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Rap entre rejas

Cultura de la encarcelación: cuando rimar es delito

El festival In-Edit acoge el estreno del documental ‘No callarem’, que relata las historias de Pablo Hasél, Valtònyc y Elgio, tres raperos condenados a penas de prisión por las letras de sus canciones

Valtònyc abraza a su hermana en el aeropuerto de Bruselas, en una imagen de ’No callarem’. BRUNA / NO CALLAREM

Cada sociedad tiene su particular catálogo de perversiones. En la España contemporánea está cada vez más arraigada una práctica especialmente perversa que consiste en proclamar que la libertad de expresión es atacada cada vez que alguien denuncia en las redes sociales la presencia de una expresión machista u homófoba en una canción al tiempo que se justifica (se aplaude, incluso) el encarcelamiento de raperos que han decidido convertir sus letras en armas de combate político. “Parece que en España los medios solo se acuerdan del derecho a la libertad de expresión cuando se trata de amparar ideas y opiniones de extrema derecha”, señala Fran García Tapia, productor del documental ‘No callarem’, que el sábado se presenta en el festival In-Edit.

‘No callarem’ se centra en las historias de Pablo Hasél, Valtònyc y Elgio, tres de los 18 raperos condenados a penas de prisión por la justicia española en los últimos años, una cifra que ha situado al país en lo más alto de ránking europeo de represión de los delitos vinculados con la libertad de expresión. Hasél (Pablo Rivadulla Duró) está encerrado en la cárcel leridana de Ponent desde febrero del año pasado y su madre tiene también un proceso penal abierto por participar en una manifestación para pedir la libertad de su hijo; Valtònyc (Josep Miquel Arenas Beltran) lleva más de cuatro años refugiado en Bruselas, adonde huyó para eludir una pena de tres años y medio ratificada por el Tribunal Supremo, y Elgio (Alex Nicolaev) arrastra, junto a otros 11 raperos del colectivo La Insurgencia, una condena de seis meses de prisión y ocho años de inhabilitación (tras una sentencia que, en su afán de vincular el rap de izquierdas con el terrorismo islámico, llegaba a afirmar que los acusados “tienen una religión, que es la lucha sindical obrera”).

Exbatería de grupos como The!Fuck y The Hills Around y miembro del Sindicat de Músics Activistes de Catalunya (SMAC!), Fran García Tapia se involucró desde primera hora en la plataforma No Callarem, creada en 2017 para dar una respuesta organizada a la oleada represiva desencadenada al amparo de la ‘ley mordaza’, aprobada en 2015 por un Gobierno del PP acosado en aquel momento por las protestas ciudadanas. “Que hacer letras de canciones te pudiera llevar a la Audiencia Nacional me parecía una cosa de ciencia ficción”, recuerda. En paralelo a las movilizaciones, que alcanzaron su momento de máxima efervescencia con la celebración de una semana de actividades por la libertad de expresión en la cárcel Modelo de Barcelona en abril de 2018, García Tapia empezó a darle vueltas a la idea de explicar en un documental las historias humanas que había detrás de los casos de Hasél, Valtònyc y Elgio. “Queríamos desmontar la versión que se daba en los medios y enseñar lo que hay al otro lado”, apunta.

Entrevista en prisión

El proyecto empezó a tomar forma definitiva cuando entró en escena la cooperativa audiovisual Bruna, a la que pertenecen las tres personas que firman la dirección de la película: Claudia Arribas, Violeta Octavio y Carlos Juan Martínez. Con un presupuesto cercano a los 70.000 euros financiado en parte gracias al micromecenazgo, el documental incluye entrevistas con los tres protagonistas (la de Hasél es la única que el rapero leridano ha podido hacer desde que está en prisión) y la participación de artistas como Albert Pla, Ana Tijoux, Bittah (del grupo de rap Tribade), Las Bajas Pasiones, Za!, Yolanda Sey (de The Sey Sisters), Nacho Vegas, la saxofonista Irene Reig y el intérprete de glosa mallorquina Mateu Matas.

Además de mostrar el efecto devastador que las sentencias judiciales han tenido en sus vidas, ‘No callarem’ relata los caminos por los que tres jóvenes de procedencias muy distintas llegaron tanto al hip-hop como al activismo político. Así, mientras a Hasél le conmovió la visión de un poblado de chabolas durante un paseo en bicicleta y le cambió la vida la escucha de un disco de N.W.A., el sabadellense Elgio, nacido en Moldavia, vivió la pobreza (y un desahucio) en carne propia y buscó consuelo en las rimas del grupo Falsalarma. “La primera canción que hice fue una de amor a mi madre –explica-. La política vino mucho después”.

"Una bomba de destrucción nuclear"

Para Valtònyc, la música fue, antes que nada, una vía para canalizar la rabia y la tristeza. Criado por su hermana mayor desde los ocho años a raíz de una tragedia familiar en la que la película prefiere no hacer hincapié, el mallorquín vio en el rap un modo de expresar sentimientos que le permitía aunar la poesía y la provocación. Josep Miquel Arenas tenía 15 años cuando publicó su primera maqueta y 18 cuando sufrió su primera detención; ocurrió en 2012, a raíz de una denuncia interpuesta por el entonces presidente de la plataforma anticatalanista Círculo Balear, Jorge Campos (hoy, máximo dirigente de Vox en Baleares), por una canción que incluía el verso “Jorge Campos mereix una bomba de destrucció nuclear”.

“Está claro que es una hipérbole, ¿no? Nadie tiene plutonio en su casa. Pues por esa frase me condenaron a seis meses de prisión”, dice Valtònyc, que había escrito la canción con solo 17 años. A esa primera condena se le sumaron posteriormente otras por enaltecimiento del terrorismo y por injurias a la Corona. Después vino la huida a Bélgica, donde las autoridades se negaron a atender la petición de extradición cursada por la justicia española alegando que las letras del rapero se enmarcaban en el ejercicio de la libertad de expresión. No solo eso: a raíz del ‘caso Valtònyc’, el Tribunal Constitucional belga derogó el artículo de la ley penal que castigaba en aquel país las injurias contra el rey.

En España, en cambio, las cosas parecen estar bastante más estancadas. La ‘ley mordaza’ sigue sin ser modificada, las protestas han desaparecido de la calle y la libertad de expresión solo se invoca para defender que un dúo de tecnopop de ultraderecha pueda cantar que hay que “volver al 36”. “El miedo que nos querían imponer ha hecho mella –lamenta García Tapia-, y eso es algo muy grave de lo que nos vamos a arrepentir. Estamos perdiendo el derecho a la libertad de expresión y a la gente le cuesta entender que eso no afecta solo a unos raperos, sino que también les afectará a ellos cuando quieran salir a protestar por unos despidos o unos recortes”.

“Mañana puedes ser tú”, rapea Pablo Hasél en la poderosa escena que cierra el documental. “Si no eres rico, mañana puedes ser tú”.

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