Spotify es el último pedo desesperado de un cadáver moribundo”. Con estas palabras, Thom Yorke, el respetado frontman de Radiohead y Atoms for Peace, arreaba en el 2013 contra el modelo económico con el que las emergentes plataformas de streaming exprimen a los músicos para “hacer una fortuna” y se negaba a ofrecer sus álbumes a través de sus servicios. Tres años después, toda la discografía de la famosa banda de Abingdon estaba disponible en la plataforma.

La música ya no es lo que era. De grabar en casetes recopilaciones de un par de temas kilométricos de rock progresivo a pasarnos todo el día conectados a una oceánica biblioteca musical. Como todos los otros espacios de nuestra vida, la música y la industria cultural que la impulsa no han sido ajenas a la transformación social causada por la irrupción de la tecnología y el capitalismo de plataformas. Y eso ha modificado nuestra percepción de la música. Así lo detalló la semana pasada la periodista Marta Peirano, una de las mayores conocedoras de los engranajes del capitalismo de plataformas, que analizó el rol de Spotify y sus semejantes en la transformación de la música, cómo se produce y se consume. “La música popular ha cambiado más en los últimos 10 años que en los últimos 70”, remarcó en una charla en el Palau de la Música organizada durante la Bienal de Pensamiento de Barcelona.

Batalla por nuestra atención

Como el de tantas otras plataformas digitales, el modelo económico de Spotify se basa en la extracción de datos de usuarios para alimentar un algoritmo que predice mejor nuestro comportamiento. Para lograr su objetivo, la plataforma busca retenerte el máximo tiempo posible, y eso explica la constante batalla para hacerse con nuestra atención.

“Nadie puede esperar dos años a sacar un nuevo disco porque en dos días te mueres –señala Peirano–. Así que se lanza contenido constantemente para generar más atención, más escuchas y más dinero”. Tras el lanzamiento en el 2018 de El Mal Querer, Rosalía ha publicado hasta 11 canciones y colaboraciones sueltas.

Pero en un mundo digital con tantas empresas y plataformas gesticulando para que las miremos, nuestra atención es limitada. Eso ha condicionado al sector, que produce canciones cada vez más cortas. Así, entre los años 2013 y 2018 la duración media de las canciones más populares según Billboard Hot 100 cayó 20 segundos hasta los tres minutos y 30 segundos. Un estudio de Quarz señaló que en los últimos álbumes de Kendrick Lamar, Drake y Kanye West sus temas son cada vez más breves.

Aunque el gigante tecnológico sueco es la más popular de las plataformas musicales, también es de las que peor paga a los autores de las 60 millones de canciones que almacena. Que los temas sean más concisos no significa menor calidad, sino que se busca la eficiencia económica, pues en las plataformas de streaming se cobra por reproducción de canción, da igual cuánto dure esta. “Nunca ha habido este tipo de incentivo financiero para hacer canciones más cortas”, señaló en el 2018 el crítico musical Mark Richardson.

Ese modelo de retribución ha alterado también la creación musical, “obligando a los artistas a que hagan las canciones de otra manera”.

Los títulos también se han reducido y se ha detectado un uso más repetitivo de palabras. Aún así, Peirano apunta que esa condición de canción de consumo rápido hace que a veces se tenga menos cuidado en su elaboración, separando al artista de su obra, que termina siendo tratada desde una óptica más mercantilista.

Spotify además no paga a los artistas cada vez que se reproduce una de sus canciones, sino que lo hace a partir de que el usuario haya escuchado 30 segundos.