En ocasiones se siente como un marciano entre un mundo acelerado y digitalizado. Prefiere las notas musicales a los likes y con ellas lleva 40 años regalando un lugar donde encontrar la calma. Manolo García ha pegado un salto con carrerilla que le ha llevado al doblete. El cantante catalán se ha reinventado con sus nuevos dos álbumes, Desatinos desplumados y Mi vida en Marte, en los que ha buscado la luz a través de sonidos más aflamencados y desenamoradas poesías. Con ellos arrancó una gira con la que lanza un mensaje claro al mundo: “Todos debemos buscar la esperanza”.
–No uno, sino dos discos este año: Desatinos desplumados y Mi vida en Marte. Un poco más y le da para un tercero…
–Pues casi. Un poco más y ya estaba. Han sido muchos meses que quien haya querido hacer trabajo de puertas hacia adentro ha podido con esta maldita historia del COVID. El segundo ha sido más capricho mío. Quería darle un golpe de tuerca, con otro aire más liviano, menos pop-rockero, más a mi manera. Acercándome a estilos más del sur de los que, lamentablemente, estoy muy lejos.
–Definitivamente suenan muy diferentes, ¿a qué le cantan?
–Son una búsqueda de luz. Son levantar el hocico para buscar aire. Son la búsqueda de vida y esperanza, de lo que falta para tirar adelante. Estamos sometidos a un bombardeo en las redes sociales, a una ilusión huracanada que me hace sentir extraño. Hace que no podamos vivir sin estar pendientes del móvil todo el día. A mí no me importa tener 10.000 likes ni seguidores porque no son reales, son humo, fotografías tras una pantalla. No me siento cómodo con eso, aunque estoy rodeado por ello y lo acepto y respeto. Mi fórmula es la antigua: buscar la vida a través de las notas musicales.
–Antes una guitarra que un móvil, ¿esta vida desconectada y sencilla es compatible con la galopante carrera del músico famoso?
–La vida del músico popular es un poco enloquecedora. Yo no soy una persona famosa ni lo deseo. Siempre digo en broma que soy un famoso de tercera regional (risas). Se debe normalizar la fama, darle la importancia justa que tiene: ninguna. No te hace más que nadie. No tengo la vanidad de pretender que soy alguien especial. Intento estar en paz: lo más importante es llevarse bien con uno mismo. Prefiero sinceridad antes que fama. Prefiero intentar ayudar a los demás en lo que pueda, dar amor fraternal y bondad. La cultura espontánea que nace del corazón, que la gente se regala, como una canción o un poemario, llegue a una o 100.000 personas, es la que aporta serenidad y confianza.
–Como comenta, a este mundo le falta sinceridad y amor. ‘Un poco de amor’, como en el single de Mi vida en Marte, no hace daño a nadie, ¿no?
–Claro (risas). Veo cómo los humanos hemos ido comportándonos a lo largo de la historia. Cómo esta se ha ido construyendo a base de violencia y acoso al vecino. Ahora debemos contrarrestar todo eso con ser más humanos y colaborar. Más que nunca es necesaria la generosidad y justicia social. La única forma que yo entiendo de estar en el mundo es aportando cosas positivas a los demás. Si en este caso son canciones, que es lo que se me ha concedido, pues es lo que voy a hacer. La sociedad en general está dividida, falsamente acompañada por lo que comentábamos de las redes sociales. En el día a día hay mucha necesidad de consumo: consumo luego existo. Poseemos objetos que no necesitamos, que nos alejan de la calma y nos acercan a querer más. Tampoco es necesario volver a las cuevas (risas), pero debemos intentar no ser esclavos de nada… Ni de nosotros mismos.
"Estamos sometidos a un bombardeo en las redes, a una ilusión huracanada que me hace sentir extraño"
–En los álbumes habla de lugares, “orillas de luz y paisajes marinos”, aunque la situación climática les haya puesto fecha de caducidad. Como activista en este sentido desde hace décadas, ¿qué opina?
–La actuación conjunta de todos está provocando un aumento de la temperatura inquietante. Yo también contribuyo a este disparate mundial con mi ruido. Voy con camiones, con equipos de sonido, quemando carreteras y gasolina… También soy culpable. No podemos volver a las utopías de los 70, en principio muy bonitas, sobre ser autosuficientes, porque somos muchas personas y todas hemos probado el frenesí. Tendría que haber una presión social pacífica y consensuada que llegase a la idea de que esto es urgentísimo. Los científicos lo vienen diciendo desde hace mucho tiempo: hay que tomar medidas urgentes. No es fácil, pero tampoco es imposible.