A Salman Rushdie lo persigue la traición, que ahora ha estado a punto de matarlo en Nueva York, mientras hablaba de literatura. Pudieron haberlo matado muchas veces, en España, por ejemplo, en El Escorial, en la Comunidad de Madrid, en Granada…, en todos los sitios a los que vino tras la publicación de su libro más amenazado, aquí, en otros países del extranjero, pues todos los sitios fueron el extranjero el autor de Los versos satánicos, origen de la fatua que ahora ha manejado la mano de otro loco en una de las capitales del mundo.

Indefenso, pues iba a hablar, no llevaba pistola ni lo defendían tantos guardaespaldas como los que tuvo en el pasado aún más peligroso, sucumbió sobre la lona de un lugar público. En el suelo es un símbolo de la amenaza activa contra la libertad de expresión, como lo fue en 1988, cuando aquel libro maldecido por Jomeini, escrito como una ficción, según los dictados de la libertad que lo hizo un escritor, es decir, un creador, un poeta, lo situó ante un paredón triste y universal. El mismo que ahora lo tiene, en Nueva York, a los pies de la gravedad y de la muerte. Ojalá estas dos últimas palabras se borren mientras salen escritas.

En 1988 aquel libro (repito: maldecido, no maldito) puso un recitado inviolable, el de la libertad de impresión, en el filo de una navaja horrible: ¿se podrá publicar de nuevo, podrá salir de las planchas tal como salió cuando Jomeini decidió que él tenía que dar el imprimatur a cualquier cosa que se dijera de sus santos? El editor que lo había publicado en inglés, el idioma original de Los versos satánicos, Peter Mayer, presidente entonces de Penguin, antecedente de Penguin Random House, decidió poner de acuerdo a editores de todas partes, y consiguió (entre otros, la de la española Alfaguara) una insólita solidaridad mundial.

Metido en el mundo editorial cuando era un taxista en Nueva York y se enamoró de Llámalo sueño, de Henry Roth, Mayer llegó a la cúspide editorial gracias a ese entusiasmo que lo llevó del taxi a las planchas, y cuando tuvo delante el reto de afrontar la primera traición sufrida por Rushdie puso toda su energía a favor de la libertad de expresión del escritor de origen hindú y de los que vinieran con el mismo problema a su puerta, en la calle o, como ahora, en un lugar dedicado a la divulgación de los libros.

Tiempo después de que ya podía parecer que el suceso que conmovió al mundo editorial, y al mundo entero, Peter Mayer, editor todavía, al frente de Overlook Press, que había fundado su padre, amigo activo del hombre que pudo morir tantas veces por la maldición de Jomeini, rememoró la razón por la que se puso en marcha su lucha, personal, pero también como editor, a favor de un escritor amenazado por razones de la libertad de su oficio.

Esta es una de sus declaraciones al respecto de aquel suceso, hecha en noviembre de 2011, pero no cesó de hablar de ello, en España, donde fue amigo hasta su muerte de grandes editores, como Manuel Arroyo Stephens, y de otros que lo recuerdan también por aquella lucha suya contra una fatua que hoy ha hallado su camino en Nueva York, donde por cierto vivió hasta su muerte, en Nueva York, en 2018. Hoy merece la pena transcribirlo tal como lo dijo el editor de Versos satánicos.

Dijo Peter Mayer: “En el caso del famoso libro en cuya publicación tuve que ver, Los versos satánicos de Salman Rushdie, mucha gente me dijo que debía de dejar de publicarlo, puesto que hubo peligro de pérdida de vidas humanas en función de esa publicación, y podría haber habido más, incluyendo las de nuestro propio personal en Penguin.

“Había que intentar equilibrar eso, conectar la posibilidad de que la gente perdiera la vida con defender un principio que se honraba hasta que no era compatible con los intereses de una minoría muy ruidosa, la minoría que había sin duda en los países occidentales.

“Mi punto de vista era que nosotros vivimos en Occidente, y esos principios no solo estaban marcados por la Revolución Francesa, sino que todas las libertades que emergieron entonces y que son parte de nuestro patrimonio debían ser preservadas. Nuestras libertades se verían recortadas si cualquier minoría podía prohibir cualquier libro. Por ejemplo, un libro sobre católicos podía ofender a la Iglesia, y entonces la Iglesia podía indicar que si ese libro se seguía publicando alguien podía acabar con la vida de otro. O un grupo judío podía ofenderse por algo e impedir la publicación de un libro sobre judíos...

“Yo creo que hay que publicarlo todo y tener un debate sobre aquello que se publica… Pero al menos 70 personas murieron como resultado de Los versos satánicos, algunos en la India, creo que hubo ataques en Japón, en Italia, en Noruega, en Bélgica, no sé dónde más... Son decisiones terribles que nunca pensé que tuviera que tomar. No estuve personalmente involucrado en la cuestión de la vida de Rushdie -por supuesto no quería que la perdiera, ni cuando publicamos el libro, pude prever lo que iba a ocurrir. Tampoco nunca entendí del todo lo afectados que los musulmanes se iban a sentir por la publicación. No tenía conocimientos sobre islamismo, y de hecho cuando el Ayatola lanzó la fatua, yo sabía que no había leído el libro, porque no leía inglés y el libro no se había traducido.

“Así que había un aspecto fraudulento en el ataque a Los versos satánicos, pero era el libro y su concepto lo que yo creía que había que defender, porque una vez que cedes ante los terroristas estás acabado. Es el concepto detrás de no pagar rescates a terroristas cuando hacen secuestros.

“Todo el mundo quiere que liberen a los rehenes, pero si pagamos habrá más secuestros y más rehenes. Pues una vez que dices "no voy a publicar tal libro porque alguien a quien no le gusta me ha amenazado", estás acabado. Lo harán otros. Así que yo tomé la decisión que tomé, para la que tuve el apoyo de Penguin, por principios sociales, cívicos, políticos, intelectuales... por la libertad de las ideas.

“Obviamente, como conocía a Salman, tenía todo tipo de sentimientos positivos hacia él y hacia su sufrimiento. Pero el tema era incluso mayor que él, y él es un gran escritor”.

Lo dijo Peter Mayer en noviembre de 1999, ante unos micrófonos; lo decía donde se lo preguntaban, nos lo dijo a nosotros. Era su credo, que ahora podría ser, otra vez, el de todos los editores del mundo, en favor de la libertad de publicar y, también, de la libertad de creer o no en estos o en aquellos dioses. “Una vez que cedes ante los terroristas estás acabado”. Él mantuvo vivo Los versos satánicos. Ahora han intentado matar, otra vez, a su autor, un hombre difícilmente libre en Nueva York, perseguido por la traición que vive envuelta en una fatua.