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Exposición

Y el séptimo día el ser humano se tatuó: la milenaria historia del tatuaje

La muestra 'Tattoo. Arte bajo la piel' recorre en CaixaForum la evolución de esta práctica desde hace 4.500 años hasta su boyante actualidad, sin olvidar la larga era marginal

Club de personas tatuadas por Horiuno II, en Japón, a mediados del siglo XX. COLECCIÓN HULTON-DEUTSCH

Y el séptimo día, mientras Dios echaba una cabezada tras haber creado el mundo, el ser humano copuló, hizo fuego, inventó el ritmo y el baile, pintó en paredes de cuevas y se tatuó. Así de deprisa van las cosas en el Génesis, también en esta versión apócrifa. El caso es que los primeros tatuajes de los que hay constancia se remontan a hace 4.500 años y son los que marcan a Ötzi, célebre cadáver preservado en el hielo de los Alpes.

La pulsión por decorarse el cuerpo de manera indeleble, y el uso de la tinta para certificar la propiedad sobre cuerpos o para estigmatizarlos, que también de eso ha habido y mucho, vienen de lejos y de todas partes. La exposición 'Tattoo. Arte bajo la piel', comisariada por Anne Richard y en CaixaForum hasta el 28 de agosto, recorre desde una óptica antropológica un camino milenario, hasta llegar al orgiástico presente del tatuaje, cuando, pese a la fiebre popular por la aguja, perviven subculturas en las que el tatuaje marca una frontera social. Queda para el futuro cercano otra exposición, la de fotografías de las generaciones tatuadas alegremente cuando vayan de vacaciones playeras con el Imserso. Si es que existe el Imserso en el futuro cercano. De momento, rebobinamos para conocer algunos capítulos de la muestra y del excelente catálogo.

Mujer argelina con un tatuaje tradicional en la frente, en 1960. Marc Garanger

Marca infamante

Hasta 1871 a los soldados británicos declarados culpables de deserción se les tatuaba la letra 'D' de 'desertion' o las letras 'BC' de 'bad character'. Muchas mujeres armenias que en la década de 1920 escaparon a Siria del genocidio de su pueblo a manos turcas fueron obligadas a prostituirse; los proxenetas les tatuaban el rostro y los brazos para impedir su huida. Hay muchos más ejemplos de tatuaje estigmatizador: en la guerra de Vietnam a los reclutas de Vietnam del Sur se les tatuaba 'sat cong' (muerte a los comunistas) para evitar que se pasaran al bando enemigo y tras la Guerra del Golfo en Irak se grababa una equis en el entrecejo a desertores y objetores de conciencia. En el centro de exterminio de Auschwitz, solo en el monstruoso Auschwitz, los nazis tatuaban a los prisioneros en el antebrazo su número de registro: tatuaje administrativo y colmo de la inhumanidad.

Orgullo marginal

En contraste con el tatuaje represivo, en el siglo XIX y sobre todo en el primer tramo del XX emergió el tatuaje reivindicativo, suerte de orgullo de pertenecer a una casta de una manera u otra 'outsider': cosa de soldados de los cuerpos más chungos (en Francia, por ejemplo, los batallones destinados a África), granujas, presidiarios y marineros. Mientras que en el Reino Unido, Holanda o Dinamarca el tatuaje se abrió paso a partir de mediados de siglo desde la vida peligrosa hasta estratos sociales más convencionales, y se fue refinando como arte o al menos artesanía, en España permaneció hasta bien entrada la década de 1980 chapucero y en los márgenes de la sociedad: talego y legión.

Fenómenos de feria

Estados Unidos, país con sentido del espectáculo, iba por delante. Tan pronto como en 1871 Phineas Taylor Barnum montó el P. T. Barnum's Grand Travelling Circus Menagerie, Caravan and Hippodrome, donde, entre otros fenómenos humanos, exhibía a George Costentenus, supuestamente tatuado a la fuerza durante tres meses por tártaros chinos en Birmania. Como lo leen. Barnum le presentaba como víctima y héroe a la vez, pues había sufrido "más de siete millones de pinchazos sangrantes". A partir de aquí las personas muy tatuadas se convirtieron en atracción imprescindible de las ferias estadounidenses y se mantuvieron como número de ese eslabón primario del mundo del espectáculo hasta los años 60.

Dibujo de un tatuaje de un delincuente encerrado en una prisión soviética, en 1979. Danzig Baldaev

El salvaje gulag

Como si fuera un etnólogo, el funcionario de prisiones Danzig Baldaev dibujó entre las décadas de 1950 y 1990 los tatuajes que veía en cuerpos de reclusos comunes del régimen soviético. Revelan los dibujos de Baldaev un universo terrible de odio al comunismo y de rebote simpatía por el nazismo, desprecio por la vida, machismo y obscenidad sin límite. No es extraño que los presos políticos de la URSS vivieran en las prisiones y los campos de trabajo aterrorizados por la clase criminal, como deja entrever en algunos de sus relatos del gulag Varlam Shalámov.

Subculturas delictivas

En la alegre actualidad del tatuaje, con este convertido en mera y aceptada decoración corporal, otro episodio de la ya clásica absorción de las estéticas callejeras por parte del 'mainstream', sobreviven al menos dos subculturas delictivas en las que la tinta funciona como código interno (jerarquía) y externo (no te acerques). Una es la yakuza o mafia japonesa y la otra son las maras o pandillas centroamericanas, especialmente salvadoreñas y hondureñas. Por mucho que cada vez resulte más frecuente ver pequeños tatuajes en la cara, los rostros cifrados de los mareros todavía impresionan.

Exotismo

La exposición también se detiene en las tradiciones del tatuaje de Polinesia, Nueva Zelanda, Samoa, Filipinas, Tailandia y China.

Un libro

No sale por ningún lado en 'Tattoo. Arte bajo la piel', pero como servicio a la comunidad nos permitimos recomendar la lectura de 'Hasta que te encuentre', de John Irving, con un organista tan ilustrado con partituras y frases de himnos que tiene frío siempre y una tatuadora especialista en unas rosas de Jericó que ocultan vulvas. No está documentado que las personas tatuadas de arriba abajo tengan frío siempre ni que las rosas de Jericó sean un motivo clásico del tatuaje, menos aún las rosas de Jericó con vulva oculta, pero qué dos hallazgos literarios.

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