia: "Sólo de pensarlo me entran mareos", decía de la obligación de escribir. Ahora, Cátedra rescata ‘Mis páginas mejores’, una antología personal que Gredos publicó en 1956, y que sirve de puerta de entrada a una de las creaciones periodísticas más personales y brillantes del siglo XX.
Julio Camba (1884-1962) fue una de las estrellas más fulgurante del periodismo español de la primera mitad del siglo XX, lo que es decir mucho cuando por entonces se disputaba la atención de los lectores con figuras tales como Josep Pla o Manuel Chaves Nogales. Pese a sus incuestionables orígenes anarquistas, lucha en la que se inició en Argentina, tras fugarse allí a los trece años como polizón, y de donde fue expulsado tras cinco años de actividad combativa, este gallego inquieto terminó sirviendo de personificación española del flaneur, el dandismo y el buen gusto. Sus crónicas se cuentan entre las más ingeniosas y personales de nuestro periodismo, y tras pasar por diarios como La Correspondencia de España, El Sol o El Mundo, terminó siendo su extensa colaboración con ABC, casi cincuenta años, la que le consagró como uno de los corresponsales más destacados de la historia del periodismo español.
¿Por qué nos gusta tanto leer a Camba? Más allá del valor documental de sus escritos o de lo extravagante de su propia persona, lo que nos lleva a muchos a seguir leyendo estas crónicas de un mundo que ya no existe, algunas con más de un siglo desde su publicación, es la extraña frescura e inmediatez que aún desprenden estas páginas. Los textos de Camba parecen haber sido escritos ayer, y todavía hoy puedes creer que sus comentarios sobre Nueva York o Berlín no sólo son válidos, sino que se han adelantado a lo que otros corresponsales contarán mañana. Camba supo captar el alma de las ciudades y la gente que conoció: no se limitó a contar qué pasaba allí o allá, sino que entendió su existencia de una manera más profunda. Y además, lo contó con mucha gracia.
"Perdóneme que esta crónica haya salido algo más extensa, pero la premura de tiempo para mandársela no me ha permitido escribir algo más corto". Esta conocida nota para el director de La Correspondencia de España, en sus primerísimos tiempos como corresponsal en Constantinopla, sirve de lección sobre el rigor estilístico de Julio Camba. Sus artículos son agudos y precisos mecanismos de relojería Suiza, en los que nada sobra ni falta, y que van bien cargados de ironía y fina observación. Aún ahora resultan explosivos a su manera encantadora, casi tanto como las bombas tan del gusto de sus antiguos correligionarios anarquistas -aunque él siempre fue más de pasquines y pancartas, que fueron sus primeros escritos-.
Pocos periodistas han estado menos atados a la actualidad que Julio Camba, pero al mismo tiempo pocos han salido menos de las páginas de los periódicos que él. Francisco Fuster, responsable de esta edición impecable de ‘Mis páginas mejores’, reconocido experto y autor de varias ediciones anteriores de obras del autor de ‘La ciudad automática’ -cito este libro por ser uno de mis predilectos-, indica que apenas un cuarto de la obra de Camba ha sido recogida en libro. Además, enumera algunas de las razones con las que intenta explicar que la fama de Camba no sea la que merece su trabajo. Sea como sea, poco le habría importado el reconocimiento que le podamos prestar hoy a un hombre que rechazó el ofrecimiento de una silla en la Real Academia alegando que preferiría un piso.
Sin salirse del límite del folio, la máxima extensión que se permitía escribir al día, y en cuyos límites él lograba introducir el mundo, Julio Camba elevó casi sin pretenderlo, y obligado por la necesidad de ganarse la vida con algo que decía detestar, la fórmula que creara Azorín: el artículo periodístico español. Pocos pueden acercarse a la maestría sencilla de Camba, un observador sin tema y sin grandes intereses personales, más allá de disfrutar de la vida tanto como le fuera posible. Porque lo grande de Camba reside en su originalidad, en su estilo, en su voz y mirada únicas. De algún modo lo grande de la obra de Julio Camba era Julio Camba.
Los años últimos de Camba, privado del placer de viajar y observar, encerrado en el madrileño Hotel Palace -en una habitación, la 383, que le pagaba el banquero Juan March, escondida junto al cuarto de la plancha, al final del pasillo de la tercera planta- fueron casi un exilio interior. Fue en esos tiempos que nació esta antología, retrato de un mundo que había sido borrado por la Segunda Guerra Mundial, ese Gran Mundo al que se marchó un gallego jovencísimo y del que tenemos testimonio gracias a que tuvo narrarlo a desgana. "Llegaba a un país cualquiera y, como me era indispensable trabajar un poco para sostenerme en él, me ponía a escribir artículos describiendo la impresión que me producían su vida y sus costumbres. Luego, bien porque yo me hubiese aburrido del país donde estaba o bien porque el país donde estaba se hubiese aburrido de mí –la cosa ocurrió más de una vez- tomaba el trole y me largaba con la música a otra parte".

Mis páginas mejores
Autor: Julio Camba
Edición: Francisco Fuster
Editorial: Cátedra
Páginas: 424
Precio: 17,50 €
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